Háblame en español es la primera novela de Eulalio Ferrer (Santander, 1920), trasterrado en México desde principios de los años cuarenta, autor de un caudal de libros que combinan inventivamente el testimonio, la historia, la crónica y el ensayo sobre cuestiones relacionadas con la comunicación. Autor de una Enciclopedia de la publicidad y de diversas obras históricas sobre este tema, es, además, lector habitual del Don Quijote de la Mancha, fundador de un Museo Iconográfico del Quijote, creador del Centro de Estudios Cervantinos, bibliófilo y académico de la lengua. Ahora, Ferrer sorprende con una primera novela, alimentada por el drama de la Guerra Civil española que vivió en la adolescencia. A diferencia de tantos escritores impulsivos, supo guardarse varias décadas esta obra, animada y tensa, que se inscribe en el paisaje de la narrativa española sobre el exilio que va de Benjamín Jarnés y Ramón J. Sender a Javier Cercas, pasando por Julián Gorkin, Max Aub y Juan Goytisolo.
Estamos ante un gran “cuento chino”, una fábula parabólica en la que se entreveran varias historias a partir de una leyenda central: la de Margarita Cugat de Lee, Ita, la madre adoptiva del presunto hijo del anarquista catalán Buenaventura Durruti (pues a Eulalio Ferrer la tradición ácrata no lo ha dejado indiferente). Háblame en español es el título de la novela y el nombre del proyecto que Ita y su hijo Liber le pretenden vender a Mao Tse Tung, ese nuevo emperador rojo que, al descubrirse a sí mismo, supo despertar a China. La novela tiene aliento y garra. Como dice una voz fáustica, sólo cuentan los que tienen algo que contar y no están desprovistos de recursos.
La narración se plantea en dos registros: por un lado, la historia, digamos actual, de un millonario chino que aspira a salvar en su museo privado las pinturas más significativas de los siglos XIX y XX y que levanta una fundación filantrópica para luchar contra el hambre y la pobreza. Esta historia es también, y sobre todo, la de su hijo adoptivo, Liber, en quien recae el peso y la responsabilidad de dicha fundación. Este relato se trenza, por el otro lado, con la vida de Margarita Cugat, una niña bien, catalana, que pierde a sus padres en un bombardeo en Barcelona a principios de la guerra civil y adopta la causa de la República entregándose a ella hasta el punto de participar en el desmantelamiento de una conspiración nazifascista y de entregar su virginidad a un piloto aviador agonizante, hechos todos que, en cierto modo, preparan la adopción de un niño de dos o tres años. Háblame en español es, pues, la historia de amor de una madre y de un hijo adoptivo que se encuentran entre las ruinas de la guerra, la gran madre de ambos y la de casi todos los personajes que pueblan la novela.
En el trasfondo, el protagonista de esta novela rocambolesca, con final infeliz, es la lengua española, que debe su grandeza a la demografía, a la cantidad de hablantes. Este punto, la cantidad de practicantes del idioma, parece ser el imán que magnetiza la narración. Hay, por supuesto, una nostalgia ¿irracional? del imperialismo de la lengua española, como si esta ofreciera la posibilidad mesiánica de salvar a la especie humana en el orden moral y estético. Pero no está muy claro qué es lo que el idioma español salvaría: ¿la familia? ¿el honor? ¿la nobleza? ¿un cierto modo de vivir hispánico?
Dije que Háblame en español es un gran cuento chino; no dije que, dentro de la novela, el gran cuento chino es el dinero, el poder del dinero. Esto resulta particularmente visible en el tratamiento que se da a la pintura en la narración: el museo privado de Lee (uno de los dos ombligos simbólicos de la novela; el otro es la lengua española) es, a mi parecer, una suma de convencionalismos estéticos fraguados al gusto de la época. Está conformado fundamentalmente por obras del impresionismo, pero no hay entre ellas ninguna con la cual el personaje tenga una relación personal profunda. Esto hace que el museo esté, en cierto modo, deshabitado.
Uno de los personajes, el profesor Roberto Mariscal, español exiliado en Harvard, encuentra en George Santayana el prototipo del escritor e intelectual. ¿Qué significa que este filósofo, que escribe fundamentalmente en inglés, sea la figura inspiradora de la maquinación fantástica –si no es que fáustica– titulada “Háblame en español” cuyo propósito es instaurar como segunda lengua en China el idioma español para así neutralizar la avasalladora presencia del inglés como lengua universal? No significa, creo, sino la voluntad del autor de deslindarse de su propia tradición, dándole la espalda a Machado y a Unamuno, a Menéndez y Pelayo y a Azorín y, más acá, a Américo Castro y a Juan Goytisolo.
Háblame en español no es una novela histórica sino profética y, acaso, costumbrista, descriptiva de los usos y costumbres de los millonarios, al estilo de ese escritor francés de best sellers llamado Paul-Loup Sulitzer, autor de Cash! (1981) y Fortune (1982), suerte de westerns thrillers financieros. Ferrer, de hecho, sería, guardando las proporciones, una suerte de Malraux, híbrido de Sulitzer.
Háblame en español es, como decía, un gran cuento que se alarga hacia la novela y sucumbe a la tentación de la grandeza. ¿Será una obra llamada a dejar huella en la historia de las letras españolas relacionadas con el exilio? ¿O será más bien un signo, un ingrediente indispensable para redondear el perfil de ese autor inclasificable llamado Eulalio Ferrer? ¿Hasta qué punto está entreverada en esta obra la biografía del escritor? No interesa saber si Mao pensó alguna vez en la posibilidad de que el español fuese la segunda lengua de su país; lo que interesa es la fascinación de Ferrer por la oceánica China. (Por cierto, la fascinación por China en las actuales letras hispánicas me remite al libro del escritor venezolano José Manuel Briceño Guerrero, Para ti me cuento a China, un singular diario redactado en China a lo largo de un año, publicado con el seudónimo de Jonuel Brigue [Biblioteca J. M. Briceño Guerrero, Mérida, Venezuela, Edición Puerta del Sol,2007].)
Háblame en español, la novela que Eulalio Ferrer publica a los 87 años, luego de haber dado a la estampa más de cuarenta libros, puede ser leída como una recapitulación literaria y humana, un documento en el que se cifran los sueños que han vertebrado secretamente la vida del autor: el juego y el placer, el amor al arte, la pasión por la historia, la obsesión por el poder y la riqueza material, la admiración hacia los creadores, la fascinación por un amor que es como un trueque de adopciones, el orgullo de pertenecer a una raza y de hablar en su idioma y, en fin, el gusto por crear mundos paralelos e inventar fábulas ambiguas alimentadas por la historia.
El pliego literario que es Háblame en español encierra un mensaje esperanzador: la guerra civil española, al derramar por el mundo los nervios de una España peregrina, ha hecho de la lengua castellana un vehículo idóneo para la transmisión de los valores de concordia, solidaridad y justicia que movieron a las armas republicanas. Un heraldo de esta utopía profética es el empresario, comunicólogo, escritor, mecenas y ahora novelista Eulalio Ferrer, un hombre cuya mente, como dice el poema “La Dulcinea de Marcel Duchamp” que Octavio Paz le dedicó, “es una cámara de espejos”. ~
(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.