En las últimas semanas se ha desatado una acalorada discusión para definir si la economía ha tocado fondo o si, por el contrario, los mercados financieros se han alejado en forma definitiva del abismo.
En mi opinión, el debate está mal planteado. Las fuerzas que definen la dirección de los mercados en plazos cortos tienen poco que ver con valuación o racionalidad. Por ello, es una pérdida de tiempo desperdiciar demasiada energía en un proceso en el cual, cuando se acierta, hay más de suerte que de talento.
La pregunta relevante es qué va a quedar después de los altibajos, cuando los sabihondos guarden silencio y los medios dejen de ayudar a que los corredores de valores expriman el último centavo de los inocentes con delirio de especulador.
Del 9 de marzo al 5 de mayo, el índice Dow Jones subió 29% en medio de malas noticias en todos los frentes. El alza, en mi opinión, se dio más como consecuencia del pesimismo desmedido, y no porque los inversionistas pensaran que habíamos tocado fondo. Permítame explicar esta alza abusando del simplismo.
En los mercados desarrollados, una forma de sacar ventaja de un mercado a la baja es “vendiendo en corto”. Imagine el caso de una persona que pensaba que Citibank iba a quebrar y que cuando la acción de éste estaba a 1.50 dólares la vendió “en corto”. Es decir, que vendió una acción que no tenía. El proceso implica que esa persona pidió acciones prestadas para venderlas en ese momento, con la promesa de devolverlas a quien se las prestó.
Si la acción hubiera bajado de 1.50 dólares a 50 centavos, por ejemplo, entonces esa persona hubiera salido a recomprar las acciones que ya vendió, se embolsa un dólar por acción, y le regresa sus acciones a quien se las prestó.
El problema comienza cuando una enorme cantidad de gente hace la misma transacción y a la hora de tratar de “cerrar el corto”, generan alta demanda por esa acción en el mercado (a lo que se le denomina un “short squeeze”), y esa demanda provoca que el precio suba. Si la persona en mi ejemplo vendió en corto a 1.50 y ve que ahora la acción se cotiza a dos dólares, sabe que va perdiendo 50 centavos por acción. A 2.50 va perdiendo uno; a tres dólares, dos; y, probablemente, en algún momento entrará en pánico cuando se dé cuenta de que si esa tendencia –por ilógica que resulte– sigue, eventualmente se verá forzado a tomar la pérdida cuando el intermediario envuelto en la transacción vea que no tiene garantías suficientes para cubrirla.
Las cincuenta acciones con más “cortos” en el mercado llegaron a subir 18 puntos porcentuales más que el alza promedio reflejada por el índice. Las acciones de bancos, de la industria de la construcción, de las empresas que producen bienes de consumo discrecional, y todas aquellas afectadas por la situación económica, resultaron las grandes ganadoras. Adicionalmente, los volúmenes operados han sido raquíticos, particularmente considerando el vigor del alza.
Ésta, entonces, ha sido un alza sin mucho sustento y no por ello podemos argumentar que el mercado debe caer. Las fuerzas detrás de cada movimiento son impredecibles.
La pregunta inteligente, en mi opinión, es si la situación en la que estaremos inmersos –una vez que las cosas se estabilicen– será una que permita una recuperación sostenible y un crecimiento económico razonable. De ser así, es relativamente indiferente que nos mantengamos invertidos hoy, aunque el mercado tenga un ajuste de corto plazo. Si, por otro lado, pensamos que el entorno será complejo para las empresas que cotizan en bolsa, quizá las valuaciones a las que hoy podríamos comprar resultan demasiado elevadas en relación a las utilidades que las empresas podrán generar.
En mi opinión, lo que no se acaba de asimilar es que el mundo que viene es sustancialmente diferente al mundo del que venimos. Estaremos sumergidos en un entorno dominado por gobiernos que, conforme la crisis se prolongue (y se prolongará mucho más de lo que a estos, desde el punto de vista político, les conviene reconocer), acabarán sucumbiendo a tentaciones populistas y proteccionistas.
Como dice Ian Bremmer[1], tres cuartas partes de las reservas de petróleo están en manos de empresas paraestatales, y una octava parte de toda la inversión global es ya dirigida por fondos de inversión soberanos. Ahora, además, el péndulo que inició su curso en los ochenta, en la época de Reagan y Thatcher, emprende su regreso cuando los críticos claman que esta profunda crisis marcará el fin del capitalismo.
¿Va hacia arriba o hacia abajo el mercado? No lo sé, ni lo creo relevante. Lo que sí es relevante es que se está construyendo una serie de trampas que limitarán seriamente el crecimiento futuro de las economías.
Nos daremos cuenta demasiado tarde de que las carretadas de dinero que el gobierno estadounidense decidió arrojar a la economía serán un fugaz paliativo ante la severa crisis. Mucho de lo gastado irá a parar al ahorro de una población que hoy empieza a darse cuenta de que ha vivido mucho más allá de su realidad. Pagar la cuenta, sin embargo, implicará un esfuerzo mayor de lo que se piensa.
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[1]Bremmer, Ian. “State Capitalism Comes of Age”. Foreign Affairs, mayo-junio, 2009.
Es columnista en el periódico Reforma.