¿Cuántos días llevamos en cuarentena? Esa es la pregunta que está en la cabeza de todos. Las interacciones humanas se limitan a ese único momento en el cual compartimos la risa con otras personas, los vecinos a quienes nunca hemos visto. A veces me dan ganas de dibujar una sonrisa en mi mascarilla porque lo único que veo son ojos. Con la medida del tiempo me doy cuenta de la importancia de esa sonrisa compartida con desconocidos
Quiero que regrese la normalidad, pero me pregunto qué será esa normalidad. Mi punto de vista se divide. Empiezo a creer que nunca me he sentido tan cerca de la naturaleza; compramos cosas sin tener en cuenta las repercusiones que el consumo tiene sobre el mundo porque solo lo financiero pesa sobre nuestra mente. Pero el mundo funciona sin nosotros aunque nos creamos creadores de todo. Solo somos algo microscópico capaz de crear muerte y dolor.
No encuentro utilidad en seguir hablando de política y economía, que es el único tema de conversación que se nos ofrece en la televisión. En la calle, gente que nunca pensé en esa situación pide dinero. Escriben con un plumón sobre una cartulina, papel o cartón, clamando por sobrevivir. Miro el desastre con mayor claridad y no sé hacia dónde dirigir mis estudios ni qué carrera funcionará después de esto. Todo se vuelve más real, aunque se nos olvida que no es la primera vez que la humanidad pasa por una epidemia, desde la peste negra y la gripe española hasta la influenza, épocas difíciles para los humanos.
Los días son iguales unos a otros. A veces pongo partidos de futbol que veía en mi infancia. Volver a ver jugar a Zidane contra Ronaldo tiene algo de mágico. Los músicos del vecindario muestran su talento discretamente. Algunos aplauden al escuchar un saxofón, pero yo intento seguir el ritmo melancólico del instrumento e improvisar con mi guitarra y así comunicar nuestros sentimientos en esta cuarentena. Por la noche me paseo por las calles y se escuchan las risas de la gente y los cubiertos de la mesa golpeando los platos. Mientras todos comen en sus respectivas casas, me llega una sensación de tranquilidad: como si el oír que todavía hay personas al lado de mí, me alegrara.
Intento minimizar mi consumo de noticias. Siempre es lo mismo. Veo que empezaron los ensayos para una vacuna contra el covid-19 y al mismo tiempo mi compañero de piso me muestra un video de conspiración contra esa misma vacuna. Así que me digo: “¡Basta de tecnología por hoy!” y empiezo a leer cualquier libro para dejar de pensar sobre el presente y viajo al pasado. Me duermo mientras leo y los sueños se vuelven fáciles de recordar, dejo de preocuparme por estos días turbios y por el futuro desconocido. Aprovecho cada segundo en el cual puedo estar encerrado en la casa porque solo mi imaginación me mantiene tranquilo.
(Santiago de Chile, 1997) vive y trabaja en Lyon.