Entrevista con Henrique Capriles

El pasado 12 de febrero Venezuela entró en un turbulento periodo de significativas manifestaciones de protesta. Como respuesta, el gobierno aprehendió al dirigente Leopoldo López, bajo acusaciones de fomentar la inestabilidad en el país. Aunque son compañeros de causa dentro de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), López y uno de los líderes más importantes de la oposición venezolana, Henrique Capriles Radonski, mantienen posiciones divergentes. Distante, en principio, de las protestas estudiantiles, que parecen haber tomado vida propia, Capriles regresa ahora por sus fueros. Aunque a algunos les preocupa que la virulencia de las protestas aumente en la misma medida que la represión –hasta el momento, catorce estudiantes, de un total de veintiocho muertos, han sido asesinados por fuerzas policiales y paramilitares del chavismo (encontrados con disparos en la cabeza)–, el excandidato presidencial es, para la mayoría, el único líder que puede otorgarle conducción política a este peligroso conflicto, paladinamente ignorado por la mayoría de los gobiernos latinoamericanos.
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¿Piensa usted que la situación se le fue de las manos a la oposición?

Lo que menos deseo es que ese despertar ciudadano termine en una frustración. Para que esta protesta tenga la legitimidad y fuerza necesarias es indispensable dejarle el protagonismo a los factores sociales que la apalancan. Uno puede dar la orientación, la visión de cómo hay que encauzar la protesta, pero el movimiento estudiantil tiene que ser el conductor de su propia agenda. Jamás he llamado a no protestar, pero sí creo que la protesta no puede estar vacía de contenido. La protesta que se limita a pedir la renuncia de Maduro no conecta con los graves problemas, con el malestar social que hay en el país. La protesta, a mi modo de ver, tiene que ir acompañada de planteamientos concretos, debe dirigirse a sumar nuevas voluntades. Todos los esfuerzos que hemos hecho, los procesos que hemos encabezado, han buscado mucho más que un simple cambio de gobierno. El objetivo es tener un país mejor que el que tenemos. Setecientos mil venezolanos que habían votado por Hugo Chávez en 2012 terminaron votando por mí en la contienda frente a Nicolás Maduro, un año después. Las protestas violentas necesitan una visión global. Lo importante es dar a conocer en toda su dimensión el gravísimo problema económico que tenemos. Hay tres puntos sobre los cuales se puede fundamentar este movimiento nacional en Venezuela: la escasez de alimentos, medicinas y repuestos; la delincuencia y la inseguridad ciudadana, que no diferencia colores políticos; y la defensa de la Constitución, tan atacada y vulnerada por el chavismo.

¿Cree que el radicalismo de ciertos opositores beneficia al gobierno?

Por supuesto. El alto gobierno venezolano está administrando el país desde el extremo del arco político y, por tanto, necesita al otro extremo, representado por la oposición radical. Ese es el panorama que necesita el chavismo y que estamos obligados a evitar. A la política en Venezuela hay que despolarizarla. No hablaría de “ausencia” de la oposición en esta crisis, no diría eso. Se trata ahora de ir al encuentro con la ciudadanía. Lo hablaba hace poco con muchos alcaldes nuestros, cercanos a la causa democrática; hemos planificado asambleas para debatir y salir adelante con nuevas iniciativas.

Muchas personas que han encabezado protestas violentas en Caracas y otras ciudades dicen que no hay otra alternativa sobre la mesa. Que las llamadas “guarimbas” o barricadas urbanas son la única salida que tiene la población ante una oposición que emplea mecanismos telegrafiados y reactivos.

Hay mecanismos e iniciativas, estamos saliendo a la calle y vienen nuevas actividades para poner a debate la crisis y las responsabilidades del gobierno de Maduro. Los alcaldes de la MUD tienen la responsabilidad de ponerse al frente de sus municipios para combatir la escasez. Algunos de esos municipios son los más poblados del país. La dirigencia de la oposición ha acompañado muchas protestas estudiantiles desde sus convocatorias. Eso te permite conectar con el chavista de base, el activista chavista que tiene el mismo problema que todo el mundo. Si la protesta no se sale de ese ámbito, pacífico y con contenido, lo que puedes lograr en lo político, con un mensaje claro, es que ese militante chavista termine protestando contigo.

Puede ser que las “guarimbas” alejen al indiferente o al chavista que puede desprenderse.

No los aleja: los coloca en contra. Mucho peor.

Se ha generalizado la idea de que el nicho social de la oposición está en la clase media venezolana.

No diría eso. De los siete millones de votos que obtuve en las elecciones de abril del año pasado, la mayoría eran de procedencia popular.

¿Cómo considera usted que se ataja el problema de la violencia en las protestas de la disidencia?

Más que atajarlo, diría que necesitamos reorientarlo. Así, los extremistas podrían quedar expuestos ante la opinión pública. Debemos desenmascarar a todos aquellos a los que les interesa poco atacar y resolver el problema de la escasez, porque, en realidad, tienen otra agenda. La mayoría de los venezolanos se ubica en el centro. Lo cual nos lleva a otra reflexión: ¿cuál es el tipo de protestas que debemos hacer? La protesta con contenido convence, suma, incorpora. Las piedras, los gases lacrimógenos, los heridos, desvían el sentido de la protesta.

¿Piensa usted que Venezuela podría dirigirse a una guerra civil, como afirman algunos?

Tenemos que hacer todo lo posible para evitar una confrontación armada. Creo que ese llamado de Maduro a los colectivos armados, para que encaren las protestas, no ha sido bien visto por la sociedad. El venezolano está sitiado por criminales de toda índole y no creo que lleguemos a la guerra civil, aun cuando reconozco que existe el peligro.

¿Por qué cree usted que los combates en San Cristóbal (estado Táchira) han sido tan encarnizados? La intensidad de las protestas ha sorprendido, incluso, al propio gobierno chavista.

Es justo el ejemplo de un vaso que terminó por derramarse. La difícil situación del Táchira no es nueva y a pesar de ser un estado muy maltratado, jamás se ha puesto de rodillas (Chávez fue derrotado ahí varias veces y, en las pasadas elecciones de alcaldes, Maduro obtuvo resultados muy adversos). Es un estado golpeado, aislado entre las montañas, con la vialidad olvidada por el gobierno central, con un problema de escasez gravísimo, inadmisible. ¿Qué ha hecho el gobierno para resolver los problemas del Táchira? Nada. Es increíble: Maduro ni siquiera ha ido para allá. Organiza una conferencia de paz y no se atreve a presentarse; manda, en su representación, a un lugarteniente. El final de esa lucha debe ser el obvio: que el Táchira sea tomado en cuenta, que se resuelva el problema del acceso a bienes y servicios. Que el gobierno no envíe tanques, sino comida y medicinas.

¿Qué piensa del diálogo convocado por el gobierno para resolver la crisis?

El detalle es qué entiende el gobierno por diálogo. Lo que veo es mu- cha intransigencia. El gobierno de Maduro ha hecho un llamado al diálogo, pero su convocatoria es más o menos la siguiente: aquí está mi agenda, que es la que conoce todo el mundo, y si no te gusta te puedes ir. Según lo entiendo, eso no es un diálogo, porque no hay nada que dialogar. La política del gobierno ha hecho mucho daño: ha dividido a las familias y ahora tenemos padres que no se hablan con sus hijos, o hermanos distanciados. Eso es absurdo. Aquel que plantea el diálogo, y está dispuesto a resolver ese problema de confrontación ciudadana, tiene que ceder. Ni la oposición ni el movimiento estudiantil ni los sectores democráticos del país están haciendo planteamientos ajenos a la Constitución venezolana. Todo lo contrario: queremos rescatar el contenido de la Constitución del 99. La renuncia de Nicolás Maduro a su cargo, por ejemplo, está contemplada en la Constitución. Que ese sea el final que el gobierno desea es otra discusión. Lo cierto es que ninguno de los planteamientos realizados por la Unidad Democrática para conjurar esta crisis está alejado de la Carta Magna. Todo proceso de diálogo se debe traducir en resultados, rectificaciones, acciones concretas, testimonios de buena fe. Pienso que el gobierno, en cambio, está muy interesado en mantener conflictos de alta intensidad en algunas zonas del país para tratar de plantear que este es un problema entre ricos y pobres, fascistas y revolucionarios; que el objetivo de la protesta es sencillamente tumbar al gobierno.

¿Estima usted que esas protestas pueden ser encauzadas hacia temas importantes para los venezolanos?

Claro. El gobierno chavista ha tratado de venderse como una administración que atiende a su pueblo y que ha conseguido importantes logros en salud; sin embargo, en este momento no se consiguen medicamentos básicos y los hospitales públicos son un completo desastre. El Día del Médico, todos los trabajadores de la salud se movilizarán, acompañados por la sociedad venezolana. [La policía finalmente frenó dicha marcha.] No soy yo el que convoca: yo apoyo y respaldo. No quiero desvirtuarla. Lo dije: el gobierno quiere que las protestas se concentren en un foco, aislado, y que sea violento: no quiere concentraciones de carácter nacional que reivindiquen temas, porque se siente desenmascarado. En este momento hay descontento, tanto en Catia [zona popular del oeste de Caracas, tradicionalmente controlada por el chavismo] como en Altamira [zona del este de Caracas de clase media y media alta, que ha sido por años un centro opositor]. Aquí hay que aislar a los violentos; darle a la protesta la dimensión nacional que está pidiendo. Nuestro problema no es con el pueblo chavista: es con los funcionarios privilegiados del gobierno, los “enchufados” como los bautizamos en la campaña. Los propios problemas del país irán empujando la agenda política. Llegará un punto en el cual podamos decir: señores del gobierno, o estos son los cambios o ustedes se van del poder. Para eso hay que tener presente que en la Constitución están todas las herramientas para llevarlo a cabo: renuncia, enmienda, Constituyente, reforma.

Tengo la impresión de que se necesita un nuevo encuentro con sus simpatizantes. Hay que conversar con ellos, proponerles salidas. Sin embargo, esto no se ha hecho.

Cierto. Habrá que regresar no tanto al caprilismo como a una visión más grande del país. No hablo ni siquiera de la Unidad Democrática. La MUD es una instancia de organización de partidos de la oposición, pero la oposición es mucho más grande que la MUD; y la unidad nacional, más amplia que la oposición. En esto creo: convocar de nuevo a todo el país. Y no lo digo como una obra personal; esta no es la hora de Capriles. El grave error ha sido ese mismo: confundir agendas personales con un proceso tan complejo.

Hay otros líderes en la oposición que han tenido, estos días, una postura más frontal contra el chavismo. Sobresalen quienes convocaron a las primeras manifestaciones: Leopoldo López, la diputada María Corina Machado y el alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma. ¿Se pueden juntar esos liderazgos con perspectivas tan distintas?

No hay que tener miedo a las diferencias ni a debatirlas públicamente. Hay gente que, apenas empieza una discusión dentro de la Unidad Democrática, piensa que la oposición se ha dividido. No es así. Como lo veo, se equivoca quien está convencido que puede solo con esto. Yo, que he logrado aglutinar la fuerza política más grande de todos estos años para combatir al chavismo, cometería un error al creer que este activo social y político es únicamente mío. Todos sumamos. Todo el mundo es necesario. Una parte es nuestra, otra corresponde al esfuerzo de otros. El que crea que puede solo va a terminar perdiendo el rumbo.

Hace más de un par de meses tanto López como Machado y Ledezma presentaron una plataforma muy concreta: llamaron al país a la calle y activaron la actual crisis política, de una forma que ni ellos mismos tenían prevista. Mucha gente en Venezuela pensaba que aquí ya no iba a pasar más nada.

Esto que apuntas me lleva a una reflexión: así como he reconocido un distanciamiento involuntario con el discurso y las necesidades de la clase media, debemos admitir que hay compañeros que solo le hablan a la clase media. No tienen un discurso para los pobres. Cuidado. Los pobres son la mayoría del país. Eso fue lo que, en un momento dado, impidió que la votación de la Unidad Democrática creciera lo necesario. Llevar a los barrios populares de Venezuela un mensaje concreto de la oposición es importantísimo. Ahí es donde he dicho: vamos a complementarnos. Sería muy peligroso producir un cambio político que no interprete e involucre a los sectores populares.

¿Cuál es entonces la salida? En noviembre del año pasado, antes de las elecciones de alcaldes, usted le dijo directamente a Maduro: “Nicolás, luego de diciembre vamos por ti.” Desde entonces se ha comportado de modo más prudente.

Lo que hemos construido en estos años, mi discurso y proceder público, ha estado dirigido a despolarizar este país. Mucha gente me ha criticado por ser light, sobre todo frente a Hugo Chávez, pero siempre he dicho que si la campaña frente a Chávez no hubiera sido como fue, nunca habríamos logrado todo lo que logramos frente a Nicolás Maduro. Un mes después de la muerte de Chávez, nos arrebataron una victoria, se la concedieron al gobierno por un margen mínimo, y el Consejo Nacional Electoral, obediente al régimen, se negó a un nuevo conteo de votos. De una elección a otra, pudimos sumar setecientos mil votos del chavismo. La oposición en Venezuela dejó de ser, desde entonces, una minoría. Muchos de quienes votaron por la oposición saben que ofrecía un país mejor; no era el simple resultado de una polarización política. En las elecciones de alcaldes del pasado diciembre, sí planteé la polarización como agenda. En ese momento la fuerza de los opositores al régimen era mayor: tres semanas antes de la votación, las elecciones de alcaldes estaban ganadas por la Unidad Democrática. De ahí el “dakazo”.* El contexto fue muy duro y la campaña extremadamente desigual: nos negaron el acceso a la televisión y a casi toda la radio, la cobertura mediática fue mínima, no tuvimos transmisiones en directo, la presión fue tan fuerte que ni siquiera pudimos usar una avioneta para recorrer Venezuela porque el gobierno no permitía su salida del aeropuerto. Intenté darle a esa consulta el perfil de referéndum nacional: instaba a que, más que hablar de alcaldes, evaluáramos objetivamente el proceso y usáramos el voto como protesta. “O Maduro cambia las cosas o salimos del gobierno”, dijimos. Eso no se logró. Las cosas no salieron como esperábamos y recogimos completo el margen de maniobra. Entramos en tiempo de reflujo y yo decidí esperar. Y bueno, ahora la crisis se aceleró de nuevo.

¿La crisis económica puede lograr que la oposición venezolana se apropie de forma irreversible de una nueva voluntad nacional?

Tiene que ser así. De no llevarlo a cabo, estaríamos cometiendo la falta histórica más grande en muchos años. Este es, además, el comienzo de la crisis económica, un elemento nuevo en catorce años de chavismo.

¿Qué opina de las reacciones de la comunidad internacional ante la crisis venezolana?

De los gobiernos latinoamericanos hemos tenido una total indiferencia, mucho cálculo. No me sorprende en lo absoluto. Hace mucho que los venezolanos somos conscientes que en este drama estamos solos. Por otro lado, sí he advertido un despertar en la opinión pública mundial, en las sociedades civiles de muchos países cercanos al nuestro, que tienen una visión mucho más clara del tipo de gobierno que tenemos en Venezuela. Es un paso muy positivo.

¿Ha pensado en cuál puede ser el procedimiento constitucional, consultivo, ideal para llevar a cabo el cambio de gobierno que anhela la oposición?

Todavía no hemos llegado a ese escenario. Esa salida, tal y como la visualizo, debe procurar que gobierno y oposición acuerden un plan mínimo para eliminar la conflictividad. Salvo que el gobierno quiera jugárselas todas al estallido social. Esta lucha hay que llevarla día a día, por supuesto que con una planificación y unos objetivos. Por eso creo que la coherencia es muy importante. Nadie puede decir que yo tengo una posición distinta a la que planteé hace un año. Tengo una manera de ver las cosas, creo en la Constitución y en la salida pacífica de este problema. ~

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*Alude a las tiendas Daka. En noviembre de 2013, Maduro obligó a dicha cadena de electrodomésticos a bajar drásticamente sus precios de manera forzada. En consecuencia se pudieron ver grandes colas de usuarios a nivel nacional en busca de descuentos, una vez que la medida fue obligatoria para otros establecimientos comerciales. Esta decisión le otorgó oxígeno al gobierno de Maduro y le permitió obtener una buena votación en las elecciones de alcaldes de diciembre.

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es periodista. Ha publicado Solo los estúpidos no cambian de opinión. Conversaciones con Teodoro Petkoff (Libros marcados 2006) con una columna en el rotativo Tal Cual.


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