A principios de este año, el sitio web Babe publicó la historia de Grace, una fotógrafa neoyorquina de 23 años que describió una cita que tuvo con el comediante Aziz Ansari como la peor noche de su vida. Grace y Ansari se conocieron en una fiesta, intercambiaron teléfonos y salieron a cenar una semana después. Al terminar de cenar se fueron al departamento de él, en Tribeca, en donde empezaron a fajar, se desnudaron y se hicieron sexo oral mutuo. El encuentro sexual fue consensuado, pero en el artículo Grace describe cómo él insistió en coger hasta hacerla sentir incómoda e ignoró las señales –verbales y no verbales– con las que le pidió que se detuviera. Al final, cuando le dijo de forma más explícita que quería irse, Ansari le pidió un taxi.
De inmediato, las opiniones se dividieron. Para algunas personas, lo que hizo Ansari es una agresión sexual grave, equiparable incluso con un intento de violación. Pero para otras no sólo no lo fue, y opinaron que considerarlo así y condenarlo como tal va en detrimento del feminismo en general y de movimientos contra el acoso. La pregunta al centro del debate es: ¿dónde está la línea entre acoso, violación, hostigamiento? El lenguaje en estos casos pesa mucho, porque es la herramienta que tenemos para reconocer de las áreas grises que existen siempre que de sexualidad se trata. De esa necesidad de reconocimiento parte el libro más reciente de la antropóloga Marta Lamas, publicado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) hace algunos meses. El libro es provocador desde su título –Acoso, ¿denuncia legítima o victimización?– y nos adentra en un tema que no le es ajeno a ninguna persona que haya seguido más o menos de cerca los debates feministas más recientes.
“No existe en el mundo nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”, dice Lamas en el prólogo del libro, y continua explicando cómo la idea del acoso ha logrado movilizar a millones de mujeres en los últimos años, especialmente a partir del auge del movimiento #MeToo (la “americanización de la modernidad”, señala siguiendo a Bolívar Echeverría). Sin embargo, argumenta, algunas mujeres han considerado “acoso” a usos y costumbres culturales, como el piropo, e incluso a prácticas tipo quid pro quo como el intercambio de favores sexuales a cambio de oportunidades laborales. Para Lamas, las denuncias por acoso han sido un modo de canalizar el malestar y la indignación que provocan otras prácticas machistas más agresivas o discriminatorias. Ese ¡basta ya de acoso!, advierte, es en realidad ¡basta ya de desigualdad, basta ya de doble moral, basta ya de discriminación, basta ya de machismo!
Lamas, activista de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y participante destacada, desde los años setenta, del movimiento feminista, ha sido ferozmente criticada por su postura frente al acoso. En un debate al respecto sostenido con Catalina Ruiz-Navarro, el tema del consentimiento tomó especial relevancia: “El erotismo no puede ser por obligación. No hay nada más sexy que el consentimiento. No hay nada más sexy que yo diga: «sí, quiero; y quiero que me hagan esto; y sí, acepto tus manos en mi cuerpo»”, dijo Ruiz-Navarro. Lamas, en cambio, señaló “En el tema de la libido y el deseo no todo se puede explicitar previamente… Me daría una hueva infinita que siempre me dijeran: “oye, ¿te puedo dar un beso?”… Eso sí me parece absolutamente, en mi caso, deserotizante”.
En este sentido, en “Acoso, ¿denuncia legítima o victimización?”, Lamas ahonda en los riesgos de reducir a “acoso” la complejidad del deseo sexual, la naturaleza del erotismo y sobre todo la brutalidad de un contexto violento, desigual y explotador. Para ello, hace un revisión de lo que los diferentes feminismos proponen, incluyendo definiciones jurídicas y políticas, las distinciones con otros conceptos como hostigamiento y abuso sexual y los dilemas y controversias que enfrentamos hoy en universidades, centros de trabajo o espacios públicos. “Si todo es acoso, nada es acoso”, advierte, y explica, siguiendo a la filósofa Celiá Amorós que “conceptualizar es politizar”. Es decir, para visualizar realmente la magnitud de cierto tipo de violencia es necesario definirla con claridad, ya que sólo podemos combatir lo que somos capaces de identificar.
Más allá de las opiniones personales, al cuestionar los discursos feministas dominantes Lamas invita a una reflexión crítica que muchísima falta la hace al feminismo actual, que en algunos casos se ha convertido en un eslogan que se puede poner en gorras y camisetas o en la promesa de que ser feminista te hará más feliz, tener una vida sexual más satisfactoria o ser más exitosa profesionalmente. Esta noción es engañosa, escribe Jessa Crispin en su libro Por qué no soy feminista. Un manifiesto feminista, porque da la sensación de que basta que una mujer se autodenomine feminista para que todas sus acciones, por más mezquinas, frívolas o conservadoras que sean, se conviertan en expresiones del movimiento.
“MacKinnon sostiene que las mujeres son una clase oprimida, que la sexualidad es la causa de dicha opresión y que la dominación masculina descansa en el poder de los hombres para tratar a las mujeres como objetos sexuales. La influencia teórica, política y jurídica de esta autora ha sido inmensa, y ha ido potenciando un discurso mujerista y victimista respecto de la sexualidad, la violencia y la ley”, dice Lamas. Además, abunda, “(…) la experiencia sexual humana no sólo se remite a las cuestiones fisiológicas medibles, como la excitación y el orgasmo, sino a insólitas manifestaciones del deseo, presentes en las fantasías sexuales y en los requerimientos, a veces atinados y seductores, otras veces inoportunos y molestos”.
Lamas sabe (lo ha dicho en varias entrevistas) que algunas de estas posturas no le ganarán simpatías, pero ha insistido en mostrar que el ser víctimas no es una condición generalizada de las mujeres. La cuestión es importante, creo yo, por varias razones. Primero, porque pone al centro preguntas que acaso no se han planteado con seriedad en algunas vertientes del feminismo: ¿Puede el objetivo de reducir las posibilidades de “acoso” reducir también la posibilidad de profundizar en relaciones significativas y gratificantes? ¿Hasta qué punto las denuncias y reclamos que se formulan como acoso están evitando que se nombren la discriminación y la desigualdad que producen el machismo y la misoginia? Por otro lado, el hecho de que Lamas pertenezca a una generación de feministas distinta, que vivió en un contexto en el que otras luchas se veían como centrales, es algo que habría que tomar en cuenta: el debate intergeneracional puede ser benéfico para ambas partes. No todas pensamos igual, por fortuna, y las diferencias de opiniones son signo de un movimiento vivo. Cuestionar las corrientes dominantes del feminismo en nada equivale a traicionarlo. Todo lo contrario: lo enriquece.
(Ciudad de México, 1984). Estudió Ciencia Política en el ITAM y Filosofía en la New School for Social Research, en Nueva York. Es cofundadora de Ediciones Antílope y autora de los libros Las noches son así (Broken English, 2018), Alberca vacía (Argonáutica, 2019) y Una ballena es un país (Almadía, 2019).