Aleksei von Jawlensky

Distancia e intemperie

'La ragazza andaluza', primera novela del florentino Alessandro Gianetti, puede contarse como parte de la larga tradición de visitantes extranjeros que viajan por España de sorpresa en sorpresa.
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Comienza en Madrid y se desplaza hacia Sevilla, con algunas escalas en la costa portuguesa y algún pueblo del interior de Andalucía. Transcurre a lo largo de un verano y transcurre también en la mente del narrador, que explica en primera persona el desarrollo de la historia de amor entre un traductor italiano afincado (o afincándose, puesto que todavía se enfrenta a malentendidos y brechas culturales) en España y una lacónica sevillana cuyo indescifrable comportamiento él trata de comprender. Los movimientos psicológicos coinciden con la canícula, y de esa manera se explica mejor el tono algo alucinado de lo que se cuenta. 

La ragazza andaluza, primera novela del florentino Alessandro Gianetti, acaba de publicarla en España la editorial Sloper con traducción de Juan José Delgado Gelabert. Puede contarse como parte de la larga tradición de visitantes extranjeros que viajan por España de sorpresa en sorpresa, como la famosa ardilla que también deberían conocer esos estupefactos visitantes. En este caso el protagonista vive en Madrid desde hace años, pero aún no ha acabado de acostumbrarse del todo a los ritmos y funcionamientos españoles. La extrañeza del extranjero frente a las costumbres aborígenes (“… aprendí a comer a las tres de la tarde, a cenar a las diez de la noche y a exclamar ¡Hombre!…”) funciona aquí como reflejo de la incomprensión más íntima, la que le relaciona con Beatriz (“… también sus miradas eran intraducibles, como los lentos movimientos de sus manos…”) a partir del momento en que la conoce, en una calurosa noche de junio. 

Ese encuentro tiene lugar en las primeras páginas. La vida anterior del narrador la podemos conocer mediante algunos flashbacks y especialmente las conversaciones que mantiene con sus amigos a lo largo de la novela, donde deja algunas pistas de las costumbres que va a abandonar, pero lo cierto es que a él lo estamos conociendo de manera casi simultánea a la aparición de Beatriz, y por eso funciona tanto el contraste entre las dos personalidades, que muestran dos modalidades distintas de introversión. Es precisamente por contrastes como se organiza la novela.

El más evidente es el que se da entre los dos temperamentos: él, muy analítico y aparentemente desapegado, se embarca en un amor que tiene mucho de investigación sobre la joven sevillana, cuya inquietante pasividad parece ser el acicate de la pesquisa. Beatriz es silenciosa, mide sus palabras hasta el extremo de tardar minutos en contestar y a menudo se entrega a una inactividad casi mineral. En cierto modo, el enorme esfuerzo de análisis que tiene que hacer el narrador para acercarse a la hermética mujer con la que está compartiendo el verano lo convierte en un ser tan impenetrable como ella. Muchos de los momentos que comparten son ocasiones para que el narrador se entregue a las cábalas sobre los deseos y la verdadera naturaleza de Beatriz, que por otro lado sí que ha manifestado interés por él, pues le anima a que vaya a visitarla a Sevilla y viaja también ella misma a Madrid. A propósito de esto, es curioso que el título, La ragazza andaluza, parezca anticipar un personaje desgarrado y desenvuelto, una especie de modelo de Romero de Torres o de Merimée, cuando en realidad se refiere a una mujer que el imaginario colectivo colocaría mucho más al norte.

A menudo es la distancia la que nos permite apreciar las cosas, advertir los detalles y características que se nos escapan cuando tenemos muy encima aquello que estamos mirando, cuando prácticamente formamos parte del cuadro que vamos a describir. Así, del mismo modo que la distancia percibida entre estos dos personajes no solo despierta la curiosidad del narrador sino que le permite estudiar a la misteriosa mujer y descubrir sus rasgos característicos y únicos, esa misma sensación de lejanía es la que opera cuando se tiene que enfrentar a su país de adopción, tanto cuando disfruta de sus costumbres como cuando le suponen un incordio incomprensible. La mayor receptividad que provoca este extrañamiento encuentra su modelo más agradecido, aparte de en el personaje de Beatriz, en la larga lista de bares, tabernas, restaurantes y bares de copas que los personajes visitan a lo largo de la narración, que existen realmente en las ciudades de Madrid y de Sevilla y que conforman algunos de los pasajes más luminosos.

Para disfrutar de lo más característico de nuestra ciudad, de nuestro país, lo mejor es visitarlos con un extranjero, que no ha crecido en nuestra cultura y para el que todo puede ser motivo de sorpresa. De esta manera nos podemos fijar a nuestra vez en detalles que se nos habrían escapado. Esto vale para una taberna y vale para el país entero. Leer un libro de viajes por nuestro país escrito por un extranjero nos abre la puerta a secretos que de otro modo nos pasarían inadvertidos. Esta novela, aunque está dedicada sobre todo a los vaivenes del amor, está narrada desde el punto de vista de un hombre fuera de su entorno habitual, lejos de su país, que acaba de quedarse sin trabajo, que parece contar con menos puntos de apoyo para enfrentarse al mundo, lo que por un lado le ha dejado a la intemperie pero por otro le proporciona un punto de vista muy afilado, el del viajero de paso que aunque no acabe de entenderse con los autóctonos con los que se cruza, o precisamente por eso, es capaz de comprender de ellos una verdad profunda que quien no se mueve de su sitio nunca podrá advertir. 

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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