…de la humanidad nada totalmente
recto puede labrarse.
I. Kant
El 28 de noviembre, la Oxford Union, una prestigiosa Cámara estudiantil de debates por la que han pasado, como miembros, las élites que han gobernado a Inglaterra por centurias y, como invitados, los protagonistas de la historia –buenos, malos y feos–, convocó a un debate controvertido. Las mociones escandalosas –que los asistentes votarán con los pies (a favor o en contra) al salir– son las favoritas de la Oxford Union.
Esta vez, la moción era: “Esta Casa cree que Israel es un Estado apartheid responsable de genocidio”. En principio, una gran oportunidad para que abogados y opositores expusieran su visión del problema y se debatiera tal vez por horas, antes de votar. La etiqueta, vestimenta obligatoria en esos debates, es, como tantos modos británicos, un símbolo: se puede debatir apasionadamente, alzar la voz, tal vez, pero en una atmósfera de civilidad donde las ideas importan más que las pasiones.
Pero la civilidad se quedó en la vestimenta. El presidente de la Oxford Union, un estudiante egipcio llamado Ebrahim Osman-Mowafy, había retacado la Cámara con alumnos musulmanes (muchos de ellos financiados por Qatar). Uno de los oradores pro Israel, árabe por cierto, puso una grabación en árabe de los videos filmados por los terroristas de Hamás durante la masacre del 7 de octubre –que los propalestinos niegan– sin necesidad de traducción: la mayoría la entendió. Y, de acuerdo con los cánones de la confirmación tendenciosa que padecen todos los dogmáticos, desechó videos y argumentos automáticamente. Lo que no casa con sus prejuicios no existe. Lo que siguió fue un despliegue de antisemitismo, un aquelarre de insultos, descalificaciones, intentos de silenciar a los expositores y el inevitable paseíllo de la kafiiyeh de una organización terrorista, como si los palestinos y su causa fueran solamente Hamás.
Oxford, la universidad donde tuve la fortuna de estudiar, es la república de las ideas: enseña a pensar. Es la Universidad de Isaiah Berlin, un brillante pensador judío, que encarnó por décadas su espíritu incluyente. Con las primeras imágenes del debate sobre Israel volé mentalmente de regreso y recorrí las pocas cuadras que separan a Oxford Union de All Souls, el College de Berlin. ¿Qué hubiera pensado? El título de uno de sus libros –que tomó de Kant– es elocuente: The crooked timber of humanity, pero su visión de las muchas ideas filosóficas que sostienen la cultura occidental, y que estudió a fondo, es luminosa. Todos, desde los racionalistas hasta los románticos apasionados y los socialistas utópicos, tienen cabida. Pero no todos pasan la prueba del haz de valores universales que Isaiah Berlin defendía: sus banderas eran la libertad y la búsqueda de la verdad.
Vio y vivió el oscuro tránsito de muchas de esas ideas a la realidad. El bolchevismo totalitario lo expulsó de Lituania y el fascismo alemán lo hubiera exterminado, si no hubiese encontrado, antes, refugio en Inglaterra. Desde el conocimiento y la experiencia vivida escribió la historia de la transformación de las ideas en nacionalismos excluyentes, con su cauda de prejuicios (antisemitismo incluido); en ideologías que montaron maquinarias de propaganda que repetían mitos y mentiras; en movimientos y regímenes que sustituyeron el debate racional con consignas dogmáticas. Precisamente el escenario y la narrativa que enmarcaron el debate en la Oxford Union.
Isaiah Berlin lo hubiera reprobado sin reservas. Y la aprobación mayoritaria de la moción lo hubiera horrorizado. Con gran generosidad –escasa entre los pensadores islámicos– había reconocido las demandas palestinas como válidas: tanto como las sionistas. Advirtió el peligro de que el nacionalismo fuera un obstáculo, pero no la perversión de la historia que han llevado a cabo los palestinos para ajustar cuentas con los judíos y justificar lo que proponen: exterminarlos.
Sería recomendable que los estudiantes de Oxford retomaran sus propias raíces y adoptaran como lema las palabras de Berlin. Tal vez así podrían encontrar la verdad, abandonar el terrorismo verbal y construir un plan de paz viable: para cualquier pregunta –escribió– hay una respuesta verdadera. Solo una, y tenemos la capacidad para encontrarla. Y las respuestas verdaderas son armónicas, no pueden chocar entre ellas, porque la verdad no puede fragmentarse.
Descubrirían que aprobaron una moción falsa. Israel ha cometido muchos errores, pero no es un Estado apartheid y genocida. ~
Publicado en Reforma el 15/XII/24.
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.