Amor y desamorJuan Gustavo Cobo Borda, La musa inclemente, Tusquets, Barcelona, 2001, 106 pp.Desde su primer libro, Consejos para sobrevivir (Bogotá, 1974), Juan Gustavo Cobo Borda (1948) trajo a la poesía colombiana un tono nuevo, perfectamente reconocible, tangencial a su propia tradición literaria y de una intensidad poco frecuente. Bien puede decirse que, a lo largo de una obra poética ya abundante y recopilada en Todos los poetas son santos (México, 1998), el autor ha sido fiel a ese tono que tiene algo de la dicción coloquial, pero con la exacta cadencia musical, el rigor conceptual y las imágenes luminosas que sólo la poesía puede dar. Al lado de su creación, Cobo Borda ha desarrollado una no menos amplia obra crítica en el campo literario y artístico, que ha contribuido a la revisión profunda de esa misma tradición a la que aludimos. Si se leen con cuidado libros críticos suyos (como Historia portátil de la poesía colombiana, 1890-1995, Bogotá, 1995), sus antologías, sus estudios (sobre García Márquez, Álvaro Mutis, Germán Arciniegas o Borges) y sus incontables artículos y reportajes, se comprobará que, en él como en otros grandes creadores, la función crítica es la otra cara de la función poética: ambas se ensamblan en una perfecta unidad.
Todo esto queda confirmado con la aparición de su último libro de poesía, La musa inclemente, que no sólo debe considerarse uno de sus mejores libros, sino uno de los más notables en el ámbito de nuestra lengua. Llamarlo un “libro de poemas amorosos” es fácil y legítimo si se atiende al número de poemas que tratan ese tema; pero el membrete puede resultar desorientador. Muchos están provocados por la pasión amorosa, pero no todos son precisamente tributos “amorosos”. Los que predominan —los más dolorosos— son, contrariamente, “poemas del desamor”, testimonios de relaciones tormentosas, frutos amargos del desengaño, ardidas y ardientes rupturas, abandonos, traiciones. Es decir, más que celebrar la plenitud del amor estos poemas son elegías a su pérdida y ausencia, al momento crítico en el que el sentimiento amoroso desaparece y es reemplazado por el odio o el despecho más feroces. Lamentos del bien perdido, los textos de Cobo Borda se llenan a la vez de melancolía, lucidez y pesadumbre: nada es lo que parecía y no hay más remedio que aceptar el fracaso de un sueño imposible. El alma acongojada, quizá avinagrada, revive escenas y rostros que ahora sólo quiere negar u olvidar. Leyendo ciertos poemas de Cobo Borda es posible recordar un gran poema de amor-odio: “Las furias y las penas” de Neruda, por el clima borrascoso y las negras visiones que el pensamiento de la amada produce.
El libro está dividido en cuatro secciones. La primera recrea imágenes de Grecia (donde el autor fue diplomático por un tiempo) y sus antiguos mitos, como puede ocurrir en “En la casa de los Átridas” o “Ulises vuelve a casa”. En la segunda encontramos los poemas amorosos más serenos y tiernos, incluso domésticos, como “Canción para que duerma una niña”. El amor es un “estado de gracia”, una forma suprema de conciliación y armonía con el mundo, ligada por eso al acto poético. Amor y poesía son aquí formas de salvar “ese despojo que es la vida/ y su estricto margen de ganancia” (“Un poema cada día”).
La tercera sección es la más característica, pues contiene los textos en los que el amor cede al odio y al cínico desencanto. Es revelador que Cobo Borda haya puesto esta sección bajo un torturado epígrafe de Dostoyevski, en el que compara el amor con una forma voluntaria de tiranía. El primer poema de este grupo es de una rara perfección; lo copiamos íntegro:
De tanto afán, entrega, encanto;
tanto fuego, promesas y raptos
no subsistirán ni estos versos malos.
Insulsos como charla de abogados
o conversación amorosa
cuando el amor se ha esfumado.
(“Un mal día”)
La última parte del libro es algo más miscelánica pues recoge poemas del desamor, ácidas visiones de la realidad colombiana, instantáneas de paisajes extranjeros, homenajes a grandes maestros de la pintura, pero también el texto quizá más conmovedor y hermoso del conjunto: “Exhorto”, verdadera plegaria a la amada que comienza así: “Amor:/ dame la mano/ para salir/ del tortuoso laberinto/ donde te aguardo”.
Lo que el poeta nos dice es una verdad esencial: todo en la vida humana es pueril e irrisorio (palabras clave de su vocabulario), desde la ilusión del amor hasta el encono que lo apaga sin remedio. En el poema que da título al libro, leemos: “Aprendí contigo/ lo vano del entusiasmo./ Lo pueril de una carta./ Lo cotidiano de la muerte/ y sus desengaños”. Es esa filosófica y estoica admisión de la existencia como derrota y la forma precisa y transparente como la expresa lo que más hay que destacar en el libro. La dicción del poeta es inconfundible por la luminosa inteligencia con la que examina las minucias de la pasión; la sensibilidad irónica y escéptica de quien es consciente de vivir tiempos de decadencia; la concisión inapelable de la imagen directa y desnuda de adornos. Hay en él un tono sentencioso y sabio que lo acerca a Cavafis, Cernuda, Mutis y Borges. A veces, su sabor epigramático nos recuerda también al viejo Catulo, otro poeta de la decadencia y capaz, como el colombiano, de hablar del amor tanto desde el sentimiento como desde el resentimiento. En Cobo Borda hay un trasfondo atormentado que, sin embargo, quiere resolverse en serena resignación: la del que nada espera y sólo junta melancólicamente palabras para entretener su vacío y engañarse con la promesa de la perennidad. –
(Lima, 1934) es narrador y ensayista. En su labor como hispanista y crítico literario ha revisado la obra de escritores como Ricardo Palma, José Martí y Mario Vargas Llosa, entre otros.