La primera gran revolución del siglo xx / México 1910-1921 / Un imaginario de la Revolución mexicana, de Guillermo Tovar de Teresa / La Revolución / Nueva historia mínima de México, de (Adaptación gr

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En los últimos meses escuchamos en todas partes sentencias sobre los festejos del Bicentenario y el Centenario como las siguientes: “No hay nada que festejar”, “Todo se ha hecho mal”, “Perdimos la oportunidad de reflexionar sobre nuestra Historia” y un largo etcétera. No es el tema de esta reseña discutir estas afirmaciones, pero en el caso de las efemérides que nos ocupan, celebrar el doscientos aniversario de la Independencia y el centenario de la Revolución tiene su importancia y no precisamente porque sean muchos años sino, me parece, por todo lo contrario.

Una rápida ecuación nos permite ver que estamos todavía lejos (faltan otros cien años) de cumplir, como país independiente, los años que duró el Virreinato de Nueva España; y cien años es una cifra a la que no le es tan difícil llegar al hombre longevo del siglo xxi. Es decir, en términos del tiempo histórico, doscientos, cien años no son nada.

Pero si pensamos que en ese tiempo “corto” se construyó un país, se delimitaron fronteras, se terminó con la esclavitud, se ganaron y perdieron guerras contra otras naciones, se impuso el Estado laico, se revirtió el porcentaje del analfabetismo al alfabetismo, se electrificó casi todo el país, crecieron las industrias, se elevó considerablemente la esperanza de vida, se redujo la mortandad por enfermedades curables, se expandió la clase media, se entubó el agua potable, se organizó la llamada “sociedad civil”, se emitieron leyes para proteger la igualdad y los derechos de todas las personas, se diversificaron y democratizaron los medios de comunicación, se construyeron carreteras, puertos y aeropuertos que comunicaron al país, se abrieron cines, teatros, restaurantes, plazas, tiendas departamentales, mercados, deportivos, estadios, y se discutió y discute la tan deseada transición hacia la vida democrática, que no solo tiene que ver con la política, sino con todas nuestras prácticas culturales… pues no resulta poca cosa. Afirmar que hoy estamos peor que hace doscientos o cien años es un sinsentido. Los cientos de problemas que hoy enfrentamos como país habría que medirlos con otro rasero.

La afirmación de que todo lo que se ha hecho para conmemorar estos aniversarios se ha hecho mal (afirmación que proviene, en parte, de la frustración que provoca el hecho de que haya sido al gobierno panista a quien le tocó hacer “algo” con los festejos patrios) resulta un tanto injusta. Dejando a un lado la comprobada ineptitud de algunos funcionarios por darle contenido (y no solo forma) a los festejos, las decisiones absurdas (como la de exhumar los huesos de los próceres) y los gastos onerosos de los gobiernos federal y locales en plena crisis económica (sin mencionar desastres naturales y la inestabilidad política y social), habría que decir que han sido muchos –y de lo más variados– los esfuerzos, tanto de las instituciones públicas como de las empresas privadas, para atraernos (en el sentido de captar nuestro interés): exposiciones, mesas redondas, talleres, conferencias, películas, documentales, revistas, telenovelas, páginas web, y, especialmente, decenas de publicaciones para todos los gustos y públicos.

Sobre que perdimos la oportunidad de reflexionar sobre nuestra historia y el país que queremos… bueno, pues ahí sí depende de lo que cada quien vio, escuchó o leyó, pues no fueron pocos los foros de discusión que se abrieron (en televisión, en revistas, en radio, en periódicos, en universidades e institutos) para “reflexionar” y no son pocos los libros publicados este año que nos invitan al mismo ejercicio.

Hay que decir, también –en descargo de los más críticos–, que la saturación a la que hemos sido sometidos este 2010 ha complicado el discernimiento hasta de los más avezados. Hoy los libros de Francisco Martín Moreno se codean con los de Daniel Cosío Villegas.

De entre los muchos títulos que bien aprovecharon la oportunidad para salir a la venta este año se encuentran estos tres que valen como ejemplos de esfuerzos que van mucho más alla del acto de “celebrarnos como mexicanos” y más bien nos invitan a revisarnos como tales.

Con La primera gran revolución del siglo xx / México 1910-1921 / Un imaginario de la Revolución mexicana, de Guillermo Tovar de Teresa, publicado por Proceso, la Revolución nos entra por los ojos. Se trata de una colección de imágenes contundentes, crudas y violentas (tratándose de una guerra, no podía ser de otra manera), pero también reveladoras de un entusiasmo poco asequible en estos tiempos. Las columnas de revolucionarios vitoreados por hombres, mujeres y niños; Zapata y Villa firmes, mirando a la cámara como si ya entonces tuvieran la seguridad de que estaban pasando a la historia; Madero con guantes blancos, sosteniendo su sombrero e interpelándonos con simpatía; Carranza de perfil en su caballo, sin mirarnos, convertido ya en estatua; los revolucionarios en los trenes, tan bien dispuestos que parecería que quisieran mostrarnos una coreografía; la coronela Echevarría con flores entre sus cananas, el niño muerto, el ahorcado, los yaquis atados, los campamentos en los trenes en donde se confunden las cobijas con las ollas, los petates, los niños, los perros y las soldaderas… Imágenes que muestran, como dice Tovar de Teresa, que “la llamada ‘Revolución mexicana’ fue un hecho, no un mito”.

El texto que acompaña las imágenes es también una colección de viñetas que Tovar de Teresa ensaya para explicar el origen y el desenlace de aquel movimiento –“la primera revolución del siglo xx”– que si bien buscó una salida al extravío en el que nos encontrábamos, dirigido por hombres que creyeron en el cambio, no dejó de ser “un relajo armado, un desmadre, un impulso colectivo que produjo sintonía nacional a pesar de
que los movimientos procedían de distintos lugares, de diferentes esferas sociales y culturales, de diversos modos y tendencias y de variadas motivaciones”.

Las estampas que hace Tovar de Teresa de Madero, Zapata, Villa, Carranza, la Convención de Aguascalientes, Obregón y Calles funcionan perfectamente como marco de referencia a las imágenes que veremos a continuación, nos invitan a la reflexión y nos afinan la mirada con su crítica y diáfana visión de la historia. Sin embargo, no deja de inquietarme la discrepancia que encuentro entre el discurso de la presentación y el epílogo de la obra (a cargo de Rafael Rodríguez Castañeda y Manuel Guerra de Luna, respectivamente) y el “imaginario de la revolución” que nos ofrece Tovar a través de las imágenes seleccionadas. Rodríguez Castañeda presenta un libro “rudo, llano, honesto, al que sólo se le puede hacer, si es el caso, un reproche. No da espacio a la esperanza”. Yo veo, en gran parte de las fotografías, todo lo contrario. El país “con origen… pero sin destino”, que describe Guerra de Luna, tampoco lo encuentro en el recorrido fotográfico que nos ofrece La primera gran revolución del siglo xx… Pero quizá ahí descubriremos una de las principales virtudes de esta publicación: su invitación al debate.

Por otro camino transita la adaptación gráfica del texto original de Javier Garciadiego, La Revolución / Nueva historia mínima de México, publicada por El Colegio de México y Turner.

La Historia mínima, uno de los best sellers de las publicaciones académicas, convertido en una historieta que intenta, con el estilo semioscuro de los primeros cómics del Avispón Verde y otros superhéroes, acercar al joven –y no tan joven– lector a la historia de la Revolución. El ejercicio me parece no solo moderno e innovador, sino de lo más pertinente en una época en donde la imagen se ha convertido en el principal medio de comunicación. Las ilustraciones, a cargo de Pepeto, son sin duda magníficas, y lo mismo puede decirse del texto original de Garciadiego. El problema, quizá, es la dificultad de adaptar un texto escrito en un formato “tradicional” al formato popular de la historieta.

Eso que englobamos con el título de “Revolución mexicana” podría fragmentarse en mil y una historias de acción, traiciones, superhombres… no en balde ha sido un tema caro a la literatura y el cine mexicanos. El formato que se decidió utilizar en este caso no deja de ser un poco formal y trillado: el librero viejo, don Pascacio, cuenta la historia pausada y nostálgicamente a sus visitantes, mientras que las viñetas del pasado se entretejen con su discurso. Por lo general, la fórmula funciona bien, pero siempre está el peligro de querer meter con calzador la interpretación histórica en el supuesto discurso de los protagonistas. Cuesta trabajo imaginar que un campesino celebrara el triunfo de Madero respondiendo a su compañero: “Estamos discutiendo los derechos y obligaciones de todos nosotros.” Con todo, no deja de ser celebrable el esfuerzo de darle a la historia otras formas y contenidos, muy alejados ya de la vieja historia oficial.

A contracorriente, también, de los antiguos paradigmas de la historia, se encuentra La vida y la muerte en tiempos de la Revolución, de José Luis Trueba Lara, publicado por Taurus. Una buena recopilación de cuadros de la vida cotidiana que, en conjunto, nos permite asomarnos al ambiente, al diario acontecer de los hombres, mujeres y niños que vivieron aquellos años convulsos de la Revolución. El estilo desenfadado y ágil de Trueba Lara nos permite leer de corrido (a pesar de que, en ocasiones, termina por cansar el abuso y repetición de los recursos “líricos” en donde los “ricachones” eran “las familias de cuatro apellidos”, los “pobretones” “los de abajo” y Madero siempre “Panchito”) las más de trescientas páginas del libro.

La Revolución y sus caudillos apenas aparecen en este ensayo para dar lugar a la vida doméstica, a las preocupaciones morales, a las diversiones, a las relaciones sexuales, a la violencia, a la muerte. Un universo en donde no se pensaba en la “movilidad social” (los ricos eran ricos y los pobres pobres), ni en la “equidad de género” (el sexo débil era el sexo débil), ni en campañas contra la violencia doméstica (los cintarazos contra niños y mujeres eran parte de la normalidad en la educación y el dominio del esposo), ni en derechos para los homosexuales (los “jotos” estaban condenados al clóset o a la cárcel), ni en servicios de salubridad y asistencia que atendieran las miles de muertes por epidemias, ni en hogares con servicio de drenaje, agua potable y electricidad. Era la vida de la mayoría de los mexicanos hace cien años. Algo ha cambiado. ~

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