Guillermo Tovar de Teresa. Cronista de la Ciudad de los Palacios

Para recordar a Guillermo Tovar de Teresa recupermos el prรณlogo que Enrique Krauze escribiรณ para La ciudad de los palacios: Crรณnica de un patrimonio perdido.
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Para recordar a Guillermo Tovar de Teresa recupermos el prรณlogo que Enrique Krauze escribiรณ para La ciudad de los palacios: Crรณnica de un patrimonio perdido.

La destrucciรณn de las ciudades es un tema tan antiguo como el hombre. Desde que Dios decidiรณ arrasar Sodoma y Gomorra, el fuego ha sido el sello final. Nerรณn y los bรกrbaros quemaron Roma, Londres se incendiรณ por un accidente, Lisboa y San Francisco por un terremoto, Moscรบ prefiriรณ prenderse fuego antes que rendirse a Napoleรณn. Con todo, las ciudades son menos mortales que los hombres: renacen de los escombros y las cenizas.

Hiroshima es el caso de mayor dramatismo y Varsovia el mรกs heroico; ninguna otra capital europea padeciรณ tanto durante la Segunda Guerra Mundial. La frase โ€œno quedรณ piedra sobre piedraโ€ refleja literalmente el destino de aquella orgullosa y aristocrรกtica โ€œParรญs del Esteโ€, cuya belleza pintรณ a la orilla del Vรญstula el veneciano Canaletto. Pero en el momento mismo de la destrucciรณn, bajo el estruendo de los bombardeos, un silencioso hormigueo humano recogรญa los fragmentos de los edificios venerados y los guardaba en sus casas. Al concluir la guerra, cada uno aportรณ su porciรณn de Varsovia rescatada: un glifo, una pintura, una imagen, un bajorrelieve, un dintel, una inscripciรณn, un plano. Al poco tiempo, las cadenas humanas comenzaron la puntual labor de reconstrucciรณn. Aunque nunca volverรญa a ser la misma, Varsovia recobrรณ un aire de su antigua grandeza.

La historia de Occidente registra esos y otros milagros. Sus anales refieren tambiรฉn casos de irresponsabilidad, deterioro y muerte urbana, pero entre ellos existen muy pocos en los que la destrucciรณn haya sido provocada deliberada y festivamente por sus propios habitantes. Mรฉxico, por desgracia, es uno de esos casos. La capital que Humboldt bautizรณ como โ€œla Ciudad de los Palaciosโ€, la que sorprendiรณ a la marquesa Calderรณn de la Barca (โ€œMรฉxico es una de las ciudades de mรกs noble aspecto en el mundoโ€), resistiรณ por siglos el golpe traicionero de terremotos e inundaciones, de guerras y revoluciones, pero cediรณ ante una acciรณn mรกs efectiva y callada, mรกs subrepticia e irresponsable: la que ejercieron dos manos empuรฑando una piqueta. Los mexicanos no recogieron los fragmentos de su capital derruida: traficaron con ellos, los exhibieron como trofeos en sus salas o, mรกs comรบnmente, vieron con indiferencia cรณmo el arte se volvรญa cascajo. Ante la destrucciรณn que vino de dentro, la ciudad de Mรฉxico se defendiรณ mรกs por obra del azar y la pobreza que por el empeรฑo de unos cuantos habitantes. En algunos casos se salvaron construcciones enteras: en otros, el rescate fue parcial: una hornacina, una puerta, una pintura que โ€œse conservanโ€; en otros mรกs, el vestigio es sรณlo imaginario: una litografรญa antigua, un daguerrotipo, una leyenda, una placa que reza โ€œaquรญ estuvo…โ€. Por fortuna, la conciencia histรณrica encuentra siempre sus caminos y sus depositarios. Un siglo despuรฉs del primer golpe de piqueta contra los edificios virreinales de la ciudad de Mรฉxico, un niรฑo con alma de viejo sintiรณ la gravitaciรณn de toda la historia derruida y se propuso retenerla. Algรบn dรญa la ciudad tendrรญa el valor de verse en el espejo que รฉl, pacientemente, reconstruirรญa.

La infancia de Guillermo Tovar de Teresa transcurriรณ como en una galerรญa de retratos venerables, pero retratos vivos. El tiempo se habรญa detenido en la vieja casona de la colonia Roma donde conversaba con su abuelo, Guillermo de Teresa y Teresa. Las estridencias rockeras en la radio o las comedias de la incipiente televisiรณn pasaban inadvertidas para aquel niรฑo aislado, solitario, enamorado de su abolengo. ร‰l no vivรญa en el Mรฉxico de los sesentas sino en la โ€œmuy noble y leal ciudad de Mรฉxicoโ€. En aquella atmรณsfera de penumbra finisecular conversaba con el abuelo y el tรญo Ignacio sobre sitios remotos y antiguas usanzas, hojeaba aรฑosos รกlbumes y descifraba caligrafรญas extraรฑas. El recuerdo de los tiempos de don Porfirio, cuando el tรญo Josรฉ โ€“concuรฑo de Dรญazโ€“ era embajador en Austro-Hungrรญa, no era ya motivo de desolaciรณn sino de nostalgia. ยฟCuรกntas veces vio las postales de la casa de los Teresa en Tacubaya: el teatro privado, el lago, las caballerizas, el pequeรฑo tren? La Revoluciรณn los habรญa privado de negocios y haciendas, pero no los empobreciรณ verdaderamente. Fue un naufragio del que salieron cargados de fragmentos… como la ciudad de Mรฉxico.

La galerรญa de Guillermo Tovar incluรญa otros personajes. El padre, un doctor tapatรญo, vinculaba a la familia con mundos distintos o posteriores a los del reloj detenido en 1910: la medicina social de la Revoluciรณn y la vida campirana de provincia. Una nana octogenaria proveniente de la mixteca oaxaqueรฑa le referรญa historias y fantasรญas anteriores al reloj de 1810: vidas y milagros de santos ejecutados desde la realidad de los dรญas o de los altares. Un eminente historiador del arte โ€“Francisco de la Mazaโ€“ lo presentaba con una larga genealogรญa acadรฉmica, desde los cronistas de la Nueva Espaรฑa hasta Manuel Toussaint.

Tan vivos como los vivos gravitaban los muertos. El primero y mรกs importante era el tatarabuelo materno, Josรฉ Joaquรญn Pesado (1801-1861). Habรญa sido un excelente poeta de temas clรกsicos, editor y colaborador de varias revistas literarias (La ilustraciรณn Mexicana, El Museo Mexicano y, sobre todo, La Cruz),miembro de la Academia de Letrรกn y ministro de Relaciones Exteriores. El doctor Mora, que no era precisamente fรกcil al elogio, ponderaba sus virtudes, su elegancia y su talento, al grado de considerarlo el mejor candidato a la Presidencia. Pero sobre todas sus cualidades, la que influyรณ mรกs sobre el tataranieto fue la devociรณn de Pesado por la pintura novohispana. Junto con su primo Josรฉ Bernardo Couto y con el maestro Pelegrรญn Clave โ€“director de la Academia de San Carlosโ€“, Pesado escribiรณ un libro clรกsico: Diรกlogo sobre la historia de la pintura en Mรฉxico.A Pesado y Couto se debe, ademรกs, la integraciรณn de la sala mexicana de pintura en el Museo de San Carlos. Por el lado paterno, otro muerto ilustre gravitaba sobre el futuro cronista de la Ciudad de Mรฉxico: su tatarabuelo, don Agustรญn Fernรกndez Villa, โ€œque en Guadalajara leyรณ y aรฑadiรณ un poco a Couto: Discรญpulo del sabio carmelita fray Manuel de San Juan Crisรณstomo Nรกjera y autor de un diccionario de tรฉrminos escolรกsticos โ€“recuerda Tovarโ€“ Fernรกndez Villa reuniรณ algunas pinturas que salvรณ de los conventos demolidos en (tiempos porfirianos)โ€.

Por las librerรญas de viejo de la calle de Donceles y entre los anticuarios de La Lagunilla, Guillermo Tovar era conocido como el enanito. Desde entonces, su personalidad denotaba una amalgama extraรฑa: su atuendo, sus ademanes, su cortesรญa, sus formas verbales y, desde luego, su sabidurรญa correspondรญan a un caballero de edad respetable que habรญa viajado por todo el mundo y leรญdo todos los libros. Pero su sonrisa juguetona, su temperamento inquieto y, desde luego, su cuerpo y edad eran las de un niรฑo. No habรญa cumplido diez aรฑos y ya les corregรญa la plana a maestros universitarios. A los doce fue consejero de la Presidencia en materia de reconstrucciรณn artรญstica. Tras agotar los libros y las bibliotecas, su curiosidad abarcarรญa archivos pรบblicos y privados de los que irรญa recabando las decenas de miles de fichas cuidadosamente catalogadas que atesora. A los 16 aรฑos escribiรณ una historia de Tacubaya que se editรณ tiempo despuรฉs. Entre 1976 y 1990 publicรณ quince libros iluminadores sobre iluminadores y libros, pinturas y pintores, esculturas y retablos, iglesias y conventos, calles y edificios, artรญfices y gremios. A cada uno de esos libros los recorre la pasiรณn de dar voz a un pasado oculto, negado, suprimido: el pasado artรญstico de la Colonia. Son libros que rescatan con inteligencia y sensibilidad, con ternura y orgullo, los fragmentos de belleza que labraron hace siglos manos mexicanas.

Pero, ยฟy las piedras con vida que se perdieron irremisiblemente?, ยฟquรฉ hacer para darles voz? Uno de los รกngeles guardianes de Guillermo Tovar โ€“la tรญa Marรญa Teresa, descendiente y heredera espiritual de Pesadoโ€“ le sugiriรณ involuntariamente la forma de rescatarlos: le obsequiรณ el libro Los conventos suprimidos de Mรฉxico de Manuel Ramรญrez de Aparicio (1861). Gracias a aquel texto, a las litografรญas que el propio Pesado habรญa incluido en su revista La Cruz y a las anรฉcdotas que por tradiciรณn oral habรญa recogido doรฑa Marรญa Teresa, el joven Tovar abriรณ los ojos a un cuento maravilloso y terrible: โ€œhabรญa una vez una ciudad…โ€. Asรญ se enterรณ por primera vez del modo en que en 1861, aรฑo del triunfo definitivo del partido liberal,

las bibliotecas sirvieron para los calentadores y los archivos para las hogueras. Las pinturas fueron destruidas, dispersadas o embodegadas. Los retablos dorados fueron convertidos en leรฑa […] la piqueta arrasaba lo que podรญa […] el arte de la colonia recibรญa la agresiรณn mรกs obtusa, un daรฑo irreversible.

Poco tiempo despuรฉs Tovar empezรณ a completar por su parte el trabajo iniciado por sus antepasados: aรฑo tras aรฑo guardรณ escrupulosamente estampas, litografรญas y fotografรญas con vistas a publicar un libro que algรบn dรญa mostrara la destrucciรณn sistemรกtica de la ciudad de Mรฉxico por sus habitantes: La Ciudad de los Palacios. Crรณnica de un patrimonio perdido.

Nunca entenderemos cabalmente por quรฉ hombres sin tacha cรญvica como los liberales de la Reforma fueron ciegos a la grandeza del pasado colonial e implacables en su voluntad de negarlo y suprimirlo. Ante la posible destrucciรณn o cuando menos traslado de la fuente del Salto del Agua, Francisco Zarco escribiรณ: โ€œPara crear es preciso destruir. El diluvio, Babel, Sodoma, Gomorra, Nรญnive, Babilonia, el Gรณlgota, he aquรญ grandes revoluciones hechas por el mismo Dios que ha destruido para crear y reformarโ€. Del portentoso bajorrelieve de la iglesia de San Agustรญn (convertida, por fortuna, en Biblioteca Nacional), Ignacio Ramรญrez opinaba: โ€œafea la fachadaโ€, es un โ€œrecuerdo del espรญritu y del arte frailescos […] ยฟPor quรฉ no se suprime ese extravagante adorno?โ€. Mรกs por inercia y especulaciรณn inmobiliaria que por convicciรณn ideolรณgica, las generaciones que siguieron a los liberales, tanto las porfirianas como las revolucionarias, perseveraron en el uso de la piqueta. Cuando despuรฉs de un siglo despertรณ, la ciudad de Mรฉxico descubriรณ que habรญa cambiado de rostro. Casi no se reconocรญa en su antigua imagen. No la habรญan mudado los elementos, ni siquiera el terremoto de 1985 frente al cual, como en una metรกfora aleccionadora, los viejos edificios coloniales apenas sufrieron deterioro; la habรญa transformado el golpe tenaz, insidioso, resentido del mexicano contra su propio pasado, del mexicano contra sรญ mismo.

La Ciudad de los Palacios. Crรณnica de un patrimonio perdido es a Mรฉxico lo que aquel anรณnimo hormigueo humano fue para Varsovia: una amorosa, apasionada y por momentos delirante, desesperada labor de rescate. Guillermo Tovar no pudo resguardar los fragmentos fรญsicos de la ciudad que perdimos, pero sรญ su recuerdo visual y su noticia precisa. Este โ€œnovohispano vivoโ€ nos regala el espejo para mirar nuestra imagen rota. Su aporte es un epitafio pero tambiรฉn una incitaciรณn a reconocemos en nuestro pasado colonial; en รฉl, Tovar nos traduce el mensaje silencioso de los viejos edificios del Centro: ahuehuetes humanos que esperan, con paciencia y fortaleza, a que los riegue el agua de la reconciliaciรณn histรณrica.

 

 

 

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.


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