Parte considerable de la larga y fecunda carrera de Jean Meyer como historiador ha estado dedicada a narrar la lucha de los cristianos por practicar libremente su religión. Unas veces su personaje es el cura Hidalgo, excomulgado y ejecutado en la Nueva España borbónica. Otras, los jesuitas latinoamericanos sobreviviendo a los Estados liberales de mediados del siglo XIX. Otras más, los ortodoxos rusos resistiendo el ateísmo estalinista, sin olvidar, desde luego, a los cristeros mexicanos rebelándose contra el anticlericalismo posrevolucionario.
En su último libro, Meyer fija la mirada en otra epopeya católica: la de Louis Riel y los métis de Manitoba, Saskatchewan, Assiniboia, Alberta y los Territorios del Noroeste de Canadá, a fines del siglo XIX. Este líder, teólogo y poeta mestizo, nacido en Manitoba en 1844 y educado en el seminario católico de Saint-Boniface, encabezó dos acciones de resistencia –Meyer rechaza el concepto de “rebelión”, que generalmente se les atribuye– frente a la confederación canadiense: la de la Rivière Rouge entre 1869 y 1870 y la de Saskatchewan entre 1884 y 1885.
El primero de esos movimientos terminó con el exilio de Riel y sus seguidores en Montana, aunque el líder llegó a ser elegido como representante a la Cámara de los Comunes canadiense. El segundo, con su arresto y ejecución en la cárcel de Regina, luego de un proceso judicial en que Riel se defendió con la noble elocuencia de los primeros cristianos. Su causa no era contra los británicos, ni contra los protestantes, mucho menos contra la confederación canadiense, donde su comunidad reclamaba un lugar por derecho propio. Su causa era la de un autogobierno regional, confederado, como el que impulsaban los propios anglófonos protestantes, sin romper el lazo con la corona británica.
Cuenta Meyer que incluso el último acto de resistencia, que llegó a producir una trama insurreccional rápidamente neutralizada por las fuerzas canadienses, tuvo desde un inicio un objetivo autonomista, alcanzable a través de acuerdos con el gobierno del primer ministro John A. Macdonald. Fue entonces que Riel logró atraer más claramente a los diversos grupos de habitantes del noroeste, incluyendo, además de los métis, a blancos anglófonos y a las comunidades crees, lideradas por los jefes Big Bear y Poundmaker.
La bibliografía sobre Riel es copiosa y Jean Meyer la repasa puntualmente. El saber acumulado sobre este autodenominado “profeta del Nuevo Mundo” echa por tierra los epítetos de traidor y asesino, hereje y demente, sostenidos por el gobierno canadiense y la corona británica durante el juicio de Regina, en noviembre de 1885. Meyer no duda en agregar otro libro al estante, convencido de que su biografía es más que una biografía: es también historia religiosa, militar, agraria, ambiental y cultural.
Tema especialmente controversial de la vida y obra de Riel es el de sus fricciones con la Iglesia católica, que lo apoyó durante la resistencia del Red River, pero no en la de Saskatchewan. Meyer sugiere que el distanciamiento se produjo durante el exilio de Riel en Estados Unidos, cuando su misticismo se intensifica, aunque sin abandonar la causa de los métis, ya que llega a entrevistarse, sin éxito, con el presidente Ulysses S. Grant para pedirle respaldo a una eventual secesión de Manitoba.
En 1876, poco después del fracaso de sus gestiones ante Grant, Riel fue internado en el asilo psiquiátrico de San Juan de Dios, en Longue-Pointe, Montreal. El diagnóstico fue megalomanía y delirio de grandeza, y el nombre que se registró en su hoja clínica fue Luis David Riel, nueva identidad que invocaba a dos reyes santos: el de Francia y el de Israel. El texto en que Riel se autoproclama “profeta del Nuevo Mundo”, Révélation de la Sublime Porte, fue escrito en aquel manicomio y está lleno de referencias judaicas.
En lenguaje cifrado, a veces alegórico, veía el destino de la nación métis amenazada por los mismos enemigos de la Francia católica, que eran también los de Roma. De un lado, los musulmanes, rivales de Rusia; del otro, el gran imperio alemán, vencedor en la guerra franco-prusiana, que se volteaba contra la Santa Sede. Riel se llama a sí mismo “león de la tribu de Judá” y asegura, en carta al obispo de Montreal, Ignace Bourget, que el “Espíritu Santo le reveló que los salvajes de América del Norte eran judíos, de la más pura sangre de Abraham, con excepción de los esquimales que venían de Marruecos”.
En otro texto, con pretensiones de tratado, Revelaciones sobre las naciones de la tierra (1877), Riel reiteró el tono profético, extendiendo sus visiones a la realidad internacional. Continuó su crítica al viejo imperialismo británico y al nuevo imperialismo alemán, repasó la situación de Francia y España, que vivieron experiencias republicanas divergentes, y se interesó en la crisis del sistema esclavista en el sur de Estados Unidos, el Caribe y Cuba. Como Rafael María de Labra y otros autonomistas cubanos de la misma época, defendió la abolición de la esclavitud.
Toda su escritura, en poesía y prosa, eran dictados del Espíritu Santo o verbo encarnado. En un raro poema, dice: “soy el alegre teléfono / que trasmite los cantos y discursos del cielo”. El milenarismo se acentúa en aquellos años, al punto de declarar que Manitoba estaba llamada a convertirse en la Roma del Nuevo Mundo y él en su sumo pontífice. A Meyer le resulta difícil precisar si aquella mezcla de mesianismo y judaísmo enturbió sus vínculos con la Iglesia, ya que entre 1883 y 1884, justo antes de la insurrección de Saskatchewan, residió, con su familia, en la misión jesuita de St. Peter, en la ribera del río Sun, y mantuvo comunicación amistosa con el obispo Bourget.
Las escenas de los últimos días de Riel en la cárcel de Regina, en espera de subir al cadalso, escritas con envidiable maestría, convencen de su muerte en la fe católica. Una fe que, como comentaría José Martí desde Nueva York, pocos años después, también se entrelaza con el patriotismo en naciones como Polonia e Irlanda, pero no necesariamente en las iberoamericanas. Quien hace siglo y medio fuera, para la corona británica, un criminal y un loco, es hoy un prócer del nacionalismo quebequés y un precursor de los Estados plurinacionales del siglo XXI. ~
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.