Una de las grandes preguntas de la economía es cómo alcanzar crecimiento sostenible en el largo plazo. Antes de las contribuciones de Paul Romer (un viejo contendiente para ganar el premio), los economistas entendíamos el crecimiento como un proceso de acumulación de capital físico.[1] Sin embargo, estos dos economistas revolucionaron nuestra manera de comprenderlo.
Paul Romer entendió el crecimiento económico de una forma distinta. Para él está basado en las ideas, cuyo consumo es no rival –es decir, mi consumo de una idea no evita tu consumo de esa misma idea– y podría o no ser excluible dependiendo del tipo de idea: el consumo de algunas ideas es excluible a través de patentes, por ejemplo. El consumo de otras ideas no es excluible, como la Teoría de la Evolución de Darwin. Estas ideas son las que dan origen al progreso tecnológico, el cual era un ingrediente exógeno o no explicado por el modelo de Solow. Por ello, al modelo de Romer se le conoce como modelo de crecimiento endógeno y es, de hecho, una extensión al modelo de Solow. Así, el propio modelo de Romer es un ejemplo de que las ideas son los ingredientes de otras ideas y avanzamos nuestro conocimiento “a hombros de gigantes”.
La gran novedad de este modelo fue que al ser las ideas bienes de consumo no rival, la generación de las mismas tenía efectos positivos para todos los que tuvieran acceso a ellas (externalidades positivas, en el argot de los economistas) y no solo para su creador. Por lo mismo, el creador de ideas no logra obtener todos los beneficios económicos de sus propias ideas.[2] Esta es una falla de mercado muy importante y da como resultado que no haya un nivel socialmente óptimo de Investigación y Desarrollo (I&D) en la economía. Esta falla de mercado da pie a la intervención del Estado para incentivar la creación de conocimiento y la innovación tecnológica a través de leyes de patentes y derechos de autor, o de subsidios a la I&D. Por todo esto, sería difícil entender la llamada economía del conocimiento sin las contribuciones de Paul Romer.
Por su parte, William Nordhaus (cuyo premio es, en mi opinión, una agradable sorpresa este año) atiende otra externalidad y su impacto en el crecimiento de largo plazo: la emisión de gases de efecto invernadero, en particular el CO2. A la luz de las consecuencias del cambio climático que vivimos hoy en día, no nos es posible imaginar que los economistas no incorporábamos los efectos negativos de nuestra actividad económica en los modelos de crecimiento económico. La contaminación es una externalidad negativa: quien contamina llevando a cabo una actividad no asume todo el costo que provoca su actividad. Esto da pie a otra falla de mercado: los humanos contaminamos más de lo es socialmente óptimo con todas las consecuencias que eso conlleva. En este caso, también hay espacio para que el Estado intervenga creando costos adicionales a quienes contaminan el medio ambiente por medio de impuestos de carbono, bonos verdes u otros mecanismos que provoquen que las personas asuman los costos de su contaminación.
Nordhaus también elabora una extensión al modelo de Solow donde inserta nuestra actividad económica en la biósfera. El modelo describe la interacción de nuestra actividad económica con el medio ambiente en tres sub-modelos. La parte ambiental del modelo está basada en resultados de investigación en química, física y biología, lo cual hace de él un modelo muy interdisciplinario.
Para empezar, nuestra actividad económica requiere de energía. La producción de esta energía produce CO2 que emitimos a la atmósfera. Segundo, este CO2 atraviesa por procesos químicos que determinan el nivel de CO2 que permanece en la atmósfera (estos procesos son descritos en un modelo de circulación de carbono). El CO2 a su vez interactúa en la atmósfera con la radiación solar para determinar la temperatura ambiental (esto se describe en un modelo de clima). Finalmente, el daño causado al clima tiene un impacto en la actividad económica (esto se describe en un modelo económico donde también se determinan las emisiones de CO2). De esta manera, Nordhaus traduce el cambio climático en un daño económico en su modelo de evaluación integrada, el cual se usa para evaluar los efectos del cambio climático en la actividad económica hoy en día.
Así, los galardonados de este año avanzaron nuestro entendimiento sobre cómo las fallas de mercado impactan el crecimiento de largo plazo o crecimiento sostenible. Sin estas contribuciones nos sería aún más difícil entender los problemas de nuestra era.
[1] Un modelo de crecimiento desarrollado por Robert Solow en los 1950s, por el cual ganó el Nobel en 1987.
[2] De lo contrario, Paul Romer debería entregar parte de su premio a Robert Solow.
es doctora en economía por la Universidad de California en Berkeley y profesora investigadora asociada al Departamento de Economía del CIDE