Un repertorio de lo obsceno

El cuerpo del delito / Los delitos del cuerpo. La colección de cine pornográfico “callado” de la Filmoteca de la UNAM.

Juan Solís

Universidad Iberoamericana

México, 2023, 312 pp.

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

El repertorio de lo obsceno es motivo del discurso audiovisual del cine pornográfico. Como concepto, lo obsceno es ambiguo, alude a lo que ofende al recato, el disimulo y la discreción, convenciones también vagas e imprecisas. Lo obsceno se repliega y se regodea en la oscuridad, la penumbra que lo vuelve ininteligible y objeto de morbosa prohibición. Por otro lado, al porno ahora se le considera una categoría fílmica, se le estudia y analiza. Existe en las bóvedas de la Filmoteca de la UNAM un conjunto de cortometrajes pornográficos realizados en México y otros países durante la primera mitad del siglo XX. Lo componen, entre otros títulos, El sueño de Fray Vergazo, Tomasa y Juan en el jardín, Lesbianas calientes, Trío de muchachas, Mamaíta, Té para dos, Cinco clientes, La campesina, La favorita y el sultán y La dama y el perro. El conjunto fílmico es analizado por Juan Solís en un libro que publica la Universidad Iberoamericana: El cuerpo del delito / Los delitos del cuerpo. La colección de cine pornográfico “callado” de la Filmoteca de la UNAM.

“Era un secreto a voces, esta colección se mantenía siempre oculta. La idea fue darle un tratamiento académico que propuso diferentes problemas metodológicos, porque enfrentarse a un campo tan escaso en fuentes me llevó a buscar en diversas áreas que no son necesariamente las fuentes consultadas en la historia del arte y en la historia del cine”. Solís, periodista de formación, recuerda que cuando hizo el servicio social en la Filmoteca, en los años noventa, encontró en un videocasete que no estaba etiquetado una selección de estas películas. “Le pregunté a mi jefa, Antonia Rojas, y me dijo ‘son películas que han llegado, la Filmoteca las guarda y ahí están’. Fue todo. Lo dejé archivado”. Mucho tiempo después, la tesis de maestría de Solís, que trabajó como reportero, se centró en uno de estos filmes, titulado El viaje de bodas. Con el tiempo, se dio cuenta de que no había sido el primero en encontrarse con estas películas: antes habían llegado a ellas Miguel Ángel Morales, Naief Yehya y Olivier Debroise. El libro es resultado de la investigación doctoral, sugerida por José Luis Barrios, en Historia del Arte de la Facultad de Filosofía y Letras, y de una estancia postdoctoral en la Ibero.

El cuerpo del delito / Los delitos del cuerpo recorre la historia de la representación del cuerpo y de la actividad sexual en la historia del cine. Por ejemplo en La mancha de sangre (1943), de Adolfo Best Maugard, que contiene el primer desnudo oficial del cine mexicano, aunque antes, como revela Solís, ya había habido porno. En el espacio que hay entre lo obsceno y lo artístico, el investigador hace varias hipótesis. “Se trata de pornografía porque de lo contrario las películas serían un mero registro del acto sexual, documentales fisiológicos sobre el apareamiento humano, pero al vestir estas secuencias con lo que llamo un ropaje diegético, con un relato, a lo que apelan es a la fantasía, al deseo del espectador, recurren a determinados imaginarios. En las películas hay sacerdotes, patrones con mujeres del servicio doméstico, charros y chinas poblanas como Chema y Juana, los personajes principales del Cancionero Picot. Es un porno que está respondiendo al imaginario nacional, a la pareja prototípica de México de los murales y las películas de la Época de Oro, porque al mismo tiempo ya está circulando algo que lo desmonta. Cultural y socialmente, los años veinte y treinta mexicanos es una época llena de ideas y reacciones. Eso hace que el porno mexicano tenga un valor como producto de consumo cultural como parte de la primera mitad del siglo XX”.

Solís asegura que se trata de cine callado, pues algunas de las piezas de la colección, muchas de ellas filmadas en 16 mm, optan por el silencio cuando la cinta ya tiene banda sonora. “Puede ser una causa económica, de distribución, por ejemplo no querer hacer tanto ruido cuando se las proyectaba en las salas escondidas. Algunas tienen la banda muy dañada, o sea que sí tuvieron sonido. ¿Esto que nos dice? Que no es un cine silente. Este es el que está imposibilitado de tener sonido sincrónico. Era un cine callado, un mutismo absolutamente voluntario”.

La investigación hace una analogía entre el cuerpo de obra –la colección misma–, el cuerpo desnudo de los actores o intérpretes –que se aprecia en las imágenes que ilustran el volumen– y el cuerpo de las películas, es decir, la materia de la que están hechas, de la que se extrae información valiosa. “Siempre acompañados de un técnico, pudimos acceder al cuerpo del filme. No solo abordamos el discurso de las películas, también su materialidad. Mucha gente consumía la pornografía, muchos sabían donde se distribuía. Eso queda claro con las marcas de fabricación, cinco, seis marcas distintas, ¡eso era piratería absoluta! El desgaste dice que las cintas tenían una vida fuerte. Hay intervenciones en ellas, cuando las revisas te das cuenta que el exhibidor cortaba los intertítulos en idioma extranjero y los ponía en español. Incluso a algunas les ponían su marca. Se trata de una apropiación de la cinta. Todos esos detalles no se ven en las copias digitales, solamente cuando revisas la cinta”.

Para seguir las pesquisas de su investigación, Solís se internó en el archivo jurídico de los delitos a la moral. Ahí fue reconstruyendo parte de esta historia. “Las películas delatan un sistema muy armado de, vamos a llamarlo así, industria subterránea. Eran cintas que no pasaban por el filtro de Gobernación, se hacían en una casa, en un hotel, se revelaban y se distribuían curiosamente en librerías. Encontré una similitud en el siglo XVI en Venecia, con los grabados de Raimondi, donde se veía a los dioses en posiciones sexuales, se distribuían en las librerías y aquí también. Una red comandada por Amadeo Pérez, que era español, tenía librerías con títulos de sexualidad y postales sugerentes en las calles Donceles, Isabel la Católica y la avenida Hidalgo, en el centro de la Ciudad de México. La gente pasaba a las salas que encubrían las librerías. No eran salas pequeñas, cabían 500 personas, según los reportes policíacos. Presuntamente, el abogado de Amadeo Pérez, acusado en varias ocasiones, perteneció a la Suprema Corte de Justicia. Para que esto circulara tenía que haber complicidad con las autoridades. Aunque en los expedientes se lee que, por ejemplo, se requisaron cuatro álbumes de fotos con modelos, veinte películas, etcétera, en los archivos no hay nada. Es probable que se quedaran con el material”.

En los estudios sobre el cine mexicano de, entre otros, Emilio García Riera y Jorge Ayala Blanco, está consignada una parte de la historia. “En ninguna historia del cine mexicano encuentras estas películas. A este cine que se hizo en México no se le puede poner debajo de la alfombra para que no lo veamos. Todavía genera mucha curiosidad”, asegura Solís. Con su libro, allana la senda para continuar los estudios fílmicos centrados en la pornografía, que ha tenido un gran empuje gracias a los estudios feministas. “Algo que discutí mucho con José Luis Barrios es que el porno es una escuela de deseo, el porno nunca satisface. Por eso la gente siempre regresa. Aunque ya haya visto lo mismo, aunque sepa qué tipo de secuencias va a haber en este canon tan armado, se regresa para activar el deseo. Eso es lo que genera cierta satisfacción”. ~


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: