El futuro está en chino (2)

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Aludiendo al análisis de Jim Chanos, citado en el texto anterior, el desarrollo chino de oficinas y propiedades comerciales es tan exagerado que alcanzaría ya para darle a cada uno de los más de mil trescientos millones de chinos un cubículo de metro y medio por metro y medio. Como es común en burbujas así, hay múltiples mecanismos y motivaciones que se alimentan mutuamente. Por una parte, los gobiernos regionales carecen de instrumentos como impuestos prediales para recaudar recursos de los inmuebles existentes. La única forma de ganar dinero es vendiendo tierra; a más proyectos nuevos, más ingreso. Por otro lado, la cartera crediticia de los bancos ha crecido a tasas de hasta 40 por ciento. La devastadora crisis crediticia estadounidense se dio a pesar de que la cartera bancaria crecía a tasas no mayores de 15 por ciento. Se podría decir que la base a partir de la cual la cartera bancaria creció en Estados Unidos era, seguramente, mucho mayor; pero, al menos ese crecimiento se dio avalado por una metodología para evaluar el riesgo crediticio, mientras que en China ha sido el gobierno quien decide a quién otorgarlo. ¿Qué proceso le parece más endeble?

El desarrollo de fábricas e infraestructura es igualmente cuestionable. Como he dicho antes, la capacidad instalada ociosa de la industria cementera china es superior a la demanda total sumada de la India, Japón y Estados Unidos. Per cápita, excede a la máxima capacidad jamás alcanzada en España (víctima de otra enorme burbuja inmobiliaria). De los 44 aeropuertos construidos en el mundo entre 2005 y 2010, 37 se hicieron en China. Tienen más puentes que Estados Unidos, a pesar de tener la quinta parte de los ríos que tiene, y solo Estados Unidos tiene un tercio más de las autopistas con que cuenta China, a pesar de tener seis veces más vehículos automotores. Una lógica absurda cree que a China le pasará lo que al niño cuya mamá le compró un abrigo talla grande, siendo realmente talla mediana, para que le quede cuando crezca. El problema aquí pudiera ser que se compró una talla 44, necesitando en realidad una 38; y si algún día llega a ese tamaño, al abrigo se lo habrán comido las polillas.

¿Y qué hace Wall Street ante las delirantes expectativas de los inversionistas? Les vende a manos llenas ofertas públicas de empresas nuevas, y no se cansa de ganar plata. Según Chanos, hay que ver lo que hacen mientras le dicen al público qué debe comprar (adivinó usted, están vendiendo sus propias inversiones). Expertos en saltar del barco antes de que se hunda, este podría ser un enorme transatlántico que al hundirse se llevará a todos los barquitos a su alrededor.

China ha jugado un papel primordial en el espectacular crecimiento que la economía mundial experimentó en la última década, particularmente entre 2004 y 2007. Fue el proveedor de mano de obra barata en un proceso de globalización que en mucho benefició a los países desarrollados, permitió que se rentabilizara la producción de manufacturas, y con su infinita oferta de mano de obra barata contribuyó a eliminar la presión inflacionaria que habría sido típica en la parte más expansiva del ciclo económico. El mundo pudo recurrir una y otra vez a echar mano de la capacidad que los chinos iban creando y, eventualmente, usando. Ahora, el excedente de capacidad amenaza con ser el detonador de otra recesión mundial.

Por un lado, China intentará usar tanta capacidad como pueda para generar flujo de efectivo. Conforme lo haga, tratará de mantener una participación creciente en el comercio internacional para generar superávits comerciales que compensen los déficits gubernamentales que finalmente han arribado. Dada la grave situación en el mercado laboral estadounidense, la probabilidad de que este país simplemente recurra a poner tarifas a lo que importa de China crecerá exponencialmente, más aún si –conforme crece la percepción de riesgo– los inversionistas optan por refugiarse en el dólar y lo fortalecen.

Por otra parte, los países que se han beneficiado al exportar cobre, hierro, materiales de construcción y otras materias primas a China, podrían experimentar un desplome en la demanda. Algunos exportadores como Chile han tomado providencias ante este tipo de eventualidad y la resentirán menos, pero otros países como Brasil podrían verse más afectados, particularmente dadas las expectativas híper optimistas que ha generado. Pero el peor efecto podría provenir de una súbita reducción en la generación de reservas de China que tradicionalmente se han reciclado al mercado crediticio internacional, y sobre todo al estadounidense. Para comprender por qué es tan delicado ese equilibrio, hay que recordar cómo se da un proceso de esterilización monetaria típico.

China ha mantenido artificialmente subvaluada su moneda por años. Cuando un país hace eso, se da un enorme flujo de monedas fuertes que van a comprar activos baratos, van a invertir e importar bienes, etcétera. Para comprar todos los dólares que entran, el banco central chino tiene que emitir renminbis. Si simplemente los deja circular, la presión inflacionaria acabaría volviéndose un problema; por ello, emiten bonos por montos similares a la emisión de moneda adicional y así recogen esa liquidez. Esto quiere decir que si bien las reservas internacionales chinas son colosales, su deuda también lo es. En cierta forma, esto podría hacer que si se revaluara el renminbi, el pasivo crecería al tiempo que el activo se devaluaría. Mientras tanto, el banco central chino obtiene tasas cercanas a cero por su inversión en bonos –denominados en dólares– y paga tasas más altas a quienes compran los bonos que emiten –denominados en renminbis.

Como he dicho antes, uno de los grandes problemas que la economía mundial enfrentará es el de los enormes vencimientos de la deuda que empezarán en 2012, y seguirán creciendo en 2013 y 2014. ¿De dónde provendrán los recursos para permitir que esa deuda se renueve? O quizá es más importante preguntarnos a qué tasa se logrará motivar esa demanda. Sin duda, el costo del capital crecerá fuertemente. Dados los altísimos niveles de endeudamiento del sector financiero estadounidense (de las familias y del gobierno) y de la potencial fragilidad de bancos europeos, un súbito y fuerte incremento en tasas de interés podría volverla inmanejable. Es importante considerar que más de dos tercios de la deuda gubernamental estadounidense se vencerán en los próximos cuatro años.

¿Qué pasaría con el ya vapuleado mercado inmobiliario estadounidense si la tasa de una hipoteca a treinta años se fuera de 4.35 por ciento –donde hoy está– a seis o siete por ciento (tasa que sería todavía relativamente baja en términos históricos)? ¿Qué tan afectado resultaría el de por sí débil consumo ante el crecimiento en el servicio de la deuda de las familias? Y, ¿cuántos bancos más reventarían en ese escenario? Hay que considerar que los bancos siguen teniendo los temidos activos tóxicos en sus balances.

El mundo parece estar empeñado en la posibilidad de si al voltear en la dirección opuesta a los orígenes de la crisis logra que, al regresar la mirada, estos ya hayan desaparecido. Ni en la economía, ni en nuestros problemas personales los problemas se resuelven –o reducen– al ignorarlos.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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