La división del trabajo es milenaria. En la vida nómada, todos hacían de todo, pero con diferencias entre hombres, mujeres y niños. En la vida sedentaria, se descubrió la especialización. “Se produce más y de mejor calidad, si cada quien hace una sola cosa: la que le salga mejor”, y obtiene las demás por intercambio (Platón, La república, II 370 c).
Un molinero no siembra: obtiene su grano cobrando parte del que muele a los que siembran. Esta parte fue llamada maquila (del árabe makila que significa “medida”). En México, el arabismo se convirtió en mexicanismo. Se llamó maquila a la producción de una empresa por encargo de otra. No tenía equivalente en otros idiomas hasta que se inventó outsourcing. También se usa la palabra subcontratación.
Adam Smith, que leyó a Platón, dedica el primer capítulo de La riqueza de las naciones a la división del trabajo, como algo fundamental para la prosperidad. Si, trabajando solo, un artesano produce cuando mucho 20 alfileres de lujo al día; diez obreros que se dividan el trabajo en operaciones distintas con máquinas especializadas pueden hacer 50,000 alfileres comunes y corrientes: 250 veces más por hombre. Lo cual permite bajar precios y aumentar sueldos.
Henry Ford tomó esta idea como bandera: transformar el automóvil (que era un lujo construido sobre pedido, como una casa de campo) en algo estándar (el famoso Modelo T, “en cualquier color, siempre que sea negro”) producido en serie y tan barato que sus propios obreros pudieran comprarlo.
La industria automotriz no existiría sin el outsourcing a miles de empresas que producen partes de automóvil. Según The Economist (29, IX, 2008), en 1946 el 20% del PIB manufacturero en los Estados Unidos era outsourcing, que subió al 60% en 1996.
La división del trabajo favoreció la industrialización; que, a su vez, acentuó la división del trabajo. Llegó a extremos que Marx consideró deshumanizantes y Chaplin caricaturizó en la película Tiempos modernos: después de pasársela apretando, al mismo tiempo, dos tuercas de las piezas que llegan velozmente por la línea de producción, el movimiento de los brazos se le vuelve un tic nervioso, que repite compulsivamente fuera del trabajo.
La división del trabajo, como todo, se presta al abuso. El gobierno mexicano, por ejemplo, recurre en gran escala al outsourcing para eludir responsabilidades laborales. Pero también para lograr resultados. Si las obras públicas las hicieran los empleados públicos, nunca terminarían.
Si los legisladores tuvieran a su cargo la administración pública, el asambleísmo paralizaría todo. Si el poder judicial tuviera la fiscalía, sería juez y parte. Si el ejecutivo tomara las funciones especializadas de los organismos autónomos, de la crítica independiente, de la Suprema Corte y las cámaras legislativas, sería un monarca absoluto de otros tiempos: legislador, ejecutor y juez; especialista en todo, aunque responsable de nada.
El gigantismo empresarial también puede ser absolutista. En una microempresa, la división del trabajo, más que interna, es externa: el empresario es un todólogo que contrata servicios externos de especialistas. Sólo una empresa grande puede tener un departamento jurídico, o su propia fundición.
Hace unas décadas se pusieron de moda los conglomerados empresariales.
En vez de encargar piezas a un fundidor o tener una fundición en la fábrica, se optó por comprar una empresa fundidora y mantenerla como negocio aparte, sujeta al control corporativo.
Con mayor ambición, se pasó a comprar empresas de todo tipo, bajo el supuesto piadoso de que tenían alguna “sinergia” con el conglomerado. Pero la desmesura se fue desmoronando. Muchas empresas adquiridas, que funcionaban bien de forma independiente, funcionaron mal como dependencias. Una cosa es el gigantismo para concentrar recursos y poder bajo un ejecutivo máximo, y otra los buenos resultados.
Surgió el extremo opuesto: las franquicias de empresas a cargo de sus dueños, que pagan por usar el nombre de la cadena.
No hay que satanizar la división del trabajo ni la concentración de poder, pero sí exigir pruebas de que la supuesta mejoría lo es, caso por caso. Y como toda solución se presta a abusos, lo que procede es castigarlos, no cambiar de solución para suprimir los abusos.
Publicado en Reforma el 28/II/21.
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.