La carretera, de Cormac McCarthy

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Empezamos a sospecharlo: escribir hoy una novela maestra es casi contraproducente. Apenas alguien pone una novela extraordinaria sobre la mesa y ya las almas nobles repiten, robustecidas, el discurso de siempre. Que no todo estรก perdido. Que el gรฉnero sobrevive saludablemente. Que la literatura actual โ€“abatida, entre otras cosas, por el dominio de las corporaciones editoriales, la tiranรญa del lector y la pobre exploraciรณn formalโ€“ es tan buena y elocuente como hace sesenta o doscientos aรฑos. Para justificar tanto optimismo se argumenta: hay maestros. Tarde o temprano se ejemplifica: Cormac McCarthy. Es cierto y, sin embargo, nada mรกs falso. McCarthy (Rhode Island, 1933) es un narrador enorme, en efecto tocado por la gracia, pero no es un caso sintomรกtico. Por el contrario: es una excepciรณn, un fogonazo de genialidad en una noche casi unรกnime.

La carretera, su obra mรกs reciente, es una novela mayor. Mayor, desde luego, en un sentido contemporรกneo, no decimonรณnico. No hay salud ni voluptuosidad ni optimismo en este libro. Hay โ€“como siempre, pero mรกs que nunca, en McCarthyโ€“ un exasperante รกnimo apocalรญptico. Hay un ethos agรณnico que termina por devorarlo todo. ยฟQuรฉ elementos son arrasados? Los nombres propios y los flujos de conciencia. La tentaciรณn sociolรณgica y las digresiones costumbristas. Las explicaciones sobre casi cualquier cosa y casi todo artificio novelesco. Queda apenas algo: dos personajes y un mundo devastado. Los personajes: un padre y un hijo que caminan a lo largo de una carretera, rumbo al sur, en busca del mar y de un cielo menos hosco. El mundo: un desierto postapocalรญptico atravesado por unos cuantos sobrevivientes y sobrevolado, oprimido, por una densa nube de cenizas. Desconocemos las razones del ocaso, observamos sรณlo los escombros. En el final todo es como en el principio: un padre y un hijo, un viaje, el hambre, la violencia, la existencia confiada a los instintos. Abolido lo superfluo, no queda, cosa rara, el vacรญo sino la mรฉdula: la realidad inmutable, arquetรญpica.

Porque la narrativa de McCarthy es despojada y vertiginosa, muchos la han aprovechado para hacer otro elogio de la literatura estadounidense. Se dice: la narrativa de Estados Unidos es รกgil y eficiente y McCarthy es รกgil y eficiente. Se recuerda: el autor de Todos los hermosos caballos (1992) gusta de la acciรณn, la velocidad, la odisea. Se citan sus รบltimos libros โ€“No es paรญs para viejos (2005) y esta novelaโ€“, cada vez mรกs desnudos y menos lรญricos, para celebrar, ante todo, su eficacia. De nuevo: sรญ y no. McCarthy es un narrador eficaz pero es, por fortuna, mucho mรกs que eso. Si destaca no es porque sea preciso sino porque es grande y la grandeza, ya se sabe, es imperfecta. ยกCรณmo brilla el McCarthy excesivo en medio de tantos autores tan correctos! ยกCuรกnto arroban sus repetidos desplantes! Esos vuelos lรญricos apenas justificados. Esas frases que, para mejor sabotear la fluidez, tropiezan y se estrellan unas contra otras. Esas โ€œimprecisionesโ€ de lenguaje que el notable crรญtico James Wood ha denunciado equivocadamente. Que lo sepa el nuevo lector de McCarthy: despuรฉs de La carretera, conviene marchar en sentido contrario, hacia las primeras obras del autor, mรกs poรฉticas y virulentas y desmesuradas. En el camino, una cima, imponente: Meridiano de sangre (1985).

Pensaba Adorno que โ€œen ninguno de sus elementos es el lenguaje tan musical como en los signos de puntuaciรณnโ€. McCarthy se obstina en creer lo contrario. Mรญrese de lejos una de sus pรกginas: una uniforme mancha negra. Mรญrese de cerca: una escritura que prescinde, casi enteramente, de parรฉntesis y comillas y guiones y comas. Aunque este voto de pobreza recuerda a la estupenda y poco fluida Gertrude Stein, hay quienes hablan, otra vez, de eficacia narrativa. Como si McCarthy omitiera las comas para que sus frases se deslizaran mรกs rรกpidamente hacia su destino. Como si el punto final fuera el destino. Como si hubiera un destino. (Es seguro que no lo hay: su narrativa, en vez de estallar en una epifanรญa, se mantiene en un permanente estado de inminencia.) Antes que contra la lentitud y las pausas, McCarthy se bate contra el artificio. Suprime las comas y esto ocurre: mรกs que escribir, parece transcribir las palabras que el mundo โ€“el desierto, la fronteraโ€“ le dicta brutamente.

Pensaba Isaac Babel que si el mundo escribiera, escribirรญa como Leรณn Tolstรณi. Pensamos nosotros, los pesimistas, que si el fango balbuceara, balbucearรญa como Samuel Beckett y mascullarรญa a la manera de Cormac McCarthy. ~

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es escritor y crรญtico literario. En 2008 publicรณ 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).


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