Claramente, ésta ha sido una “revolución” con demandas en dos niveles. Entre la clase media más joven y letrada, entre aquellos que utilizan redes sociales y hablan inglés, las demandas son políticas buscando más libertad, mayor participación electoral y democracia real; entre la enorme proporción de la población que vive con menos de dos dólares diarios, las demandas son económicas. Lejos de lo que se piensa, Egipto estaba en pleno boom económico, en parte por haber atraído la inversión de empresas multinacionales como resultado de las reformas de Gamal. Su economía creció alrededor de siete por ciento al año entre 2007 y 2009, más de cinco por ciento el año pasado, y se esperaba creciera cerca de seis en éste. A veces, es precisamente la prosperidad lo que subraya las enormes diferencias sociales, y la mala distribución de ésta es lo que más irrita a quienes menos tienen. La parte más pobre de la sociedad ha sido ahorcada por los incrementos en los precios de alimentos, y particularmente porque el precio del trigo se duplicó. Egipto es el principal importador mundial de ese cereal. A diferencia de países como Estados Unidos, donde los estadounidenses gastan 7% de su ingreso disponible en alimentos, los egipcios gastan 40%. El encarecimiento de los alimentos ha sido un factor fundamental de la revuelta.
Y es justo ahí donde están potencialmente las consecuencias económicas de este evento. Primero, si bien Egipto es un exportador menor de petróleo, la importancia geopolítica del Canal de Suez no es menor, y la posibilidad de contagio a países productores como Yemen lleva a que los grandes importadores del hidrocarburo, como China, salgan a comprar para hacerse de inventarios ante la posibilidad de que haya desabasto, ya sea por interrupción del transporte o por interrupción de la oferta misma. Eso hace que el precio suba, por lo pronto. Desafortunadamente, la combinación del incremento en el precio de los alimentos debido a los problemas globales de cambio climático, con mayores costos de energía, es más que inoportuna.
Si bien es potencialmente una buena noticia que se dé un proceso de democratización en el país árabe más poblado del mundo, quedan demasiadas preguntas por resolverse porque el dueño del poder no era Mubarak, era y sigue siendo el ejército y mucha sangre se tendría que derramar si en verdad se empeñan en quitárselo. Particularmente, hay gran nerviosismo en Israel debido a que desde que firmaron los acuerdos de Campo David que permitieron la paz con Egipto, sólo Jordania en 1995 reconoció al estado israelí. El tablero geopolítico cambia radicalmente si Israel deja de tener su frontera de Gaza protegida por un estado amigo y secular, con un ejército a cargo, con el cual ha intercambiado inteligencia por décadas. Aun en el mejor escenario posible, una democracia egipcia implicaría la representación de grupos islamistas en el gobierno, que probablemente serían mucho más críticos del trato que Israel le da a los palestinos y a temas como el de los asentamientos israelíes fuera de su territorio. Además, la presencia de Irán, como otro estado hostil a Israel –aunque ciertamente no amigo de Egipto- hace mucho más difícil articular una estrategia israelí en la región. Si Israel se arma de paciencia, quizá el gobierno islámico sea derribado por las protestas que han vuelto a comenzar (aunque el alza en el precio del petróleo le dará oxígeno al gobierno). Un ataque de Israel se volvería el principal motivo de solidaridad con el gobierno por impopular que éste sea. Pero si esperan demasiado, tendrán que lidiar con un vecino enemigo armado con armas nucleares, proceso que comenzaría una carrera armamentista en el resto de la región, pues Arabia Saudita y los otros países musulmanes sunitas no permitirían el desbalance que provendría de un Irán chiíta (de por sí ya fortalecido por las mayorías chiítas en Irán).
Es importante recordar que todos los casos en que hemos visto incrementos abruptos en el precio del petróleo han tenido como origen una interrupción de la oferta por conflictos en la zona –donde están dos tercios de las reservas de petróleo y la mitad de las de gas natural del mundo-, ya sea la guerra de Yom Kipur en 73, la revolución iraní en 79, la invasión de Kuwait en 90, la Segunda Entifada en 2001, o el conflicto entre Israel y Jesbolá en 2006. Todos los casos los conflictos en la región se tradujeron en súbito incremento en precios, y presión inflacionaria internacional; fueron parte de todos los momentos cuando el estancamiento económico en países como Estados Unidos se combinó con inflación.
Si bien hoy parece poco probable que el conflicto en Egipto genere un problema geopolítico en la región, y dado que no hemos visto mayores protestas en los países que son los grandes productores como Arabia Saudita, es importante dimensionar que la letal combinación de encarecimiento en los alimentos con alza en el precio de hidrocarburos sería letal para los países que más están creciendo, como China, la India y Brasil, que están tratando de contener la fuerte presión inflacionaria, y donde hay una proporción importante de la población que gasta un alto porcentaje de su ingreso en alimentos. En el caso de países desarrollados como Estados Unidos, la tibia recuperación podría ser abortada por un aumento fuerte en el precio de los combustibles.
Si consideramos que, de acuerdo al Fondo Monetario Internacional, el crecimiento de la economía mundial desde 2000 a 2013 provendrá 63% de China y 17% de la India, la peor amenaza para ambos es el surgimiento de la inflación. En el caso de la India, la amenaza está más que presente pues tanto este país como Pakistán mostraron ya una tasa cercana a 12% en 2010, las tasas más altas del mundo después de Venezuela. En el caso de China, oficialmente la inflación fue sólo 3.2%, pero el encarecimiento de la canasta básica fue mucho mayor, y esto ocurrió a pesar de la revaluación del renminbi contra el dólar, la cual abarató todo lo que este país importa. En el caso chino, enfrentarán un importante dilema pues para combatir la presión inflacionaria tendrán que aumentar tasas de interés (mucho más de lo que ya lo han hecho), y al hacerlo eso generará mucha mayor presión para revaluar el renminbi, además de que incrementará el flujo de inversión extranjera hacia este país.
Es importante recordar que esos casi tres billones (millones de millones) de dólares que mantienen en reservas internacionales -y que tanta admiración le causan a los admiradores de la dictadura china- son una colosal fuente de pérdidas cambiarias pues siempre es importante recordar que el Banco Popular Chino (el banco central) es antes que nada eso: un banco. Éstos tienen activos, pero también pasivos. El activo se invierte primordialmente en dólares por los que obtienen mínimos rendimientos, y el pasivo lo deben en una moneda que se revalúa, el renminbi, y pagan tasas mayores. Si se revaluara esta moneda hasta donde el propio Fondo Monetario Internacional estima estaría en un tipo de intercambio justo contra el dólar (es decir, 20 centavos de dólar en vez de 15), acumularían una pérdida cambiaria equivalente a alrededor de 15% del PIB, pues sus reservas equivalen a más de 50% del PIB. Recordemos que la economía estadounidense entró en una vorágine espantosa por la crisis del “subprime” que les costó 3% del PIB.
Por todo lo anterior, hay que tener cuidado de no celebrar prematuramente la revolución egipcia. Ésta tiene aún un largo camino por recorrer, y faltan muchos capítulos por escribirse. De hecho, algunos se pudieran escribir muy lejos de donde se originaron, pero es ese el mundo global en el que nos ha tocado vivir.
(Fuente de la imagen)
Es columnista en el periódico Reforma.