Jacobo Siruela
El mundo bajo los párpados
Girona, Atalanta, 2010, 350 pp.
Probablemente existan casi tantas razones para leer un libro como libros hay en el mundo. Las hay nobles, y las hay innobles, unas son inocuas y otras graves. Y a veces se lee un libro sin que exista una razón para hacerlo o cuando insomne… Pero creo que una de las mejores razones que hay para leer es cuando se topa uno con un libro que descubre mundos nuevos, un libro que se adentra en territorios incógnitos o poco explorados, un libro que crea un mapa o unas coordenadas, uno que desvela otros libros, otras vidas, de cuya existencia no tendríamos noticia de no ser por haberlas leído allí.
El mundo bajo los párpadosde Jacobo Siruela (Atalanta, 2010) es un libro así. Solamente las referencias equivalen a una pequeña enciclopedia de quién ha soñado, o soñado mejor, o compartido sus visiones con otros. Va a parecer presunción (y ha de serlo) pero lo digo para remarcar el carácter notabilísimo de este ensayo: hacía mucho que no leía un libro que me deslumbrara por su conocimiento y me humillara (en el antiguo sentido medieval de hacerme más humilde) por mi ignorancia. Pero, además, este es un libro que se contiene a sí mismo y no solamente apiña referencias, sino que esclarecidamente las acota: al contrario de libros excelentes pero confusos como La rama dorada o La diosa blanca aquí no hay excesos de erudición, ni listas interminables de cosas, objetos, ni más vasos comunicantes que los necesarios. Este es un libro muy bien pensado y, como tal, lo que no dice es tan importante como lo que dice.
Hay algo singularmente extraño en los sueños, por supuesto. No es lo menos que conocer los sueños de los demás mortales, a menos que sean los sueños premonitorios o las visiones de gente tan distinta como san Pedro o María Estuardo (von Bismarck o Descartes sí vienen retratados en el libro), sea algo mortalmente aburrido. Los sueños que más nos importan son aquellos que conciernen al poder, al dominio erótico o a lo sobrenatural; los que menos, los de nuestros amigos o vecinos. Nunca dejarán de concernirnos los propios, por supuesto. Claro que no es lo mismo el sueño de un augusto que el de un tendero y, sin embargo, cuántas veces el sueño de una persona común ha desbancado el sueño de un poderoso o lo ha hecho temblar por sus imprevisibles coincidencias. Y no son lo mismo los sueños de quienes han aprendido a soñar que aquellos que vienen en forma de desbalagadas alucinaciones. Este no es, nos aclara la contraportada, un libro de interpretación de los sueños sino un libro que intenta ver con ojos luminosos, dentro de esa materia densa y antigua, al explorar la relación del soñar con los distintos estados de conciencia, con la complejidad del tiempo y el enigma negro de la muerte. No solo con la muerte, nos recuerda Siruela, está atado el sueño, sino con la sanación. A este respecto los sueños tenidos en templos y cavernas dedicados a Esculapio o los que pudo tener un enfermo a los pies de María Sabina son reveladores.
Muchos han escrito sobre el sueño y muchos seguirán haciéndolo. Baste mencionar, aparte de Freud, los tratados oníricos, Sobre los sueños y Sobre José (la edición que conozco es la de Gredos) de Filón de Alejandría, hebreo helenístico y cristiano del siglo Id.C. Filón sigue una división tripartita “posiblemente estoica”; Cicerón la refiere al hablar de Posidonio, cuyo tratado se ha perdido. Divide en tres los tipos de experiencias del durmiente. Son “los de primera clase… [cuando] la divinidad, por propia iniciativa, envía las imágenes de los sueños… los de la segunda [en los] que nuestra mente, moviéndose juntamente con la del universo, parece poseída e inspirada por Dios…” y los de la tercera clase, sueños inspirados por almas o espíritus.
El mundo bajo los párpadostoma posición frente al racionalismo moderno y la ciencia mecánica para descubrirnos otro tipo de razón, otro tipo de mecánicas, que fueron evidentes en la Antigüedad, y que hoy, a partir, por ejemplo, del descubrimiento del principio de incertidumbre de Heisenberg, cobran nueva vida, por volverse, una vez más, actuales. Tal vez la parte más importante del tratado de Siruela sea esta, en la que relaciona los descubrimientos de la física cuántica con las coordenadas oníricas: en cierto sentido, como René Thom, Siruela está también en busca de una semiofísica, para no quedarnos “trabados en la obviedad material de las cosas”.
Porque creo que lo que se pregunta Siruela en este libro no es tanto qué o cómo soñamos, sino dónde soñamos aquello que soñamos. De ahí, creo, el hermoso título. Su búsqueda es la búsqueda de ese espacio común, pero poco común, donde se ejercitan las visiones oníricas; su libro es un tratado de topología. Como tal busca establecer los ejes, ya no cartesianos, sino más parecidos a los grandes gusanos temporales que habrían de atravesar este universo y otros comunicándolos por medio, entre otras cosas, de los sueños, puesto que “si la realidad física no es literalista, ¿por qué ha de serlo entonces la psíquica?”.
De Geoffrey Chaucer a Emanuel Swedenborg, de Hermann Hesse a Theodor Adorno, de Elsa Morante a Jack Kerouac y Federico Fellini (y en México de Bernardo Ortiz de Montellano a Salvador Elizondo), los Traumtagebücher (diarios de sueños) han conocido variada fortuna. Se necesita una particular sensibilidad para describir un sueño lo mismo que para leerlo o escucharlo. La fuerza de los sueños de, por ejemplo, Ernst Jünger, radica en el hecho de que cree en los sueños, en los propios y en los de los demás, cree verdaderamente que, como decía Filón, la divinidad, los ángeles y otras almas participan al durmiente de visiones para que actúen como fuerzas psíquicas una vez que este regrese al mundo de la vigilia y lo conduzcan.
Después de todo, el libro más importante de Occidente es un libro de visiones; el segundo, también. No arriesgaría pronunciarme sobre el tercero. ~
(México, 1965) es editor, escritor y guionista de cine. Entre sus libros recientes se encuentran La soldadesca ebria del emperador (Jus, 2010) y El reloj de Moctezuma (Aldus, 2010).