Obamalandia

Lo más positivo del segundo término de Obama es que difícilmente logrará hacer lo que se propone.
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El 21 de enero de 2013 Obama tomó posesión en un evento tan lleno de símbolos y de contenido alegórico como, en este caso, de ficción. El evento fue transmitido en vivo al mundo entero cuando, oficialmente, su mandato realmente empezó a mediodía del día anterior, en el momento establecido por la constitución e hizo una toma de juramento privada ante John Roberts, el magistrado de la Suprema Corte. La célebre cantante Beyonce entonó las estrofas del Star Spangled Banner, el himno estadounidense, pero no lo hizo como millones de ilusos telespectadores creyeron; de hecho, lo que se escuchó fue una grabación previa hecha por la cantante, quien sólo movió los labios en sincronía con lo que el público oía. Una vez que acabó la ceremonia, Obama reunido con su familia quería fumarse un cigarro, pero recurrió a uno ficticio, al ponerse varias gomas de mascar Nicorette en la boca. Uno tras otro de los elementos en la ceremonia de toma de posesión fueron simulados, pero el país al cual Obama hizo alusión fue más surreal que la ceremonia en sí. Él habló de un país que solo existe en su imaginación, de un mundo apócrifo en el que cree sembrará su legado para la historia. Sin intentar soslayar la importancia histórica implícita en la elección –y reelección- del primer presidente procedente de una minoría racial, en mi opinión, lo más positivo del segundo término de Obama es que difícilmente logrará hacer lo que se propone. En muchos sentidos, Estados Unidos logrará salir adelante no por el liderazgo del presidente, sino a pesar de él.

Creo que hay varias cosas que Obama debió hacer. Primero, llamar a la unidad reconociendo que la situación geopolítica y económica que enfrenta el mundo es frágil; la crisis no ha sido conjurada, sino pospuesta. En vez de eso, el presidente hizo un discurso propio de un país que estuviese o totalmente aislado, o inmune a cualquier potencial sobresalto importado. En Obamalandia, Estados Unidos está al mando de su destino, la amenaza de Al Qaeda y del fundamentalismo islámico ha sido conjurada (y la salida de las tropas de Irak y Afganistán es emblemática porque señala un triunfo, y no una cara y desafortunada capitulación). En Obamalandia el ataque al consulado en Bengasi fue un desafortunado ataque improvisado por una turba de manifestantes alterados (fortuitamente portaban lanzagranadas y armas de alto poder) por una película que nadie vio.

En el mundo que yo observo, la economía estadounidense será afectada por una crisis europea a la que le faltan años por delante y cuyo desenlace es aún incierto, y quizá por una economía china cuya burbuja financiera crece en forma preocupante; en este mundo, Al Qaeda se ha reagrupado en África y crecientemente amenaza a Europa e influye en Medio Oriente y el norte del continente negro en plena fundación de Estados modernos y provistos de mayor legitimidad.

En Obamalandia el mayor reto que enfrenta Estados Unidos es el del cambio climático y Estados Unidos debe invertir para asumir liderazgo en la generación de energía limpia. En el que yo observo, países que fueron precursores de ese movimiento, como Alemania, están viendo que el costo de generación de este tipo de energía crece por la prematura imposición del uso de energía renovable y se arrepienten al ver cómo el ascendiente costo le resta competitividad internacional a sus industrias. A diferencia de los países europeos, Estados Unidos tiene una ventaja colosal al poseer enormes yacimientos de gas de esquisto (shale gas) y la tecnología para extraerlo. El país ha generado 1.7 millones de empleos directos, creará 1.3 millones más (según números del columnista del Washington Post Robert Samuelson) y hará que la posibilidad del resurgimiento de la industria manufacturera estadounidense sea viable.

Que Estados Unidos decidiera privilegiar en este momento la explotación de energía renovable teniendo la ventaja del shale gas sería el equivalente a que la selección argentina de futbol decidiera sentar a Messi en la banca y alinear a algún jovencito que quizá dentro de diez años va a alcanzar la musculatura necesaria para influir en el resultado del juego. Estados Unidos tiene en las manos una ventaja importante que le dará a su industria acceso a gas a la quinta parte del costo que Europa paga por gas ruso. Sin intentar mitigar el riesgo implícito en el cambio climático, creo que la necedad de Obama de imponer el uso de energía alternativa ha sido contraproducente. El gas de esquisto es no renovable, pero limpio. Las emisiones de carbón estadounidenses llevan más de una década reduciéndose año con año. Hay cosas que se pueden hacer para aminorar su huella. Por ejemplo, se pueden imponer prohibiciones para la quema de gas natural, resultado de su bajo costo. Se pueden incluso establecer impuestos a la emisión de carbón. Pero lo importante en este momento es utilizar el gas para generar crecimiento económico, empleos, incrementar la producción y provocar una caída en los precios mundiales de energéticos. Eso, de hecho, ayuda a que muchos de esos problemas geopolíticos que no existen en Obamalandia, pero sí en la tierra, se aligeren.

La frase que más me sorprendió de la toma de posesión, el presidente dijo: “…rechazamos la creencia de que Estados Unidos debe elegir entre cuidar de la generación que construyó este país e invertir en la generación que construirá su futuro.”

La fantástica posibilidad de no tener que elegir entre una cosa y otra quizá sea factible en Obamalandia, pero no en esta realidad. El dilema que se enfrenta exige una decisión puramente económica. Si la “economía” es el estudio de la asignación de recursos escasos a fines alternativos de importancia diversa (que conste que omití la palabra “ciencia”), este es el epítome de un problema “económico”. Estados Unidos no puede seguir pagando por “la generación que construyó”, sin quitarle recursos a “la generación que construirá”. De hecho, lleva décadas quitándole a esta última, porque esta no vota y la primera sí.

Pongamos las cosas en blanco y negro, y para ello me permitiré quitarle algunos ceros a los números en cuestión. En vez de hablar de la economía estadounidense, hablemos de la familia Smith. El Sr. Smith gana 24 mil dólares al año, pero la familia gasta 36 mil. El faltante de 12 mil lo cubren cada año cargándolo a la tarjeta de crédito. En la que acumulan una deuda de 160 mil dólares. La familia hoy gasta alrededor de 10 mil dólares al año en los gastos de los abuelos, cuyo costo crece cada año conforme envejecen (y conforme los doctores cobran más caro). En realidad, a la familia no le alcanza para pagar la educación de los niños, después del costo de los viejos, pero los primeros no se han dado cuenta y por eso no se quejan. A la larga, la familia verá que hizo una mala decisión pues si sí gastara más en educación, los jóvenes eventualmente generarían más ingreso cuando crecieran, por la elección actual los están condenando a trabajos mal pagados con los que aportarán poco a la economía familiar. A la familia tampoco le queda dinero para invertir en algún negocio pues la mayoría se va en gasto corriente. Por si fuera poco, lo que se tiene en las tarjetas hoy no pesa mucho pues el banco ahora solo cobra 1.7% de tasa de interés, alrededor de 3 mil dólares al año, pero si volvemos a lo que usualmente se pagaba por este tipo de crédito, se pagarían 10 mil dólares de intereses, y eso sin considerar el costo adicional de los 12 mil dólares en deuda nueva que se acumularán este año, quizá 10 mil el año que viene y así sucesivamente. Además de pagar por los viejos, la familia le invierte como 10 mil dólares al año a la vigilancia de la casa. Si siguen así, en unos años se volverán una familia que mantiene viejitos, pero nada más que eso. La casa se les vendrá encima por falta de mantenimiento, y cada vez se empobrecerán más.

Quitando algunos ceros, es obvio el problema fiscal que enfrenta Estados Unidos.  Y, si hacemos números, veremos que el enorme drama que culminó en las primeras horas de este año, para evitar el llamado abismo fiscal, generó alrededor de 300 dólares adicionales de ingresos para la familia. Y en este entorno Obama dice que no hay que elegir entre una cosa y otra. ¿Y eso cómo se hace?

Afortunadamente, todo parece apuntar a que Obama no logrará hacer lo que se propone. La producción de gas de esquisto ha aumentado rápidamente a pesar de su gobierno, y ahora enfrentará otra batalla legislativa para librar los siguientes escollos fiscales. En un descuido, podría encarar a un Senado republicano dentro de dos años, pues el grueso de los asientos en disputa ocurrirá en estados donde hay un senador demócrata y donde Obama no ganó en la última elección. A veces, la parálisis tiene sus beneficios. Mientras tanto, las voluntades parecen alinearse para que la reforma migratoria pase, no sin su propia batalla campal. Como nunca, es una reforma políticamente conveniente, a pesar de no ser prioritaria para ninguno de los bandos.

A corto plazo, sin embargo, Obama quizá enfrentará a una oposición republicana más pragmática. La primera muestra de ello parece estar en la “generosa” propuesta de legisladores republicanos de extender voluntariamente el techo de endeudamiento federal por tres meses, para “darle tiempo al senado demócrata de pasar un presupuesto”. El país lleva cuatro años operando sin uno, y los dos últimos intentos de Obama fracasaron por 97-0 y 99-0; es decir, que ni un senador demócrata votó a favor. La “generosidad” republicana volteará el reflector para que ilumine la parálisis legislativa demócrata que había pasado desapercibida, permitiendo que, por lo menos por un rato, los republicanos dejen de ser los malos de la película. Se avecinan momentos políticamente volátiles. Aun así, parece que Estados Unidos saldrá adelante, a pesar de ellos mismos.

 

 

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Es columnista en el periódico Reforma.


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