La historia del buen viejo y la bella muchacha, de Italo Svevo

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"No hay unanimidad tan perfecta como la del silencio." Con esta frase se refería Italo Svevo a la indiferencia de la crítica respecto a sus dos primeras novelas, Una vida y Senectud. La tercera novela de Svevo, La conciencia de Zeno, corrió con distinta suerte gracias a una circunstancia accidental: en 1907, Svevo solicitó a la Berlitz School de Trieste un profesor particular para perfeccionar su inglés. El hombre que acudió a este llamado fue James Joyce, quien de manera atípica —ya que el joven irlandés, aún abriéndose paso, estaba obsesionado con su propia carrera y difícilmente se salía de la ruta de su egocentrismo— se afanó, tras intimar con su alumno y leer Zeno, a promocionarla intensamente, con lo que logró despertar la atención de Valéry Larbaud y Eugenio Montale, escritores influyentes en la Europa de esa época. A partir de estos apoyos, surge la revaloración de Svevo y su obra en el mapa literario.

Italo Svevo era en realidad el seudónimo de Ettore Schmitz, un empresario audaz dedicado a fabricar pintura anticorrosiva para barcos. Tal vez pertenecía más a la esfera de los negocios que a la de las letras, pero esa condición le dio mundo y una rica perspectiva humana. Sin duda esto acabó aportando a su original visión de escritor, nutrida de fuentes tan diversas como las tradiciones bávara, italiana y judía, así como ciertas nociones técnicas y tendencias científicas de avanzada, como el psicoanálisis. Schmitz llegó a ser traductor de Freud, y el legado de éste queda patente tanto en pasajes oníricos de sus libros como en la sexualidad oculta de sus personajes, o bien en la mecánica general de sus observaciones psicológicas.

En su célebre biografía sobre Joyce, Richard Ellmann consigna un diálogo entre el dublinés y el triestino donde el primero concluye así: "Psicoanálisis… si es necesario, quedémonos en la confesión…"

Alrededor de 1900, tras su falta total de éxito literario, Schmitz había dejado prácticamente de escribir, pero la voz de Svevo ya estaba definida y su prosa ya contenía algunos de los atributos esenciales de la escritura moderna, que en esos años venía germinando a través de Proust, Musil o Joyce mismo.

Los escritos de Svevo se guían por un sutil sesgo mental que tiende a concentrar y poetizar. Como querría Platón, este aliento poético va acompañado de un leve tono humorístico: "Hasta dentro del sueño el señor Aghios seguía con sus reflexiones. Pensó: Pues no estoy solo, porque mi libertad va conmigo. Lo único molesto es ese bolsillo del pecho, que se me clava" ("Corto viaje sentimental").

La concisión de Svevo no sólo nos deja estos momentos de ensueño fascinante. También produce, a lo largo de toda su obra, frases rotundas y memorables. Es posible que esta capacidad sintética y el atractivo de su prosa decantada adquieran más eficacia en La historia del buen viejo y la bella muchacha, un cuento que se alarga sin perder ritmo y se convierte, casi, en una novela corta. En este relato entendemos lo que Stanislaus Joyce juzga como "el temperamento maduro, objetivo y apacible de Svevo". En el fluir de la historia aparecen momentos cercanos al arrebato y el paroxismo, pero la narración siempre encuentra equilibrio y templanza, tal como parece encontrarlos también el protagonista, a quien le da por descargar su conciencia escribiendo un libro basado en su experiencia, pero no una traslación de ésta a la ficción, sino un tratado moral. Así, la trayectoria del buen viejo casi ilustra lo que en su ensayo sobre la escritura confesional J.M. Coetzee llama "la secuencia de transgresión, confesión, penitencia y absolución". "La absolución —añade Coetzee— es la meta indiscutible de toda confesión, sacramental o secular." (Doubling the point, 1992.)

El viejo de esta historia seduce a una joven y bella muchacha. Pronto sus excesos lo enferman y deja de verla. Pero ella regresa bajo la forma del remordimiento. Nos dice Svevo: "En el fondo el remordimiento no es más que el resultado de una determinada forma de verse al espejo. Y él se vio mísero y pequeño."

Svevo deja expuesto a su personaje en todas sus contradicciones, nunca lo justifica, pero a menudo lo explica: "Los viejos son un poco como los cocodrilos, que no cambian fácilmente de dirección…"

El título de esta nota es una frase de Ireneo Paz, del libro Amor de viejo, escrito en 1874: "… entre los pliegues del alma (disculpe usted la figura)…" De Chaucer a Paz (Ireneo), de Boccaccio pasando por Goethe hasta Schnitzler, Mann (Heinrich) o Nabokov, de Villon a Machado de Assís o a Junichiro Tanizaki y a Yasunari Kawabata —junto con la novela de García Márquez que tributa a La casa de las bellas durmientes—, el tema del viejo y la joven es tan común que en cada una de las variantes debemos poner especial atención a los matices, más que a la historia misma, que resulta, se sobreentiende, un lugar común.

En el citado Amor de viejo, ya existe un elemento de distancia crítica y un juego humorístico de acotaciones parafrásticas que no dejan de relacionarlo con Diderot o Sterne, y con esa tradición de la literatura que se observa a sí misma, en la que el sarcasmo sale a relucir repetidamente. Esa tradición viva que ha apasionado por igual al otro Italo Calvino y Milan Kundera en sus vertientes teóricas.

"Cuando los viejos aman pasan siempre por la paternidad y cada abrazo suyo tiene el acre sabor del incesto", nos dice Svevo. A final de cuentas, lo más preciado del libro, su virtud particular, es la gran capacidad para la sentencia, lírica y sarcástica a un tiempo, siempre cargada de un trasfondo misterioso.~

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