¿El T-MEC hará alguna diferencia para México?

Este acuerdo de comercio renovado puede, pese a las restricciones que impone, colocar a México en una posición ventajosa para cosechar los frutos de la eventual recuperación tras la crisis del covid-19.
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El nuevo Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) suscrito en noviembre de 2018 no tiene, ni de lejos, las implicaciones que tuvo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que arrancó en 1994. Este último fue el acuerdo de libre comercio regional más incluyente que se hubiera negociado hasta ese momento, que eliminó casi todos los aranceles del comercio trilateral. Gracias a él, el valor del intercambio entre las tres partes aumentó de 290 mil millones de dólares en 1993 a más de 1.1 billones (trillion en inglés) en 2017, y el comercio entre México y Estados Unidos se sextuplicó entre 1994 y 2018. Con él se creó uno de los mercados más grandes del mundo en términos del producto interno bruto. Ningún nuevo tratado entre las tres partes podría aspirar a tener un efecto comparable, porque los beneficios de una iniciativa de este tipo en gran medida ya se han materializado.

Sin duda el TLCAN necesitaba una modernización después de 25 años de vigencia, para mejor acoplarse a cambios profundos como el de la revolución digital. Pero no fue ese el motivo que llevó a renegociarlo. La tónica de la renegociación tuvo mucho en común con la política proteccionista de Donald Trump, cuya intención es atraer inversiones hacia Estados Unidos para expandir la producción, reducir importaciones y recuperar empleos que se han perdido, según él, debido a la reubicación de parte de sus industrias en el exterior a lo largo de las últimas décadas. De hecho el presidente se proponía eliminar el acuerdo en caso de que fracasara la negociación.

En efecto, algo que sorprende del nuevo acuerdo es que vaya casi en sentido contrario a su antecesor, ya que no promueve, salvo por cambios muy pequeños para facilitar el acceso a mercados, una mayor liberalización del comercio y, por el contrario, introduce nuevos obstáculos al intercambio en áreas que son de especial interés para México. No obstante, hay una mejoría en la calidad y consistencia del tratado que ayudará a crear mayor certidumbre para los tres socios comerciales.

La pregunta que hay que plantear es quiénes ganan o pierden con el T-MEC. Un trabajo reciente del FMI evalúa cinco provisiones clave del nuevo acuerdo, incluyendo las reglas de origen más estrictas para el sector automotriz y de autopartes (que implican que una mayor proporción de los insumos automotrices que la que estipulaba el TLCAN deberán provenir de la región de América del Norte); un mayor valor laboral incorporado en los vehículos (entre el 40 y el 45% del valor del trabajo agregado a cada vehículo tiene que provenir de salarios de al menos 16 dólares la hora); el incremento en el contenido regional para el sector de textiles y vestuario (mayor número de insumos, como hilos de coser, deben provenir de la propia región); la profundización de la apertura para el comercio agrícola (más aplicable al comercio entre Canadá y Estados Unidos que a México); y algunas medidas para la facilitación del comercio (una sola inspección en frontera, formularios electrónicos simplificados de aduanas, entre otros, que harán más expedito el cruce). En esta última línea, el acuerdo también eleva el monto mínimo de comercio (de minimis) sobre el cual cada país cobra un arancel, lo cual facilitará el comercio digital regional de envíos pequeños, libre de gravamen, tema sin duda controvertido.

Los resultados del estudio muestran que estas cinco disposiciones afectarían negativamente el comercio de los sectores automotriz y de textiles y prendas de vestir, a la vez que aumentarían marginalmente el comercio al facilitar los intercambios, pero casi no tendrían implicaciones sobre el PIB regional. Otros estiman una pérdida marginal del PIB para los tres países. En todo caso, sería una situación mejor a la que existiría de haberse eliminado el tratado original sin sustituirlo.

Quizá la más importante de todas las nuevas normas para México sea el cambio de las reglas de origen en la producción de la industria automotriz. Del total de las exportaciones mexicanas en 2019, 82% tuvieron como destino Estados Unidos y la tercera parte de ellas correspondió al sector automotriz. El TLCAN exigía que el contenido regional de los vehículos fuera de 62.5%. Con el T-MEC este pasa a ser 75%, a lo cual se agrega el requisito salarial ya mencionado. Además, las armadoras deberán demostrar que 70% del acero y el aluminio que compren proviene de la región. Estos requisitos necesariamente requerirán un reacomodo de la industria que puede ser costoso, pero a la larga puede aumentar el valor añadido a los vehículos producidos en México.

Sin embargo, en este rubro automotriz, al menos, resulta ilusorio pensar que el acuerdo vaya a tener un efecto positivo inmediato para México, no tanto por las condiciones del T-MEC sino debido a la brutal realidad que se vive actualmente en el mundo y en México en particular. Las exportaciones de automóviles ligeros cayeron en 95% en el mes de mayo de este año respecto al mismo mes de 2019, por lo que las normas de origen en este momento parecen una nimiedad y en realidad está en cuestión la supervivencia de la industria completa en México y en toda Norteamérica. No sabemos siquiera si la pandemia cambiará los hábitos de los habitantes del mundo de tal forma que el uso del automóvil se reduzca permanentemente, aunque en dos o tres años las economías logren recuperarse. Tampoco podemos saber hasta qué punto la exigencia de pagar mayores salarios y la pandemia misma inducirán la aceleración de la automatización y robotización del sector con el consiguiente desplazamiento de la mano de obra. Hay gran incertidumbre.

Pero en términos más generales el T-MEC sin duda tiene mejoras frente al TLCAN, entre las que destaca el mecanismo de solución de controversias (capítulo 31 del Tratado) que, a través de la formación de páneles de expertos, permitirá resolver las disputas que surjan en aspectos comerciales, laborales, medioambientales y de inversiones (en este último caso, para disputas entre México y Estados Unidos, pero no para Canadá). Este instrumento quedó trunco en el TLCAN, pues los países podían bloquear la formación de dichos paneles; con las nuevas disposiciones no podrán hacerlo. Ello da más certidumbre a todas las partes y es una herramienta muy valiosa en momentos en que la Organización Mundial del Comercio (OMC) se encuentra debilitada como vía alternativa de solución de disputas.

También resultan positivos los pactos en materia laboral y ambiental. El pacto laboral en el  TLCAN era sumamente débil, y ahora se verá muy fortalecido. Será un instrumento que podrá usarse para asegurar que se aplique en forma más efectiva la legislación del trabajo, incluyendo los derechos sindicales y la elección libre de sus líderes. Para ello se contará con un sistema específico de solución de controversias laborales, por medio del cual se pueden crear páneles de votación rápida.

Ser parte del T-MEC tiene ventajas adicionales para México, que se refuerzan con la pandemia. En un período de proteccionismo internacional y de franca guerra comercial entre Estados Unidos y China, el acuerdo garantiza al país contar con un acceso seguro al mercado de Norteamérica, al menos por los próximos cinco años. La ubicación geográfica de México y el contar con una industria sólida (aunque mayormente maquiladora) en el sector automotriz lo favorece como polo de atracción de inversiones que quisieran reubicarse, tanto para cumplir con las nuevas reglas de origen del T-MEC como para aprovechar las ventajas tarifarias que ofrece el tratado. Esto último es especialmente cierto para las empresas que  tienen interés en exportar a Estados Unidos, un destino al que es cada vez más difícil entrar, especialmente para los productos provenientes de China. También habría inversiones que responderían a la necesidad de reestructurar las cadenas globales de valor que se han roto como consecuencia de la pandemia, y que pueden buscar estar más cerca de sus mercados de destino, como Estados Unidos.

En medio de la incertidumbre provocada por la pandemia, es difícil anticipar cuál será el devenir de la economía de México y del mundo. Este acuerdo de comercio renovado, más coherente y efectivo que su antecesor, puede, pese a las restricciones que impone, colocar a México en una posición ventajosa para cosechar los frutos de la eventual recuperación.

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es economista y consultora independiente. Su investigación se ha centrado en temas de política industrial; comercio y medio ambiente y políticas de competencia.


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