El retrato y sus lunares

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Rory Carroll

Comandante. La Venezuela de Hugo Chรกvez.

Traducciรณn de Agustรญn Lรณpez Tobajas y Marรญa Tabuyo

Madrid, Sexto Piso, 2013, 334 pp.

Desde que Hugo Chรกvez arribara al poder para convertir a Venezuela en un exotismo noticioso, los venezolanos de todas las edades se han cansado de leer toda suerte de reportes forzados por la tiranรญa del estereotipo. Medianamente acertados, con mucha frecuencia burdamente incorrectos, los apurados anรกlisis que sobre los primeros aรฑos del chavismo producรญa la prensa internacional nunca lograron sobrepasar esa cota. El que no terminaba describiendo los pormenores de una inexistente tiranรญa comunista se perdรญa en los laberintos de la frivolidad: Hugo Chรกvez, eterno promotor de la ruptura del protocolo, la nota de color de las aburridas cumbres presidenciales.

Despuรฉs de todo, en el caso venezolano se ha escrito el capรญtulo mรกs reciente de esa paradoja latinoamericana que, hoy, es tan tristemente cรฉlebre: la de los fenรณmenos caudillistas que ofrecen interรฉs noticioso, aunque el precio del atractivo sea la destrucciรณn de sus paรญses. Un petroestado que alguna vez fue feliz, cuyo pasado se engrandece o demoniza de forma caprichosa; una oposiciรณn polรญtica que ya es toda una opciรณn de poder, y un temible lรญder polรญtico que fue tomado equivocadamente como un teatral memo “bananero” por aquellos que se perdieron en los modales chambones y el vocabulario soez de Chรกvez, que consideraron la inteligencia un valor estรฉtico y que, finalmente, no dieron crรฉdito al innegable talento polรญtico del presidente venezolano.

Con lo dicho, Comandante, de Rory Carroll, es un libro que cuenta de entrada con un importantรญsimo atributo: una interpretaciรณn muy consistente de las complejas claves que componen el drama venezolano y el chavismo como era en Amรฉrica Latina.

Carroll, corresponsal en Caracas de The Guardian, completa una entrega bien escrita, con abundancia de detalles y fuentes –algunas de ellas, totalmente inaccesibles para una reportero venezolano promedio– en la cual pueden consumirse, superpuestos, algunos de los capรญtulos mรกs dramรกticos y tragicรณmicos vividos en la Venezuela de estos aรฑos. Su formaciรณn como militar y sus orรญgenes en el estado llanero de Barinas; el confuso y cruento episodio de abril de 2002; su derrota en el referรฉndum de la Reforma Constitucional; su inconcebible programa de televisiรณn; la ruptura personal con algunos de sus compaรฑeros de armas; su relaciรณn con Fidel Castro, y su prematura muerte, esta รบltima tan abrupta que mucha gente no terminรณ de creรฉrsela incluso el mismo dรญa en que fue anunciada, y que ha abierto las cortinas a una nueva era, la de su ausencia, a la cual muchos de los venezolanos que lo detestaron o idolatraron no terminan de acostumbrarse.

Especialmente interesante es el relato en primera persona levantado por Carroll a partir de su asistencia al programa de televisiรณn Alรณ Presidente, a comienzos del 2009. Valga decir que estar en este espacio era una prerrogativa solo concedida a los periodistas que laboraban en los medios oficiales, o a contados reporteros internacionales seleccionados por el propio Chรกvez. Aquel programa tuvo lugar en un pueblo de pescadores en el extremo oeste del Caribe venezolano. Carroll, en la primera fila del set, viviรณ en carne propia un momento inesperado y singular: una reprimenda del propio presidente frente a todo el paรญs. Chรกvez, en algรบn momento paciente y permisivo con la prensa, terminรณ por increparlo con dureza una vez que Carroll le preguntara a cuenta de quรฉ la propuesta de la reelecciรณn indefinida de cargos lo incluรญa solo a รฉl y no a los gobernadores de estado, fueran o no sus compaรฑeros de causa. Al escuchar que venรญa del Guardian, Chรกvez le enrostrรณ su presunto origen britรกnico y sus actitudes imperiales, a lo cual Carroll respondiรณ con moderaciรณn que era un periodista irlandรฉs, republicano, vรญctima tambiรฉn de las andanzas de Londres.

El acierto en el trazo general, y la genuina obtenciรณn de hallazgos, no le impide a quien lo desee coleccionar un pequeรฑo cรบmulo de imprecisiones que, si bien no afectan el significado de fondo de la entrega, discurren por la narraciรณn en calidad de lunares. Carroll, por ejemplo, alude a la heladerรญa Baskin Robbins como la favorita de Castro y Chรกvez en La Habana, probablemente en referencia a Coppelia, una de las marcas de fรกbrica del castrismo, y se refiere errรณneamente a El Silencio, una urbanizaciรณn residencial ubicada en el centro de Caracas, cerca del Palacio de Miraflores, como “el nombre que recibe el complejo de ministerios, agencias, bancos y oficinas que rodean el palacio presidencial”. No parece haber advertido que, como complejo, tal apelativo no existe en Caracas: varios ministerios importantes del gabinete venezolano, incluso, han comenzado a mudarse al este de la ciudad desde hace unos aรฑos. O tambiรฉn puede apuntarse la menciรณn a Mario Silva, conductor de La Hojilla –uno de los espacios mรกs repugnantes y lamentables de toda la historia televisiva venezolana–, quien es aludido como una persona “culta y calurosa” en el trato personal.

Comandante es, a pesar de lo seรฑalado, un libro que supo interpretar con gran claridad el tortuoso discurrir de la Venezuela en catorce aรฑos de chavismo. En tรฉrminos generales, tiene acceso a fuentes vetadas y, aun cuando no son muchas las voces del chavismo que acompaรฑan el relato, tiene un espectro de fuentes lo suficientemente amplio y equilibrado. Su primera parte, por ejemplo, toma de forma visible muchos de los datos que ofrece Hugo Chรกvez sin uniforme, de Alberto Barrera Tyszka y Cristina Marcano. Carroll no se marea ni se engolosina con los testimonios obtenidos; por el contrario los trata con el necesario rigor. Por otro lado, parece hacer un esfuerzo especial por mantener la tensiรณn narrativa ahorrรกndose los epรญtetos sin contenido: esos que, como se sabe, cuando no resuelven un nudo descriptivo envenenan el texto. Aunque la cautela ante el juicio parece ser la constante, Comandante es un volumen que constituye toda un acta de acusaciรณn.

“Chรกvez no fue un dictador. Siempre fue un hรญbrido, un autรณcrata electo, y eso lo salvaba. Las elecciones lo anclaban a la realidad, lo alejaban del precipicio.” Detrรกs de esta acertada frase, esencial para comprende la conducta del finado dirigente, estรก grabado ahora el enigma de la Venezuela de este momento: el de su ausencia definitiva. ~

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es periodista. Ha publicado Solo los estรบpidos no cambian de opiniรณn. Conversaciones con Teodoro Petkoff (Libros marcados 2006) con una columna en el rotativo Tal Cual.


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