Aun decidiendo que el sector automotriz estadounidense merece ser rescatado por su futuro más que por su pasado reciente, no es elemental el proceso a seguir.
Además de la débil situación financiera de las empresas del sector, debida a las razones antes citadas, el colapso de los mercados financieros genera un problema adicional. Los fondos de pensiones de estas empresas están claramente subfondeados. Se estima que el fondo de pensiones de General Motors estaba –a fines del año pasado- 18 mil millones de dólares por debajo de donde debería estar para poder hacer frente a sus obligaciones.
Eventualmente, la única forma de que esta empresa sea nuevamente viable será obteniendo dos niveles de concesiones. Por una parte, los sindicatos tienen que asumir parte del dolor y, por otra, los acreedores de General Motors tienen que estar de acuerdo en cambiar parte de lo que se les debe por acciones de la empresa.
La empresa le propuso al sindicato crear un fideicomiso con una inversión de 20,400 millones de dólares para que éste se haga cargo de los gastos de salud de medio millón de trabajadores retirados y de los de sus cónyuges. Esta medida permitiría que la empresa sacara 46.7 miles de millones de dólares de costos de salud de sus libros. General Motors busca, también, renegociar 41,600 millones de dólares de deuda, para lo cual quisieran capitalizar dos tercios de ésta.
La salida de Rick Wagoner de la dirección general de la empresa se interpreta como un intento de la misma para endurecer la postura negociadora ante ambas entidades. Parece claro, sin embargo, que no quedará otra alternativa más que General Motors se acoja al llamado Capítulo XI de la Ley de Bancarrota estadounidense. Esto les permitiría mantenerse en funciones, bajo la supervisión de la corte, protegiéndose de acciones legales de sus acreedores. Podrían entrar, por algunos años, en un proceso de restructuración ordenada, donde la corte forzaría a que las partes involucradas aceptaran ciertos sacrificios.
Para Chrysler, empresa de menor tamaño y problemas aparentemente insalvables, la única alternativa parece ser concretar una asociación con la empresa italiana Fiat. Sin embargo, la capacidad para competir de la posible empresa conjunta está por verse.
La precaria situación y el posible rescate de las empresas automotrices estadounidenses tiene muchas más aristas de lo que parece a primera vista. Para el gobierno demócrata de Obama no será cómoda la posible confrontación del sector con el poderoso sindicato de trabajadores de la industria automotriz (la UAW), importante cliente de su partido. En el mejor de los casos, la posible restructuración será lenta y cara, pero su impacto estratégico de largo plazo va mucho más allá de la importancia simbólica de tener una industria automotriz fuerte, y bien pudiera merecer el esfuerzo.
Es columnista en el periódico Reforma.