A menudo me hacen esta pregunta, así que he decidido escribir mi respuesta. El argumento sobre por qué la desigualdad no debería ser importante casi siempre se formula de la siguiente manera: si todo el mundo está mejorando, ¿por qué debería importarnos que alguien se haga extremadamente rico? Quizá merece ser rico o, aunque no lo merezca, no deberíamos preocuparnos por su riqueza. Si lo hacemos es por envidia u otros fallos morales. Ya he tratado el poco apropiado tema de la envidia aquí (en respuesta a Martin Feldstein) y aquí (en respuesta a Harry Frankfurt), y no quiero repetirme. Así que dejemos de lado la envidia y centrémonos en las razones que nos deberían preocupar sobre la elevada desigualdad. Esas razones pueden formalmente reducirse a tres grupos: razones instrumentales que tienen que ver con el crecimiento económico, razones de equidad y razones políticas.
La relación entre desigualdad y crecimiento económico es una de las relaciones más antiguas estudiadas por los economistas. Una presunción muy fuerte era que sin altos beneficios no habría crecimiento, y que los altos beneficios implican una desigualdad considerable. Encontramos este argumento ya en Ricardo, que afirma que el beneficio es el motor del crecimiento económico. También lo encontramos en Keynes y Schumpeter, y en los modelos estándar de crecimiento económico. Se puede encontrar incluso en los debates soviéticos sobre la industrialización. Para invertir tienes que haber generado beneficios (es decir, un superávit por encima de la subsistencia); en una economía de mercado esto significa que algunas personas tienen que ser suficientemente ricas para ahorrar e invertir, y en una economía planificada significa que el Estado debe apropiarse de todo el superávit.
Pero, si nos fijamos, en toda esta argumentación no hay nada a favor de la desigualdad en sí misma. Si fuera así, no nos preocuparía el uso del superávit. El razonamiento tiene que ver con un comportamiento aparentemente paradójico de los ricos: tienen que ser suficientemente ricos, pero no deberían usar ese dinero para vivir bien sino para consumir e invertir. Este asunto lo explica muy bien y de manera célebre Keynes en los primeros párrafos de Las consecuencias económicas de la paz. Para ilustrar nuestra observación, es suficiente con decir que este es un argumento a favor de la desigualdad siempre y cuando la riqueza no se use para el placer privado.
El trabajo empírico realizado en los últimos veinte años no ha logrado demostrar una relación positiva entre desigualdad y crecimiento. Los datos no son suficientemente buenos, especialmente porque la herramienta de medición típica es el coeficiente Gini, que es demasiado agregado e inerte como para detectar cambios en la distribución; también la propia relación puede variar en función de otras variables, o el nivel de desarrollo. Esto ha conducido a los economistas a un callejón sin salida y les ha desalentado tanto que desde finales de los noventa y principios de los dos mil la literatura empírica sobre el tema ha dejado de producirse casi por completo. Repaso esto con más detalle en la sección 2 de este estudio.
Más recientemente, con datos mucho mejores sobre distribución de la renta, el argumento de que la desigualdad y el crecimiento están correlacionados negativamente ha ganado terreno. En un trabajo conjunto, Roy van der Weide y yo demostramos esto usando cuarenta años de microdatos de Estados Unidos. Con mejores datos y un razonamiento más o menos sofisticado sobre desigualdad, el argumento es más matizado: la desigualdad puede ser positiva para los ingresos futuros de los ricos (es decir, se hacen aún más ricos), pero puede ser negativa para el ingreso futuro de los pobres (es decir, se quedan aún más atrás). Bajo este esquema dinámico, la tasa de crecimiento en sí misma ya no es algo homogéneo, igual que en la vida real. Cuando decimos que la economía americana crece un 3% por año, simplemente significa que la renta total aumentó a ese ritmo, pero no nos dice nada sobre cómo han mejorado o empeorado individuos en diferentes puntos de la distribución de renta.
¿Por qué la desigualdad tiene un efecto negativo en el crecimiento de los deciles más bajos de la distribución como Roy y yo descubrimos? Porque conduce a logros educacionales (e incluso en salud) muy bajos entre los pobres, que acaban excluidos de buenos empleos y de mejorar su condición y la de la sociedad. Excluir a un grupo concreto de gente de la buena educación, bien por su insuficiente renta o por género o raza, no puede nunca ser positivo para la economía, o al menos nunca puede ser preferible a su inclusión.
La elevada desigualdad, que impide a alguna gente participar completamente, se convierte en una cuestión de equidad y justicia. Es así porque afecta a la movilidad intergeneracional. La gente que es relativamente pobre (que es lo que quiere decir la desigualdad) no es capaz, aunque no sea pobre en términos absolutos, de proporcionar a sus hijos una fracción de beneficios, desde educación y herencia a capital social, que los ricos sí consiguen darles a sus hijos. Esto significa que la desigualdad tiende a persistir a lo largo de las generaciones y, por lo tanto, que las oportunidades son enormemente diferentes entre los que están en la cima de la pirámide y los que están abajo. Tenemos dos factores que se combinan aquí: por una parte, el efecto negativo que tiene la exclusión en el crecimiento, que se alarga durante generaciones (y esta es la razón instrumental en contra de la alta desigualdad), y por otra, la falta de igualdad de oportunidades (y esta es una cuestión de justicia).
La desigualdad elevada tiene también efectos políticos. Los ricos tienen más poder político y lo usan para promover sus propios intereses y blindar su posición relativa en la sociedad. Esto significa que todos los efectos negativos de la exclusión y la falta de igualdad de oportunidades se refuerzan y hacen permanentes (al menos hasta que un terremoto social los destruye). Para luchar contra este posible terremoto, los ricos se protegen y vuelven inexpugnables. Esto desemboca en una política antagonista y acaba con la cohesión social. Paradójicamente, el resultado es una inestabilidad social que desincentiva la inversión de los ricos y debilita la propia acción que al principio se aducía que era la razón clave por la que la alta desigualdad y riqueza pueden ser socialmente deseables.
Alcanzamos aquí, por lo tanto, un punto final donde la acción de los que al principio se suponía que debían producir resultados beneficiosos destruye por su propia lógica el razonamiento original. Tenemos que volver al principio. En vez de ver la alta desigualdad como promotora de inversión y crecimiento, vemos que produce el efecto totalmente opuesto: reduce la inversión y el crecimiento.
Publicado originalmente en el blog del autor: http://glineq.blogspot.com/
Traducción de Ricardo Dudda.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).