Políticos mentirosos o ignorantes

¿Cuánto logran los candidatos alejarse de la realidad sin pagar el costo de promesas vacías e  ilógicas?
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Este año hay cambios de mando por procesos, democráticos o no, en 26 países del mundo, incluyendo cuatro de cinco en el Consejo de Seguridad de la ONU. Por razones evidentes, hay dos procesos que he seguido de cerca: México y Estados Unidos. En ambos casos, me parece interesante cuánto logran los candidatos alejarse de la realidad sin necesariamente tener que pagar el costo de promesas vacías y totalmente ilógicas. Andrés Manuel López Obrador promete crear cuatro millones de empleos en seis semanas, hacer que la economía crezca 6% al año, admitir a todo quien quiera ir a la Universidad Nacional Autónoma de México (UACM), bajar el precio de la gasolina, etcétera. En forma igualmente fantasiosa, Obama ofrece sancionar a empresas que saquen empleos de Estados Unidos y traer la manufactura de regreso de China. Me permito referirme a los datos contenidos en el artículo Obama’s Flawed Case for Insourcing que la columnista Shikha Dalmia publicó en reason.com para explicar por qué es tan absurda esta última promesa.

Para empezar, nunca he entendido esta satanización de la globalización y del “outsourcing” (sacar procesos de manufactura o servicios a países que los proveen más barato). Hay un enorme enfoque en empleos perdidos, pero nadie parece recordar a los consumidores que se benefician de los menores costos. Sí, en Estados Unidos se han perdido más de seis millones de trabajos en manufactura desde su punto más alto en los setenta, pero los menores costos benefician a 300 millones de consumidores felices de comprar barato en WalMart. Se estima que si el iPad fuera producido en Estados Unidos, su precio sería el doble, dejándolo fuera de las posibilidades de muchos. Algo que se tiende a ignorar cuando se analiza la evolución del ingreso medio en Estados Unidos es el hecho de que, si bien este ha crecido a un ritmo lento, hoy las familias de clase media tienen acceso a bienes con los que antes no soñaban, desde televisores de pantalla plana hasta laptops, a costos absolutamente accesibles. El abaratamiento se debe, en parte a la evolución de la tecnología pero también a la especialización que permite manufacturar en países con mano de obra barata, que sí son inteligentes e invierten capacitando, entrenando y educando y que irán accediendo a trabajos donde vayan agregando más valor y generando gradualmente mejores salarios.

Las empresas extranjeras con presencia en Estados Unidos emplean a 5.5 millones de estadounidenses y generan más de 20% del PIB (3.1 millones de millones de dólares). ¿Deberían también salir del país en reciprocidad? Es interesante ver que mucha de la inversión se dirige a estados con políticas de empleo de “right-to-work”, es decir, con estatutos que prohíben que los sindicatos se coludan con las empresas para forzar a que una condición necesaria para estar empleado sea ser miembro del sindicato. Obama ha impulsado iniciativas para acabar con esta posibilidad, y forzar a que la votación en las empresas para decidir sindicalizarse o no se de en forma abierta (y no secreta, como hoy ocurre), lo cual permitiría presionar y castigar a los trabajadores que se opusieran al sindicato. Más aún, eso hace que las cuotas sindicales sean obligatorias, y son precisamente los sindicatos, tanto estatales como privados, los principales donantes a las campañas del Partido Demócrata. Si Obama logra imponer esta regla, ahí sí veremos una salida masiva de empresas que tienen mejores opciones.

¿Pero cuál ha sido el efecto en la producción de que Estados Unidos haya perdido en las últimas décadas esos seis millones de trabajos que antes mencioné? Lejos de afectar, Estados Unidos tiene hoy una producción manufacturera 2.5 veces mayor que en el pico del empleo en manufacturas en 1972. De hecho, Estados Unidos produce bienes que valen al año 100 mil millones de dólares más que los que produce China (EUA produce bienes por 1.8 millones de millones de dólares al año), utilizando 10% de los trabajadores que China emplea. La diferencia está en la productividad estadounidense, basada en automatización y tecnología. Se estima que lo que se producía con mil trabajadores en 1950, hoy requiere de 177. ¿No sería más inteligente combatir el desempleo permitiendo la inmigración masiva de ingenieros y de gente que obtuvo doctorados, por ejemplo, para así acelerar la generación de tecnología propia?

Evidentemente, si mañana desapareciera China del mapa, esos empleos no regresarían a Estados Unidos, sino que irían a Vietnam, México, Indonesia, o cualquier otro país que ofrezca ventajas de costo similares. Como dice Shikha Dalmia: los chinos no son la competencia, son las máquinas.

Sí, podríamos hablar mucho sobre qué se tiene que hacer para entrenar a trabajadores que logren ser empleados en este mundo tecnificado. Hay mucho que debe hacerse para educar a la gente y dotarlo de herramientas mercadeables: computación, matemáticas, etcétera. Pero pensar que la solución está en forzar a las empresas para que traigan empleos de regreso es irresponsable porque o se está engañando a los electores o, peor aún, no se tiene la más remota idea de cómo funciona el mundo del siglo XXI.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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