Guillermo Tovar de Teresa es sin duda uno de los historiadores más singulares y notables del México actual. Nació el 23 de agosto de 1956 (preciso la fecha para los astrólogos) y fue un niño genio en el campo de la historia y el arte mexicano. A los trece años fue consejero de arte colonial del presidente Díaz Ordaz y a los veintitrés publicó su primer gran libro, Pintura y escultura del Renacimiento en México, editado por el INAH en 1979. En los últimos treinta años ha publicado no menos de treinta libros profusamente ilustrados sobre el arte novohispano, también grandes por su importancia y su formato. Menciono algunos: México barroco (1981), La ciudad de México y la Utopía en el siglo XVI (1987), El arte de los Lagarto, iluminadores novohispanos de los siglos XVI y XVII (1988), Bibliografía novohispana de arte (dos vols., 1988), Los escultores mestizos del Barroco novohispano (1991) y Miguel Cabrera, pintor de cámara de la reina celestial (1995). En Editorial Vuelta publicó dos de los más importantes. Uno es La ciudad de los palacios / Crónica de un patrimonio perdido (dos vols., 1991), que registra con fotos y un documentado texto la destrucción de la ciudad de México a partir del siglo XIX liberal: “un siglo después del primer golpe de piqueta contra los edificios virreinales de la ciudad de México –escribió Enrique Krauze–, un niño con alma de viejo sintió la gravitación de toda la historia derruida y se propuso retenerla”. El otro es un librito de menos de cien páginas, El Pegaso o el mundo barroco novohispano en el siglo XVII, de 1993, sobre la estatuita de Pegaso colocada en el Palacio Virreinal, animal que Carlos de Sigüenza y Góngora unió para su emblema con el mote Sic itur ad astra, “Así se va a las estrellas”, que expresó, junto al guadalupanismo mexicano, el patriotismo criollo barroco. En el curso de los años Tovar ha desarrollado y ampliado en nuevas publicaciones investigaciones iniciadas en este y otros libros. Ha asimilado, además, una cantidad enorme de libros antiguos, muchos de los cuales pasaron a formar parte de sus legendarias colecciones, y ha revisado en los archivos tomos y tomos de registros notariales que le han permitido aproximarse a las circunstancias de la elaboración de las obras de arte que estudia.
Tovar acaba de publicar dos libros de mediano formato, ambos impresos en julio de 2009 en España, y no dedicados al arte sino a la historia genealógica y a la bibliográfica. En el primero registra la Crónica de una familia entre dos mundos / Los Ribadeneira en México y España, aparentemente impulsado por su propia vinculación con esa familia noble por línea materna. En el segundo, Censura y revolución, el bibliófilo y bibliógrafo Tovar se asoció con la historiadora Cristina Gómez Álvarez para escribir un valioso estudio de los edictos del tribunal de la Inquisición de México, que reproducen los de España y agregan algunas prohibiciones más, entre la Revolución francesa y la extinción del Tribunal. Los autores dividen este periodo en tres fases: entre 1790 y 1809 la Inquisición intentó reprimir la propaganda política revolucionaria francesa y los escritos de la Ilustración, incluyendo los libros “filosóficos”, esto es, “pornográficos”; entre 1810 y 1815 combatió los impresos independentistas; y entre 1816 y 1819, el liberalismo de las Cortes de Cádiz.
Me detendré en el primer libro. La Crónica de la familia Ribadeneira tiene un comienzo algo destemplado, con un preámbulo en el que abundan las imprecaciones contra las “escuelas” historiográficas “que suelen alejarse de los principios heredados de la antigüedad, cuya solidez da principio a nuestro mundo”. Tovar fustiga a los historiadores académicos que sólo producen “uno o dos trabajos a lo largo de su vida profesional” –los cuales les sirven para hacer currículum y mejorar sus “ingresos salariales”–, que manejan con superficialidad materiales de segunda mano, que se la pasan en congresos donde “leen ponencias que matan de tedio a gran parte de los asistentes”, que a partir de metodologías pseudocientíficas hablan de grupos y clases, que son “fundamentalistas del indigenismo que niega el mestizaje de México”, y “resentidos, rencorosos y envidiosos sociales empeñados en mostrar los defectos y abusos de los personajes enlazados con este grupo familiar”, el de los primeros pobladores españoles, que no fueron “facinerosos, piratas y escoria de la sociedad española”, ni aventureros, como dicen los libros de texto gratuitos, y como sí ocurrió en las “colonias inglesas”, aún pobladas en el siglo XIX por los “plebeyos de la humanidad”, como lo dijo el mismo Schopenhauer. En México, en cambio, “hubo familias que tuvieron la visión de poblar esta parte del Nuevo Mundo y que, lejos de apoyarse en el servicio personal de indígenas, aportaron su propio esfuerzo en la colosal tarea”, y que además “eran muy devotos, pues colmaron de obras de platería la Ermita de Guadalupe, en el Tepeyac, donde era venerada por ellos y los nativos una imagen de la Concepción de la Virgen, de aspecto indígena”. Y al final del libro, en los agradecimientos, Tovar se indigna contra la utilización de “pedantismos de la jerga académica […] para designar de modo vago e impreciso a personas reales que no vivieron para luego ser tratadas como cosas por historiadores acomplejados y pretenciosos que confunden términos tales como oligarquía, nobleza, aristocracia y burguesía”.
Entre el preámbulo y los agradecimientos el libro es una sucesión de personajes que “casan” (jamás se casan) y procrean otros personajes; que ocupan altos cargos, hacen grandes cosas y ganan grandes cantidades de oro, aunque jamás se explica cómo lo consiguen sin recurrir al “servicio personal”, trabajo asalariado más o menos libre, de los indios. Esto sería lo de menos si el libro consiguiera interesar al lector con narraciones de las vidas de personas de carne y hueso. Tampoco tiene la cortesía de explicar algunos tecnicismos (como “veinticuatro”, que en Andalucía equivalía a “regidor” noble de un ayuntamiento), y se colaron algunas imprecisiones históricas e incorrecciones de lenguaje. Como los historiadores resentidos que apalea, Tovar casi nos mata de tedio en su crónica. No termina de hacerlo debido a algunos datos de interés que incluye, como el de la relación de los Ribadeneira en el siglo XI con Yehuda Ha-Levi, el mejor poeta sefardita de la España medieval, o en el siglo XV con el franciscano fray Vicente de Burgos, traductor de la gran enciclopedia Historia natural, do se tratan las propiedades de todas las cosas, del franciscano inglés Bartholomaeus Anglicus. El libro se levanta un poco en los mejor documentados capítulos dedicados a las múltiples relaciones y realizaciones de los Ribadeneira (y de los Espinosa) en México, donde su “trayectoria de grandes enlaces” los llevó “a convertirse en una de las columnas vertebrales de la alta sociedad en el virreinato”. Su sangre parecía tener “un efecto midatorio (por Midas, el rey frigio que todo lo convertía en oro), ya que ostentar este apellido era signo de grandeza y fortuna”. Destaca Tovar que, como sus servicios al rey “se vinculaban al bien de su República”, en el siglo XVIII los nobles mexicanos “se volvieron mucho más virtuosos que muchos de sus holgazanes parientes europeos con títulos vacíos”.
Tovar advierte que muchas personas llevan el nombre de Ribadeneira, pero a menos que demuestren lo contrario, “con documentos probatorios, se tratará casi siempre de homónimos”, pues el apellido “se fue disolviendo en las sucesivas generaciones de su estirpe desde finales del siglo XVIII”. En el siglo XIX los “descendientes de los antiguos Ribadeneira llevaban los genes pero no el apellido”. Tovar, al igual que su hermano Rafael en su reciente novela Paraíso es tu memoria (2009), destaca la importancia de la familia De la Llave, y particularmente del general Ignacio de la Llave, “descendiente de los Ribadeneira en novena generación” que “supo comprender las nuevas circunstancias creadas por el Republicanismo y la Reforma Liberal”. Tomó las armas en 1847 contra la invasión norteamericana; en 1854 se sumó al Plan de Ayutla contra la dictadura de Santa Anna; luchó contra los conservadores en la Guerra de Tres Años, y desde 1861 hasta su muerte en 1863 fue ministro de Gobernación y de Guerra del presidente Juárez, quien lo declaró Benemérito de la Patria. El estado de Veracruz, donde nació, recibió entonces el nombre de Veracruz de Ignacio de la Llave.
Son de interés otros personajes vinculados a los Ribadeneira en la Nueva España, como el factor Gonzalo de Salazar, quien dio un “golpe de Estado” contra Hernán Cortés durante su ausencia en Honduras entre 1524 y 1526, y cometió toda clase de abusos. Salazar fue encarcelado pero recuperó su cargo y su familia prosperó, acaso debido a que era hijo natural del rey Fernando de Aragón, como lo cree posible Tovar. Los Salazar, a su vez, emparentaron con la familia del emperador Moctezuma, a través de descendientes de la breve unión de Cortés y doña Isabel Moctezuma. Tovar destaca los vínculos de la familia con el deán Tomás de la Plaza, constructor en el siglo xvi de la Casa del Deán en la ciudad de Puebla, con sus murales que representan Los triunfos de Petrarca, y en el siglo XVII con el poeta criollista Luis de Sandoval y Zapata (ambos, los murales y el poeta, estudiados por José Pascual Buxó). También tiene interés la participación de los ricos mineros novohispanos en el impulso (aunque no en la creación) del culto guadalupano incipiente, después de la represión a la conjura de don Martín Cortés en 1566, pues los mineros tomaban el camino a las minas de Pachuca, Ixmiquilpan y Zacatecas saliendo de la ciudad de México por la calzada de Tepeyac y deteniéndose en la ermita de Guadalupe, que llenaron de obras de platería, como las realizadas por el mayordomo de la ermita y “extraordinario platero” Domingo de Orona, incluyendo una imagen de la Virgen de tamaño natural, según el testimonio del pirata inglés Miles Jones. Concluye Tovar que estos “fueron los años de gestación del criollismo novohispano”. ~
(ciudad de México, 1954) es historiador. Autor, entre otros títulos, de Convivencia y utopía.