Caballos, madres, hijas y un pintor alcohólico

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Un baño en el río. “La mujer y la joven empezaron a desnudarse en los arbustos próximos al agua. Se quitaban las prendas con recato, guardando las distancias y dándose la espalda para no sorprender la púdica carne de la otra. Aunque débil, el sol calentaba entre los capullos que se abrían y las prietas hojas que centelleaban en sus ramas y motear con sombras las dos cabezas gachas, las piernas y los brazos desnudos”, comienza El caballo ciego, de Kay Boyle (1902-1992), que ahora publica Muñeca infinita con traducción de Magdalena Palmer. Esas dos mujeres que se cambian de ropa para bañarse en el río son madre e hija. La escena podría revelar cierta intimidad entre ellas, pero falta complicidad entre las dos. Poco a poco, se van dando más detalles: la hija ha estado en Italia durante el invierno, le gustaría volver a irse, tal vez París, apuntarse a una buena escuela de bellas artes; la madre se queja de la incompetencia de su marido, y padre de la chica, un pintor canadiense alcohólico que de vez en cuando, en un arrebato por demostrar que puede hacerlo, dilapida grandes cantidades de dinero, según la madre, “Quiere demostrar, a mí y a todo el mundo, la clase de hombre que es saliendo a comprar un animal que yo no haya tocado ni visto, y firmar el cheque para que todos crean que el dinero es suyo, después de tomarse unas copas para alardear de que es un hombre con firma y cuenta corriente”. El último despilfarro ha sido un caballo de caza al que la hija no tarda en tomar cariño. Cuando el animal queda ciego tras una apoplejía, el conflicto está servido: la madre quiere sacrificarlo, la hija se opone y el padre preferiría no tener que pronunciarse. 

Boyle: una vida casi nómada. El libro lleva un epílogo de Joan Mellen, autora de una biografía de Boyle. El texo se llama “Topónimos” y va recorriendo los lugares en los que vivió la escritora estadounidense, que vivió en Europa –Francia, Austria, Alemania…-, en diferentes lugares de su país y recorrió la ruta Ho Chi Minh. Mellen explica que Boyle ha sido ignorada por “quienes se han dedicado a reavivar las reputaciones silenciadas de escritoras estadounidenses”, según ella porque fue “demasiado internacional, poco dada a las definiciones fáciles para ser útil”. Recoge Mellen que Boyle dijo que su vida podía conocerse a través de su obra. Mellen: “Rica en amor, en obra, en compromiso, la vida de Kay Boyle ha sido una crónica personal del siglo que abarcó, una historia de nuestro tiempo”.

Esto no es un caballo. Aquí el conflicto está en el caballo ciego, que parece un acto desplazado, una pantalla: se enfrentan por el caballo, porque es ahí donde la hija puede mostrar su rebeldía. Le dice la chica, Nancy, al caballo: “No eres mi primer caballo, ni el segundo, ni siquiera el tercero; esta vez eres mi caballo como forma de protesta, mi caballo como desafío: no uno de raza y nervio, eléctrico del cuello a la grupa, sino mi monstruo de patas huesudas al que cuidar y murmurar a solas en defensa de los errores de mi padre, la encarnación de la identidad y la revuelta y el amor a la que asirse hasta que pueda verte como del brazo por la calle de otro país, dijo ella mientras la mano enguantada se desplazaba por el cuello, bajo la crin áspera y lustrosa. Levantó con un dedo el belfo aterciopelado, observó los descubiertos dientes superiores de su boca y respiró el cálido aliento endulzado por el heno mientras el dolor físico del amor la apuñalaba. Él apartó la cabeza de la mano, pero dócilmente, los ollares abiertos rosados y secos como la seda, estremeciendo las vibrisas del vulnerable belfo”. Para el padre el caballo también es algo más, como explica en su monólogo exagerado por el alcohol: “Estoy esperando a mi hijita, estoy en el bando de la civilización. Este caballo no es un caballo como cualquiera de nosotros; este caballo representa las fuerzas del bien contra las fuerzas de la destrucción, este caballo soy yo, tan yo como artista y extranjero, tan paria como yo, es una anomalía y es amor, representa el amor y se opone… […] Representa el Amor. Ahora lo hemos dejado claro. Este caballo está mal y por tanto va contra todo lo que para ti está bien y para el mundo está bien y para el señor Harr… El caballo, y es Nancy, creo, o es Nancy y yo marchándonos a otro país donde todos los que hablen inglés sean extranjeros, no solo yo”. 

Esta novela no va de caballos. Aunque el caballo sale mucho y el campo semántico de los caballos se explora, como el paisaje que recorren Nancy y el caballo en la novela, en realidad los caballos no son el asunto central del libro. Nancy y el caballo ciego protagonizan una subtrama en la que ella consigue primero montarlo, aunque no vea nada, y luego se empeña en conseguir que salte con ella en su grupa. Así demostrará que no es un caballo inútil y su sacrificio será un acto cruel hasta para su madre. En algunos momentos, la novela tiene algo muy teatral: por ejemplo, la primera visita del veterinario en la que la madre eclipsa todo, pero la incomodidad de los demás es palpable. El caballo ciego es el pretexto para contar una historia sobre madres e hijas, anhelos y expectativas; hace que conflictos conocidos –el choque generacional, un matrimonio infeliz– suenen con una música nueva. 

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