Otra burbuja Made in China

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Después de muchos años leyendo y opinando sobre mercados “emergentes” sigo sin resolver una pregunta básica: ¿qué papel juega la democracia en el desarrollo de una economía?

En general, me parece que la gran mayoría de los “expertos” en el tema piensan que un país puede desarrollarse no sólo en medio de la autocracia, sino que a veces parecen incluso dar la bienvenida a regímenes absolutistas o hasta tiránicos que aseguren la implementación de medidas duras, aunque impopulares, y aceleren el progreso sin la enfadosa necesidad de buscar consensos o de pactar con quienes disienten.

Esa utópica visión del paso de “emergente” a “emergido”, tan arraigada en Wall Street, siempre me ha parecido superficial, mediocre. No pretendo tener respuestas categóricas ante este complejo tema. Instintivamente, sin embargo, me animo a afirmar que no existe gobierno que tenga la lucidez y la visión de largo plazo necesarias para evitar el abuso del poder que viene de no tener que rendir cuentas ni enfrentar al pueblo en un estricto e implacable proceso electoral. El efecto secundario de esas exenciones es una corrupción rampante.

En mi opinión, no hay desarrollo sin democracia y sin fraguar previamente un estado de derecho. Es la ausencia de este último, por ejemplo, el eterno lastre de las economías latinoamericanas. Forjarlo es un proceso que no se da de la noche a la mañana y, típicamente, es el resultado de una serie de negociaciones sociales que se dan a cuentagotas; se avanza dos pasos y se retrocede uno.

Este proceso es particularmente relevante cuando se ve a China como el gigante que habrá de tomar el liderazgo que Estados Unidos asumió después de la Segunda Guerra Mundial y que se consolidó especialmente después de la Guerra Fría. En los análisis de quienes quieren ver a China como líder de la economía mundial no se incluyen elementos como la corrupción, la ausencia de un estado de derecho, la falta de democracia, y un gobierno represor y tiránico.

Ese análisis, lleno de omisiones, ha beneficiado en mucho a los mismos bancos de inversión que antes se enriquecieron con el boom inmobiliario, con el desarrollo de la deuda “subprime”, o con el vertiginoso surgimiento de las “dot com”. Ahora, las grandes ofertas públicas las están realizando empresas chinas con gobiernos corporativos cuestionables, en un país con un modelo de desarrollo que no sólo es discutible en el entorno actual, sino que puede resultar extremadamente peligroso para el resto del mundo.

La oferta pública más grande a nivel mundial la hará el ICBC (Banco Industrial y Comercial de China), que ofrecerá más de 19 mil millones de dólares de acciones en su oferta inicial en el mercado. Previamente, la Corporación Estatal China de Construcción e Ingeniería levantó 7,300 millones de dólares de capital fresco. El precio de la nueva acción subió 56% en su primer día de operación en el mercado. Este comportamiento palidece si lo comparamos con el IPO (oferta pública inicial) de las acciones de la empresa de caminos de peaje Sichuan Expressway, que subieron de 3.60 a 15.25 yuan sólo en su primera sesión en la bolsa.

El apetito por acciones chinas parece inagotable, y eso lleva a que se ignoren “detalles”, como el hecho de que las utilidades de la Corporación Estatal de Construcción cayeron 44% el año pasado cuando el mercado inmobiliario mostró sus puntos débiles. Ahora estamos lejos de esa cruda realidad. El estado decidió, dentro de su programa de estímulo económico, las siguientes medidas:

1. Redujo las tasas de interés cinco veces en los últimos cuatro meses de 2008.

2. Redujo los requerimientos de enganche para la contratación de hipotecas.

3. Redujo el costo de las hipotecas mismas.

4. Redujo el costo de realizar transacciones inmobiliarias.

Ante tan “natural” mejoría en el mercado inmobiliario, las ventas de propiedades han aumentado 45% en los primeros cinco meses de este año.

Lo que parece ignorarse es que ha habido otro “pequeño” estímulo. El gobierno chino ha inyectado crédito por un monto que excede al Producto Interno Bruto que la economía china ha generado en ese mismo periodo. La pregunta a resolver es a dónde ha ido a parar tan colosal inyección de recursos y, de paso, si será eventualmente posible cobrar lo que hoy se está prestando mediante el poco democrático –y plagado de corrupción– proceso de otorgamiento de crédito de los bancos estatales.

En mi opinión, el gobierno chino se asustó del enorme crecimiento en el desempleo que fue producido por la caída en el consumo estadounidense. Tan sólo en la provincia de Guangdong, 20 millones de trabajadores se quedaron sin trabajo el año pasado.

He dicho antes, y lo repito ahora, que la única fuente de legitimidad del gobierno chino es el crecimiento económico. Sin éste, surgen muchas preguntas incómodas de responder. Claramente, el gobierno ha optado por un estímulo colosal y decidido; ha preferido cantidad sobre calidad de crecimiento. Echaron toda la carne al asador y cruzaron los dedos esperando que cuando el efecto del estímulo se diluya, los consumidores estadounidenses y europeos habrán recobrado su brío. Eso no pasará.

En mi próximo escrito hablaré sobre por qué el estímulo chino es insostenible y, más aún, sobre la enorme oportunidad de revisar un modelo de crecimiento agotado que están dejando pasar. Hablaré también de la peligrosa dependencia del crecimiento chino que el mundo parece, sin darse cuenta, estar desarrollando.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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