Ricardo Piglia, Por un relato futuro. Conversaciones con Juan José Saer, Barcelona, Anagrama, 2015, 134 pp.
Inaugurada oficialmente por Platón, la conversación es, quizá, uno de los géneros literarios más antiguos. Anterior a la novela y al ensayo, el diálogo ha estado con la humanidad desde el principio de los tiempos. Su permanencia no es ninguna novedad, pues a diferencia de las artes que reclaman cierta sensibilidad y disposición para su ejercicio, la conversación surge como un reclamo y un requisito del cuerpo. Resulta, entonces, algo primigenio: necesitamos del diálogo tanto como del alimento o del sueño. Y es que por más apartado que se encuentre, todo individuo es en esencia colectivo. De allá que quienes durante la juventud tuvimos la soledad como práctica permanente hayamos recalado de manera natural en la literatura: de algún modo, otro tipo de conversación. A través de la conversación el ser humano renueva su espíritu, comprueba sus afinidades y divergencias, se actualiza. De manera paradójica —aunque no sorprendente—, la conversación resulta ser el medio más propicio para afirmar nuestras convicciones. El diálogo cuestiona nuestras certezas, nos hace detenernos, descubrir los agujeros de nuestros posicionamientos; es entonces que los reformulamos, los ajustamos, nos despojamos y continuamos con aquello que después de la prueba, a pesar de todo, se ha mantenido válido. En términos teóricos, la conversación es aquella cosa que Paul Ricoeur llamó la tercera mímesis y que es el mecanismo mediante el cual se refigura lo dicho, aquello que impide la cristalización. Cristalización que, peligrosa, conduce a la alienación y, finalmente, en los casos más extremos, a violentas guerras.
Para entender, podríamos hablar —de manera simplificada— de tres momentos en la conversación. La primera que surge en la soledad, de la interiorización del momento y del mundo, de la sensualidad de lo vivido; la siguiente que es la puesta a prueba de esas convicciones surgidas del silencio, es decir, el diálogo mismo —diálogo que de ser verdadero es sin concesiones, radical y combativo—; y la tercera que es la evaluación de los daños, el rescate de lo que ha quedado y la aceptación de lo que, irremediable, se ha transformado. No obstante, como toda práctica artística, para la conversación se necesita también habilidad y talento. Es un hecho que no cualquiera es capaz de generar una buena discusión, viva, un diálogo. Cierto: con un buen conversador basta para que acudamos atentos a lo que se dice; pero cuando se juntan dos artistas del género podemos hablar de un monumento que, potente, reclama todo nuestro oído y reflexión. Digamos, pues, que Por un relato futuro es un testimonio de este ejercicio. Practicada con particular maestría por los argentinos —al momento del asado, en sus incontables cafés o en sus hoy en día escasos patios cerveceros—, la conversación aguerrida es, para algunos, una condición necesaria para la amistad: una prueba a superar y una práctica en la cual insistir. No una situación llana, sino una puesta en tensión en la que al momento se juega todo. Y este fue el tipo de relación que, hasta el final, sostuvieron Juan José Saer y Ricardo Piglia, quien al referirse a sus encuentros habla de “diálogos apasionados, bromas, una maledicencia liviana, gustos tajantes, argumentos arbitrarios, acuerdos instantáneos y diferencias irreductibles”.
Por un relato futuro es todo esto. Dos amigos que, reunidos por ciertas posiciones políticas y literarias a mediados de los años sesenta y separados geográficamente por el destino pocos años más tarde, sostuvieron un diálogo infinito que nunca cedió a las circunstancias del tiempo y el espacio. De allá también que como toda conversación su esencia misma sea la digresión: un incontable número de posibilidades que desbordan al libro mismo. Lo que tenemos aquí son fragmentos, cinco fragmentos para ser más precisos, de un diálogo que por varias décadas se mantuvo vivo más allá de lo documentado por las transcripciones que hoy se nos ofrecen. Aquí, cinco diálogos desarrollados de manera pública —cuatro de ellos en Buenos Aires y uno más en la ciudad de Santa Fe— en los que vislumbramos lo que parece haber sido una amistad exquisita desde sus inicios. Y aunque comenzamos in medias res en una mesa organizada por la Universidad del Litoral en 1987 y suspendemos también a medio camino, en el Club Socialista de Buenos Aires, hacia 1999, seis años antes de la muerte de Saer, los vestigios que nos quedan en este libro son infinitos. La variedad de temas también inabarcable (sin embargo, ennumerable): la tradición literaria, el canon, la frontera entre géneros, las vanguardias históricas, la posmodernidad, Occidente, la literatura latinoamericana, la utopía de la lengua, Borges, la lectura, la experiencia, el determinismo geográfico, la poesía, el ensayo, la novela histórica, el lugar del escritor, lo social y lo político en la escritura, la memoria y la amistad. Temas tocados profunda y tangencialmente; de manera sistematizada y caótica; con un final cerrado, abierto o suspendido. Todo esto recorre las pulsiones de este libro que se puede leer ordenadamente o a saltos, y que sorprende por la vigencia y la actualidad de sus contenidos.
Por último hay que mencionar que Por un relato futuro no se lee independientemente, sino que para enriquecer y participar del diálogo las obras de estos dos autores son una referencia indispensable. Hay que leer Respiración artificial, Formas breves y La ciudad ausente; Cicatrices,Responso, Glosa y La narración-objeto (por mencionar algunas de sus obras) para estar al tanto de lo que se discute, para potenciar el goce de lo que se lee. Pero sobre todo, yo hablaría de un complemento imprescindible que fue publicado hace algunos años en México por la Editorial Mangos de Hacha y que permanece como un documento más o menos secreto; me refiero a aquel pequeño volumen titulado Diálogos que contiene una variedad de entrevistas y conversaciones a estos y entre estos dos autores, los cuales, en su mayoría, no están recogidas por esta joya que hoy publica Anagrama. Las discusiones de Diálogos y Por un relato futuro son intercambiables y necesarias; ambos libros reclaman un encuentro indispensable. Dos fragmentos que nos hablan de la afortunada coincidencia de Ricardo Piglia y Juan José Saer.