Vivir bien

Libros alegres

Armando González Torres

El Tapiz del Unicornio

México, 2024, 162 pp.

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¡Qué difícil es justificar intelectualmente la alegría! Pareciera que la razón se ha puesto del lado oscuro. Florecen las tiranías, se cancelan personas y obras, el planeta se está calentando y, por si fuera poco, es probable que un asteroide impacte la tierra en unos cuantos años.

La política y la ideología lo han contaminado todo. Las discusiones dividen familias y separan amigos. El debate razonado ha dejado su lugar a duelos de monólogos a gritos. Lo que vende en las noticias son los muertos, las traiciones, las declaraciones groseras y altisonantes.

Y de pronto aparece Armando González Torres con un libro sobre la alegría. ¿Es todo?, le preguntan. ¿No tienes otra cosa más importante qué decir aparte de la esperanza, la libertad, el goce y la empatía? ¿Cuántos muertos hay en tu libro? ¡Ninguno! Cierto que en uno de sus ensayos habla de los moribundos, del consuelo a los enfermos que están por partir. ¿Qué hacer en esos casos terminales? Estar presentes con el que sufre, “la presencia como muestra de simple solidaridad humana”. Tomar la mano del enfermo, decir palabras que afinen la conciencia, fortalecer el ánimo: empatía frente al dolor.

Alegría, consuelo, espiritualidad, ¿dónde quedó el autor de ¡Que se mueran los intelectuales!, de Las guerras culturales de Octavio Paz, de Salvar al buitre y de La sed de los cadáveres? Confiesa González Torres en su texto de bienvenida a Libros alegres (El tapiz del Unicornio, 2024) que “de joven fui consumidor compulsivo de literatura del abismo, pesimismo ácido y tóxica contracultura”. Decidió ahora, autor maduro, buscar libros con otros tonos, libros de emociones “reacias a plasmarse, como la esperanza y la alegría”. Le propuso entonces a José Luis Martínez, el magnífico editor de Laberinto, suplemento cultural de Milenio, una columna en donde diera cuenta de sus lecturas y descubrimientos.

Así nació Libros alegres, recopilación de 63 artículos divididos en dos secciones: Libros alegres y Escrituras tónicas. En la primera sección recoge aquellos artículos que refieren a libros específicos y en la segunda habla de autores. Libros y autores. Libros de literatura, filosofía, sociología y teología. Autores muy reconocidos (Chesterton, Dickens, Canetti, Camus) y otros para mí desconocidos (como el vagabundo Francois Augiéras, autor de Domme o el ensayo de ocupación, en el que da cuenta de su original experiencia religiosa.) El libro de González Torres es, más que un libro para leerse de corrido, un prontuario, una colección de ensayos en los que examina y comenta libros y autores que exponen cómo vivir bien, reconciliados consigo mismos, con el mundo, la naturaleza y nuestros semejantes.

De los 63 autores expuestos ninguno es mexicano. Cosa rara, pero tal vez comprensible porque los mexicanos llevamos algún tiempo muy disgustados. Por la economía, la inseguridad, la corrupción. Muchos de estos mexicanos inconformes para sacudirse de su enojo decidieron votar por alguien que les resolvería todos sus problemas, un iluminado. Otros no creímos en esa promesa de redención y seguimos molestos. La ira en sí misma no es mala, ha ayudado en muchos casos a remediar situaciones injustas. Sin embargo, “como sugiere Martha Nussbaum en La ira y el perdón, si bien la ira puede ser un impulso inicial, los mayores avances en la lucha contra la injusticia no se logran dándolo rienda suelta a esta emoción, sino tratando de transformarla en las virtudes antagónicas del autocontrol, la empatía y la generosidad”, según expone González Torres.

Tal vez el catálogo de autores se hubiera enriquecido con José de la Colina (De las libertades fantasma) o Gabriel Zaid (Cronología del progreso), autores que son dueños de un optimismo razonado. De los autores que González Torres sí incluyó dos se alzan por encima del resto y dan el tono general libro: Epicuro y Montaigne. Diríase que son de la misma familia, más aún: que Montaigne es un autor epicureísta.  

Epicuro pensaba que no somos dueños de nuestro destino, pero que podemos influir razonablemente en él. Somos sujetos de nuestros deseos, consideraba, pero entre ellos “hay que elegir los que procuren la salud del cuerpo y la salud del alma”. Se trata, como bien sintetizó en una imagen González Torres, de un filósofo sonriente, que aconsejaba no temer a la muerte, asumir la indiferencia de los dioses, disminuir las necesidades y cultivar la amistad como si fuera un arte.  

De Montaigne se ha escrito mucho y lo que sobre él dice González Torres lo dice bien: “cómplice de lo imperfecto y transitorio, es decir, cómplice de lo humano”. Para superar nuestras limitaciones y miedos, debemos asumirlos. Para escapar de la angustia de la muerte, señala el autor, “es importante mantener el interés y la sorpresa, poner atención al mundo y dejarse insacular por sus extravagancias y maravillas más menudas, divertidas y agradecibles”.

En los últimos años ha sido muy notoria la abundante oferta de libros sobre el estoicismo, tanto para el público académico como para el público lego. Abundan los libros de autoayuda basados en las máximas estoicas. Como si ante el mundo caótico en el que vivimos la salida fuera el autocontrol y la disciplina de las emociones. Las terapias cognitivo-conductuales son herederas lejanas de los principios estoicos. A esa vía severa Armando Gonzáles Torres opone en Libros alegres la ruta epicúrea, de la contención y el placer. Esa es la función del prontuario que nos ofrece su autor. No un libro de lectura sino de consulta. Un libro que recomienda 63 rutas distintas para alcanzar la felicidad.

Qué palabra tan extraña en nuestro tiempo: felicidad. Se diría que hoy se busca la justicia social, la reivindicación identitaria, la revancha de los oprimidos. Nos hemos olvidado de sonreír, conversar, caminar sin ruta definida, reflexionar vagabundeando (quizá porque los caminos son inseguros). En varios de los ensayos reunidos por González Torres se recomienda el cuidado de un jardín (como Epicuro), de una rosaleda (como Orwell), de una pequeña huerta para conectar al hombre con la naturaleza, para encontrar una pausa en el tráfago diario. Se habla aquí de la amistad y la lectura inmersiva, de la precaución que debemos tener en el cultivo de las abstracciones (que sacrifican a personas concretas), del amor a las palabras. Sigue a Camus cuando señala que no hay víctimas o verdugos perdurables, ya que “los papeles pueden cambiar”. Habla, en suma, del amor, ya que el amor es, como señala Iris Murdoch, “ante todo un reconocimiento del otro, de su experiencia individual y distintiva”.

En su madurez, como escritor y como persona, Armando González Torres ha buscado y encontrado la mesura, la empatía, la razonable lucidez, el buen humor. Admirador del filósofo anarquista Robert Nozick, y contradiciendo a Dylan Thomas, aconseja “no perderse con sigilo en la benévola noche ni rabiar contra la muerte de la luz sino… tratar de fulgurar con el máximo esplendor”.

En Libros alegres Armando González Torres contagia las ganas de vivir y de disfrutar la vida. No se me ocurre mayor elogio. ~

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