Disculparรกn mis colegas reseรฑistas y crรญticos literarios que, sรณlo por esta ocasiรณn, me infiltre tangencialmente en sus feudos. Leรญ Despuรฉs del invierno (Anagrama, 2014), de Guadalupe Nettel, ganadora del Premio Herralde de Novela, y confirmรฉ que la mรบsica es en ella mucho mรกs que un vistoso papel tapiz. Con pleno conocimiento de lo que tiene entre manos –el que no anuncia, no vende-, el redactor de la cuarta de forros destaca el componente musical del libro: “Con una banda sonora de fondo en la que suenan Nick Drake, Kind of blue de Miles Davis, Keith Jarrett o Las horas de Philip Glass, la historia de amor entre Claudio y Cecilia forma parte de un relato mayor que abarca un periodo importante de sus existencias.”
Otros, con mejores herramientas crรญticas, sopesarรกn los yerros y aciertos literarios de Despuรฉs del invierno, una novela que, en mi opiniรณn, es convincente y con suficientes inhalaciones y exhalaciones –una manera de decir que respira y vive- gracias, en buena medida, a la mรบsica que escuchan sus personajes. La mรบsica contribuye a darles vida y construye puentes de familiaridad y empatรญa con el lector. Hay un discurso musical que corre en paralelo con el relato del encuentro amoroso de Claudio, un cubano que labora en el mundo editorial de Manhattan, y Cecilia, una oaxaqueรฑa que estudia en Parรญs. La mรบsica les importa, incide en sus vidas y les dibuja rasgos de carรกcter: “Como en el poema de Baudelaire –leemos a Claudio-, la mรบsica es a veces para mรญ una nave que me transporta a lugares que no existen. Caigo, por ejemplo, en el ridรญculo de imaginar una vida impecable, distinta de la que llevo, sin sus carencias e imperfecciones.”
Entusiasta del pianista Keith Jarrett, con su mรบsica Claudio logra paliar el dolor del exilio: “Son momentos breves, en los que una parte de mรญ, habitualmente sepultada, despierta como por encantamiento hacia la ternura, hacia la suavidad. Los pulmones se me ensanchan, se abren y cierran con las notas de piano.” Tambiรฉn se vale del arte de Jarrett para cortejar a Cecilia. Tras conocerla en Parรญs, regresa a Amรฉrica y le envรญa un sobre con una grabaciรณn de Dark Intervals: “Me decidรญ a enviรกrtelo porque necesito explicarte algunas cosas y porque sรฉ que no podrรญa decirte nada ni mรกs exacto ni mรกs candorosamente idรฉntico a lo que esa mรบsica dice y espero te diga de mรญ. Cierra los ojos y escucha ‘Americana’. Cuando llegues a la altura del minuto 2.19, o del 2.56, o del 4.16, o del 5.23, o del 6.11, imagรญname a tu lado. O pon ‘Hymn’, y quรฉdate todo lo que puedas desde el minuto 1.11 en adelante. Eso es lo que yo, imperfectamente, te estoy diciendo, como tomarte una mano, como estar ahora mismo en una carretera, hacia algรบn lugar, mirรกndote mirar lo que estรก cerca, lo que estรก lejos.” La respuesta de Cecilia derrama menos lirismo: “Me parece muy bien que tus รฉxtasis jarrettianos salpiquen hasta Parรญs, pero te pedirรฉ un favor: no me idealices. No soporto decepcionar a la gente.”
Aprecio los libros en los que ronda la mรบsica –lo mismo de Jack Kerouac y Julio Cortรกzar con su bebop, que de Josรฉ Agustรญn, Juan Villoro, Irvine Welsh y Nick Hornby, por ejemplo, con su variopinto rock and roll-. En la vida real, Claudia y Cecilia podrรญan ser mis cuates melรณmanos; admiro en ellos la emulable prรกctica del apetito auditivo incluyente y diverso: estรกn abiertos a todo. Escuchan lo mismo un concierto de Isaac Albรฉniz en las manos de Alicia de Larrocha, que La vida secreta de las plantas de Stevie Wonder (“un autor que muchos pretenciosos desprecian injustamente”, acusa Claudio), las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach interpretadas por el entraรฑable excรฉntrico Glenn Gould (“cuyo poder curativo nunca ha dejado de sorprenderme”, recuerda el cubano rubricando una creencia muy extendida), la mรบsica de Ry Cooder y David Byrne, y el Pink Moon del prematuramente desaparecido Nick Drake.
Si Claudio y Cecilia logran hacer clic, si llegan a tocarse en lo profundo –y รฉsta es una hipรณtesis de simple lector melรณmano- es, quizรกs, porque comparten el influjo de la mรบsica, predisposiciรณn y gusto que, se sabe muy bien, no toca con el mismo vigor a todas las parejas. Relata Claudio: “Cecilia no escucha mรบsica, se abandona a ella. Se confunde con las notas de una forma conmovedora. Por primera vez en mis cuarenta y dos aรฑos de vida estaba en compaรฑรญa de un ser dotado con la sensibilidad suficiente para disfrutar de la mรบsica como lo hago yo.”
Pero hay un tercero en discordia en esta historia de amor: el franco-italiano Tom, vecino de Cecilia en Parรญs, al que Nettel podrรญa haberle inventado una filia musical dark, de acentos gรณticos y morbidez constante. Mejor aรบn: le da un gusto creรญble y agudo por Nick Drake. No revelaremos aquรญ lo que sucede entre Tom y Cecilia. Nos conformaremos con transcribir lo que expresa el primero tras escuchar Pink Moon de Drake y soltarse a llorar: “Es muy triste que un hombre haya muerto tan joven cuando tenรญa tanto que darle al mundo.” Lo mismo pienso yo. Y รฉse es el desolado remate, tรญmido epitafio, a este apunte musical.
Ernesto Flores Vega (Huichapan, Hgo., 1964) es un melรณmano eclรฉctico. Ha ejercido el periodismo y la comunicaciรณn corporativa.