Julio Scherer García
Calderón de cuerpo entero
México, Grijalbo, 2012, 127 pp.
Este libro –fallido trabajo periodístico y complejo testimonio humano– está compuesto de tres elementos: una denuncia sobre una supuesta desviación de fondos del gobierno al PAN, diversos testimonios de malquerientes de Felipe Calderón que critican con dureza al presidente y su gestión, y un ramillete de notas personales, entre las que destacan dos sobre la traición. Me detendré un poco en ellas, porque constituyen el corazón del libro. En la primera retrata Scherer a su madre gravemente enferma. Esta le pregunta a su hijo: “¿Cuántos amigos tienes?” Scherer contesta que once y su madre le responde: “Yo voy a morir con dos.” Remata así la anécdota: “Con el tiempo comprendí a mi madre: me prevenía contra la traición.” La segunda nota cuenta el modo en que ayudó a un trabajador de Excélsior cuando todavía Scherer dirigía ese diario en los años setenta. Requería ese trabajador una complicada operación cardiaca y Scherer la gestionó con el director del Seguro Social (“nada se me negaba entonces”, dice Scherer refiriéndose a su posición de poder como director de Excélsior). Años después, el día en que se celebró la amañada asamblea que derivó en la salida de Scherer de ese diario, ese trabajador le volteó la espalda a Scherer, lo traicionó al tiempo que le escupía estas palabras ingratas: “Me das asco.”
La traición, quién lo duda, es uno de los peores actos humanos. “La traición –dice Scherer–, devastadora como un asesinato.” ¿Por qué incluyó Scherer estas dos notas personales en un libro de periodismo político? La mayor parte de este breve libro la ocupan las conversaciones que sostuvo Scherer con Manuel Espino, Luis Correa Mena y Alfonso Durazo. De las tres, destaca la entrevista (en realidad, la serie de entrevistas) de Scherer con Espino. En ellas el expresidente del PAN da rienda suelta a su rencor contra Calderón, un hombre al que él contribuyó a llevar a la presidencia de la república en 2006. Dice sobre él cosas terribles, pero sobre todo trata de demostrar que Calderón es alcohólico y que eso le ha hecho mucho daño a México. “El gusto –dice Espino– por la bebida es viejo en el presidente. Le ha hecho daño en lo personal y al país.” Scherer comparte esa impresión, ve en Calderón “una mirada vaga”, por lo que deduce que, “por este problema humano”, tenemos “un presidente de medio tiempo”. Dedica no pocas páginas Scherer a abundar en esta denuncia de Espino. Llama la atención, sin embargo, que todas las anécdotas que Espino cuenta son anteriores a la asunción de Calderón como presidente. No hay una sola que muestre a Calderón en funciones en estado inconveniente. Me parece una falla periodística muy grave de Julio Scherer, ya que el único indicio que tiene del supuesto alcoholismo actual de Calderón es que detecta en él “una mirada vaga”. ¿Este es el dato duro de Scherer en un asunto tan delicado? Más interesante resulta preguntarse por la actitud de Espino. Al hablar tan despectivamente de Calderón y de la situación de su partido, ¿es un traidor? ¿Es un traidor Correa Mena por relatar a Scherer las anécdotas en las que Calderón maltrata a su mentor, Carlos Castillo Peraza? ¿Es un traidor Alfonso Durazo, que fue secretario de Fox y que ahora viste la casaca obradorista, al contar la mediocridad de los quehaceres de Calderón como secretario de Energía y antes como director de Banobras? No, ni Espino, ni Correa, ni Durazo traicionaron a Calderón porque no eran sus amigos ni sus colaboradores. Entonces, ¿a qué vienen esas anécdotas de Scherer sobre la traición? A lo siguiente: Scherer piensa que Felipe Calderón es un traidor, que primero traicionó a su padre (hombre de principios, que renunció al PAN) y más tarde traicionó a su amigo y mentor Carlos Castillo Peraza (hombre también de principios, y que también renunció al PAN). Para Julio Scherer, Calderón es “un hombre de pasiones oscuras”, un traidor. En ese juicio (o prejuicio) moral basa Scherer su denuncia política sobre Calderón y su gestión.
Julio Scherer es un hombre que sabe gozar y honrar la amistad. La amistad, por ejemplo, de Carlos Castillo Peraza, que fue su colaborador en Proceso y amigo cercano. Felipe Calderón traicionó (y recordemos que la traición para Scherer es equiparable a un asesinato) a Castillo Peraza. Lo cuenta detenidamente Scherer en Secuestrados (Grijalbo, 2009). Para Castillo Peraza, el último intelectual del PAN, Felipe Calderón era “inescrupuloso, mezquino, desleal a principios y a personas”. No siempre tuvo esa opinión de él. De hecho fueron grandes amigos y, gracias a Castillo Peraza, Calderón pudo escalar altos puestos dentro de Acción Nacional. Ya en la cumbre del partido, Calderón maltrató y humilló a Castillo Peraza. Quince días después de que el PAN postulara a Castillo Peraza como su candidato al gobierno del Distrito Federal (lo cuenta Correa Mena), Calderón públicamente declaró que el partido se había equivocado al elegir a su candidato. Luego de esa declaración la campaña de Castillo Peraza fue de tumbo en tumbo hasta el fracaso final. Dolido por el trato que recibió, Castillo Peraza renunció al PAN, se entregó a las ideas y a la escritura, como articulista en Proceso, Nexos y ocasionalmente en Vuelta. Sabemos cómo terminó esa historia: Castillo Peraza murió poco después en Alemania, fuera del partido que había sido su vida (“en la orfandad”, le confesó a Scherer) y sin haberse reconciliado con Calderón. Esta traición de Calderón no la perdonaría el periodista. Reunidos por Josefina Vázquez Mota, Calderón y Scherer desayunaron a principios del 2006, siendo ya Calderón candidato del PAN a la presidencia. No conversaron: Scherer monologó, se quejó del olvido en que tenía el PAN a sus fundadores y la forma en que habían hecho a un lado los principios que habían inspirado al partido. Pero sobre todo, Scherer se quejó con Calderón del trato a su amigo. “De Carlos Castillo Peraza –cuenta Scherer– hablé largamente y con dolor” (Historias de muerte y corrupción, Grijalbo, 2011).
Esa traición, ese asesinato moral de un amigo suyo, es el motor que movió a Julio Scherer a publicar este libro, deshilvanado y mal hecho. Comete en él errores garrafales. Espino le cuenta que en mayo del 2006 Calderón promovió entre los senadores del PAN (sin la anuencia de Espino, según él) la aprobación de la llamada “ley Televisa”, para congraciarse con las televisoras, que en ese momento estaban “ostensiblemente distantes de Calderón”. Tres detalles llaman la atención de esa denuncia: primero, ¿cómo podía promover Calderón en mayo del 2006 la aprobación de esa ley si esta fue aprobada en el Congreso en marzo y publicada en abril de ese año en el Diario Oficial? Segundo, ¿no nos ha vendido durante años Proceso la idea de que en el 2006 las televisoras apoyaron a Calderón? Ahora nos enteramos de que, hasta mayo del 2006, las televisoras estaban “ostensiblemente distantes de Calderón”, es decir, que estaban cercanas a López Obrador. Y tercero, ¿estará enterado Scherer de que también la bancada perredista votó a favor de esa ley?
¿Cómo es posible que un periodista de la talla de Julio Scherer avale, transcribiéndolos, los dichos erráticos de Manuel Espino en relación al alcoholismo de Calderón y a la “ley Televisa”? ¿No es obligación del periodista cotejar con otras fuentes la información que recibe? No es algo menor ya que la entrevista de Espino es la columna vertebral de este libro. Espino es un personaje muy turbio, contradictorio. Dice que “el resentimiento no va conmigo en la vida”, y cuando Scherer le pregunta si le tiene rencor a Calderón, afirma: “mi resentimiento es muy fuerte”. El libro abre con documentos (que a todas luces le filtró Espino a Scherer, aunque este dice que alguien se los deslizó bajo la puerta de su casa) que supuestamente demuestran la transferencia de fondos en 2008 del gobierno hacia el PAN y el pago ¿ilegal? del PAN en 2006 a la compañía de Hildebrando Zavala por once millones de pesos. Afirma Espino: exactamente eso es lo que denunció López Obrador en 2006. Sin embargo, López Obrador habló (eso ocurrió durante el primer debate; al segundo, por soberbio no quiso acudir) de que le habían hecho pagos a Hildebrando por 2,500 millones de pesos. Scherer exhibe una factura por once millones (¿y los 2,489 millones restantes?) sin mostrar evidencia alguna de que ese dinero haya sido para capturar información de los beneficiarios de Sedesol, como se afirma en el libro.
Más que a Calderón, este libro exhibe a Julio Scherer de cuerpo entero. Apasionado hasta la equivocación. Periodista errático en sus últimos libros. Noble y vehemente en la defensa de sus amigos que sufrieron traición. ~