Lo que sé de crítica literaria lo aprendí de Orwell. No, recurrí a él para entender algunas cosas. Hoy empiezo copiando los párrafos iniciales de “The decline of book reviewing”, artículo de Elizabeth Hardwick publicado en 1959 en Harper ‘s –aprovecho para recomendar su Herman Melville, biografía de Melville y ejemplo de honestidad crítica e intelectual–. Miss Hardwick al habla: “Antes existía la idea de que Keats fue ‘asesinado’ por una mala crítica, que, en medio de la desesperación y la desesperanza, se volvió hacia la pared y abandonó su lucha contra la tuberculosis. Sin embargo, evidencias posteriores han mostrado que Keats enfrentó sus críticas hostiles con una calma considerablemente más estoica de lo que nos enseñaron en la escuela. Y, aun así, la imagen del joven talento raro, truncado por críticos venenosos, sigue firmemente arraigada en la mente pública. Aún se piensa en el crítico y el reseñista como personas de peligrosa acritud, demonios caprichosos, crueles con la juventud y ciegos a las obras nuevas, empeñados en desviar al público lector de lo fresco y lo importante, ya sea por celos, mezquino conservadurismo, o lo que sea. Pobre Keats, si viviera hoy podría sufrir una muerte literaria, pero no por el ataque; en cambio, podría ahogarse en lo que Emerson llamó un “empalago de concesiones”. En Estados Unidos, ahora, el olvido, el fracaso literario, la oscuridad y el desdén –todas las grandes tragedias de incomprensión artística– aún ocurren, pero las condiciones naturales para que ocurran están en un curioso estado de camuflaje, como esas ideas decorativas en las que la madera se pinta para que parezca papel y el papel para que parezca madera. Un genio puede ir a la tumba sin haber sido leído, pero difícilmente irá sin haber sido elogiado. Suaves y blandos halagos caen por todas partes; reina una acomodación universal, aunque algo lobotomizada. Un libro nace en un charco de melaza; la salmuera de la crítica hostil es solo un recuerdo. Se considera que todos han ‘llenado una necesidad’ y deben ser ‘agradecidos’ por algo y excusados por ‘pequeñas faltas en una obra por lo demás excelente’. ‘Un artista plenamente maduro’ aparece varias veces a la semana y, a menudo, a diario; muchos son los portadores de esos ‘mensajes que el Mundo Libre ignorará bajo su propio riesgo’”.
Sesenta y cinco años después, la “decadencia” de la crítica de libros sigue más o menos igual, lo cual es un síntoma de la capacidad de resistencia del sistema: años siendo todo un desastre y aún resiste. Es lo que decía la escritora Zadie Smith: “la novela está bien, siempre ha estado bien”, si no, ¿cómo se explica que se sigan escribiendo, publicando y leyendo novelas, a pesar de las patadas que recibe el género en forma de contribuciones? Lo que creo que sí ha cambiado es que ahora existe la posibilidad de señalar al crítico que osa poner peros a través de las redes sociales.
En el número de septiembre de la revista Mercurio, Juan Bonilla escribe a propósito del asunto. Se acuerda de Benet –entre muchos otros– y le lleva la contraria: “aquella boutade de Juan Benet según la cual, contra el tópico de que en todo crítico literario reside un escritor frustrado, en todo escritor hay agazapado siempre un crítico literario frustrado. Evidentemente se parte de una falacia: el crítico literario no es considerado escritor”. Bonilla parece estar más en la línea de Francisco Rico, cuya noción de lo que es una buena crítica resume un poco más arriba: “aquella que, por equivocado que esté su juicio sobre el libro que la suscita, da gusto leer”. El artículo de Bonilla llegó (a la web) casi a la vez que una peleílla, desavenencia, quizá, entre un crítico y una novelista. La escritora no ha respondido, que yo sepa. Echevarría, el crítico, señalaba “la vanidad de los escritores susceptibles o inseguros” (entiendo que lo suyo es justicia, no vanidad); José Luis Melero hablaba en una entrevista en Heraldo de la vulnerabilidad de los autores.
El problema de la crítica es muchos, que se resumen en dos: dinero y tiempo. Están mal pagadas y hay poco tiempo (y espacio) para las piezas; quizá más que suplementos literarios en los que se analiza una obra con rigor y respeto lo que hagamos sean escaparates medio disimuladillos que permitan a los lectores decidir qué libro leer –en el mejor de los casos– y a los listillos formarse una opinión sobre un libro sin tener que pasar por el trámite de leerlo. Diría que eso explica que se defiendan los libros por los temas que destapan. Hay otros detalles que podríamos señalar si quisiéramos ser serios con el tema, como editores que son críticos y cuyos libros se reseñan en los suplementos donde colaboran; críticos que reseñan libros que han corregido, etc., etc., pero claro: ¿a quién le importa nada de todo eso cuando hay cosas mucho más graves de las que hablar? Es verdad, pero tengo la teoría de que la corrupción se permite arriba porque se ejerce abajo. En el fondo, no soy tan distinta de esa música que se quejaba en una red social de que tras leer la reseña de su disco no le quedaba claro si al crítico le había gustado o no. La pieza era impecable en análisis e inteligencia. Pero siempre estamos insatisfechos a pesar de que todo va bien. Y usted que lo vea.