En los últimos meses de 1944, un grupo de diplomáticos de la legación española en Budapest, encabezado por el zaragozano Ángel Sanz Briz, salvó a unos tres mil judíos del exterminio. El periodista Arcadi Espada acaba de publicar una versión revisada y ampliada de su libro En nombre de Franco (Península), una investigación sobre ese episodio y sus leyendas.
A Sanz Briz (que había sido quintacolumnista en el Madrid sitiado, y que también había salvado vidas allí) lo acompañaban personajes como el abogado Zoltán Farkas, la canciller Elisabeth Tourné (que llevaba años ofreciendo protección a los judíos) y Giorgio Perlasca, un italiano que había participado en la guerra civil y que se quedó en Budapest tras la marcha, acordada con el Gobierno español, de Sanz Briz ante el avance del Ejército Rojo. Más tarde, Perlasca se atribuiría más mérito del que había tenido, tal y como muestra Espada.
La tesis del periodista es que el comportamiento de Sanz Briz no fue contrario a los deseos del gobierno: el franquismo intuía el desenlace posible de la guerra, y tras una “pasividad criminal” ante el Holocausto, modificó su posición por razones tácticas. Espada recuerda que esta historia edificante transcurre en medio de una tragedia mucho mayor: la destrucción de los judíos europeos.
Reflexiona sobre la verdad y la leyenda, sobre la banalidad del bien, sobre el heroísmo y la impostura, o sobre lo caprichoso de la memoria y el reconocimiento. Durante mucho tiempo la gesta de Sanz Briz y sus compañeros apenas fue reivindicada, y a veces resultó políticamente inoportuna; su caso se volvió más célebre cuando hubo más conciencia de la Shoah y también gracias a que se empezaran a conocer figuras como Oskar Schindler.
Espada, que persigue la exactitud, ofrece calas históricas y retratos de personajes fascinantes y a veces olvidados o poco conocidos: entrevistas, fragmentos o retratos apuntan a otros libros posibles. En nombre de Franco combina el viaje, la reflexión sobre la historia y el periodismo, la crónica, la interpretación y la polémica.
Espada reconstruye hechos alejados en el tiempo y a la vez resulta extrañamente íntimo, casi introspectivo en ocasiones. Muchas veces sabe que va a resultar incómodo y eso no parece disgustarle. Quiere ser justo y también es consciente de que conviene mantener cierta distancia pudorosa ante cosas que no podemos conocer del todo. La segunda versión me ha cautivado tanto como la primera, que leí hace trece años: me han impresionado el ritmo y la destreza con que está contada esta historia compleja, conmovedora y terrible.
Publicado originalmente en El Periódico de Aragón.