No permitamos que nos gobiernen los bandidos

George Steiner dijo: “Si nos gobierna la mafia es porque no hemos querido entrar en política.” Es la gran paradoja de la quiebra de la democracia.
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Los bárbaros son los otros, los que no son como yo, los que no hablan mi lengua, los que no tienen mis gustos, los que no son de aquí. Lo mejor es levantar un muro. Es triste saber que la mayor empresa humana en la historia ha sido la construcción de una muralla. En su mejor momento la Muralla china llegó a medir poco más de 21 mil kilómetros. Para darnos una idea: la distancia de México a Nueva York es de 3,359 kilómetros. Un gran muro para contener a los Otros. Es muy triste también que xenofobia sea una palabra de uso tan común y que su contrario, xenofilia, haya desaparecido. Este desprecio por lo diferente se da paradójicamente en tiempos de la globalización y de su mayor traducción tecnológica: el internet. Más conectados sí, pero también muros más altos.

Los bárbaros. Para los orgullosos europeos los bárbaros son los morenos sudamericanos, los negros de África, los amarillos de Asia, los adoradores de Mahoma. Y sin embargo, “entre el mes de agosto de 1914 y el mes de mayo de 1945, en Europa… más de cien millones de hombres, mujeres y niños fueron masacrados por las guerras.” ¿Quiénes son los bárbaros? “El milagro es que haya algo que sobreviviera a la mayor masacre de la historia.” El que señala esto es George Steiner, fallecido hace ya casi cuatro años. Steiner –que nació en Viena, creció en París y se educó en la Universidad de Chicago, en Harvard, en Oxford y en Princeton, y que fue profesor en las mejores universidades del mundo– recordaba que los campos de Hitler y de Stalin, “las grandes masacres no han venido del desierto del Gobi; se deben a la alta civilización rusa y europea.” Lo que señaló es monstruoso, el lado oscuro de los ideales de la Ilustración. Entre más cultura, mayor salvajismo. ¿No debería ser al revés?

“¿Es posible que, tal vez, las humanidades puedan volverle a uno inhumano?”, se preguntaba Steiner en su último libro: Un largo sábado. Conversaciones con Laure Adler (Siruela, 2016). ¿Es posible que la cultura “lejos de hacernos mejores, lejos de afinar nuestra sensibilidad moral, la atenúe?”

El gran Picasso, que pintó en su Guernica el horror de la guerra, es el mismo “que defiende a Stalin en un momento en que el horror del Gulag y de las masacres estalinistas era innegable.” T.S. Eliot fue antisemita, Ezra Pound fascista, Louis-Ferdinand Céline un filonazi. En Roma, en el Museo del fascismo, puede verse la dedicatoria que hizo Freud a Mussolini en un ejemplar de La interpretación de los sueños: “Al Duce, a quien debemos tanto por haber restaurado el esplendor de la Antigua Roma.” Martin Heidegger, quizá la mayor inteligencia filosófica del siglo XX, apoyó el nazismo, como Jean-Paul Sartre, enorme figura moral, el comunismo y, en los últimos años de su vida, el maoísmo, de la mano de gran parte de la intelectualidad francesa. De Hannah Arendt, que acuñó el muy cuestionable concepto de la banalidad del mal, comentó Steiner: “¿Una mujer que escribe un libro voluminoso sobre los orígenes del totalitarismo sin decir una sola palabra sobre Stalin porque su marido era un verdadero comunista-estalinista? No, gracias.” No es de extrañar, señalaba Steiner, que “los jóvenes estén hartos de la alta cultura, de la alta civilización que no fue capaz de oponerse a la barbarie, o que más de una vez se puso a su servicio.” Martín Luis Guzmán y Salvador Novo no vieron mal la matanza de Tlatelolco. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares enviaron un telegrama de apoyo a Díaz Ordaz, para no quedarse fuera de la historia universal de la infamia.

Pese a todo hay que seguir, escribió Steiner en la mayoría de sus libros pero especialmente en el último. “Somos los invitados de la vida para seguir luchando, para intentar que las cosas mejoren un poco.” Decir: solo puedo amar a los que son como yo, “es propio de almas innobles”, comentó Steiner en el ocaso de su vida. Somos, según Heidegger, los invitados de la vida. “Un buen invitado, un invitado digno, deja el lugar en el que ha sido hospedado, algo más limpio, algo más hermoso, algo más interesante de cómo lo encontró.”   

Dante en su Comedia imagina el último viaje de Ulises. Ya viejo, de regreso a Ítaca, anima a sus viejos marinos para que se lancen de nuevo al mar. “Les recordó su origen, les recordó que no habían nacido para vivir como los brutos, sino para buscar la virtud y el conocimiento”, dice Borges (Nueve ensayos dantescos). Esta lección es importante para nosotros. Para Aristóteles, señaló Steiner, “el idiotés es una persona que se queda en su casa y deja que gobiernen los bandidos… el idiotés es el que quiere mantenerse en su vida privada.” Escribió Steiner en su libro de despedida: “Si nos gobierna la mafia es porque no hemos querido entrar en política.” Esta es la gran paradoja de la quiebra de la democracia. “Si no queremos participar en política, ¿quién tiene la culpa?” ~

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