39 escritores y medio, de Jesús Marchamalo y Damián Flores

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Pocos libros encontrará el lector como este 39 escritores y medio, de Luis Marchamalo (con ilustraciones de Damián Flores), que reúnan en un título dos prestaciones literarias tan aparentemente antagónicas como son: despertar la imaginación y, a la vez, servir como libro de consulta. Pero vayamos por partes. Un sector no minoritario de críticos literarios decimonónicos estaba convencido de que era imprescindible almacenar información de un autor para acercarse con mayores garantías a los secretos de su obra literaria. Todo un peso pesado de la crítica literaria francesa de la segunda mitad del siglo XIX, como fue Charles-Augustin Sainte-Beuve, practicó una fe indestructible en el poder biográfico de sus análisis. Se sabe que a este egregio crítico nunca le sentó bien ni Balzac ni Stendhal ni Flaubert. A Baudelaire le aceptó a regañadientes Las flores del mal. Ese es el mayor peligro de la confianza ciega en los autores. Si uno no ha limado antes sus prejuicios morales, cifrar en las vidas íntimas de los escritores la revelación última de sus libros puede conducir a severos prejuicios estéticos. Y esto fue lo que le pasó a Sainte-Beuve. Unos pocos decenios más tarde, Marcel Proust, en su celebre Contra Sainte-Beuve, lo arrinconó sin piedad en el desván de los métodos inoperantes.

Si hago esta disquisición es para apresurarme a neutralizar cualquier interpretación biografista del libro de Marchamalo. Nada más alejado del método del francés. He hablado al principio de esta reseña de imaginación, y lo hice para enfatizar el rasgo crucial de este libro: su vocación ficcional, su sentido del rasgo humano imprevisible, incluso casi inverosímil, para completar la idea psicológica, física, moral e histórico-social que se pueda tener de los autores que Marchamalo desgrana. Creo que serán muy ilustrativas unas palabras del propio autor de este libro, refiriéndose a algunas ausencias (se exigía él que los retratados estuvieran muertos y que fueran entre ellos lo más contemporáneos posible, excepto algunos más relativamente recientes): “Cargo con la responsabilidad (venial) de no haber sabido encontrar en ellos el rasgo, la sombra, la historia definitoria o definitiva”. Es evidente que estamos ante toda una declaración de principios. A veces, parece decirnos Marchamalo, un punto imperceptible, una anécdota aparentemente trivial, ilumina todo el conjunto de una vida. (O de una obra, si uno se empecina en hacer depender una de la otra). De la misma manera que un autor puede colaborar en no poco a sepultar su obra insistiendo en su itinerario vital, no es menos cierto que la operación contraria puede resultar igualmente desilusionante. Los sondeos literarios de Sainte-Beuve tendrían muy poco futuro con la ocultación biográfica que cultivan con increíble éxito escritores como Salinger o Thomas Pynchon. Pero a veces uno extraña “ese rasgo, esa sombra” instantáneos, fugaces, que nos hablen de la persona que tanto ha contribuido a hacer que su obra nos interese incluso sin saber nada de su autor. Voy a poner un ejemplo. ¿Nos va a interesar más El Quijote por el hecho de conocer pelos y señales de la vida de Cervantes? ¿Por ello se va aquilatar su importancia en la historia de la literatura universal? Es evidente que no. Pero creo que ni el más recalcitrante defensor de la autonomía de la obra literaria, se negaría a tener alguna información más precisa de su biografía. O menos lagunas que las soportables. ¿Cuánto daríamos por conocer esos “rasgos y sombras” en la vida de Homero, suponiendo que el autor de los poemas épicos haya sido una sola persona?  

No voy a citar a todos los autores que Marchamalo incluye en su libro. Decir sólo que lo integran desde Benito Pérez Galdós, pasando por miembros de la generación del 98, algunos poetas sudamericanos de la talla de un Huidobro, Neruda y Octavio Paz, acudiendo a la generación del 27, sin olvidar a Rosa Chacel y María Zambrano, e incluyendo a figuras de las letras latinoamericanas como Alejo Carpentier y Julio Cortázar. Si el lector está interesado en saber quién es el medio del título, sólo decir que ni es un escritor y medio ni mucho menos medio escritor sino dos: Lezama Lima y Virgilio Piñera. Y no me gustaría terminar estas reflexiones sin mostrar al lector dos anécdotas tomadas casi al azar. La de Antonio Machado, porque ilustra una situación personal extrema en íntima correspondencia con otra histórica. Relata Marchamalo (y aquí el verbo relatar hace hincapié explícitamente en la esencia narrativa de este hermoso e imprescindible libro) que cuando el poeta, junto a su madre y su hermano José, una vez agónicamente instalados en un hotel de Colliure, es decir en la derrota y en el exilio, bajaban al comedor, solían hacerlo de manera alterna: primero bajaban el poeta y su madre, luego su hermano solo. Ello le llamaba la atención a la dueña del hotel. La respuesta a tal extraño comportamiento estribaba en el hecho de que los hermanos tenían una sola americana. Y claro, la dignidad y la educación obligaban a cenar con americana. Me ha emocionado la del maestro Galdós, al que la mezquindad moral y política le escamotearon el Nobel: casi ciego, nos cuenta con verbo exacto y luminoso Marchamalo, acude el escritor a inaugurar su propia estatua en el parque del Retiro. A rozar su propia eternidad. 39 escritores y medio se completa con un aparato biográfico de evidente utilidad. La vida y las huidizas metáforas de esas vidas. Como por arte de magia, el lápiz del dibujante Damián Flores refleja con una exactitud milagrosa toda la carga de sombras cruciales que Marchamalo supo rescatar para sus retratados. ~ 

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