Vicente Molina Foix y Luis Cremades
El invitado amargo
Barcelona, Anagrama, 2014, 416 pp.
Treinta años después de haber terminado una relación de pareja (breve, pero apasionada y determinante), Vicente Molina Foix y Luis Cremades decidieron contarla a dos voces y “sin omitir nada”. Eligieron para ello un método en pimpón: Molina redactaba un capítulo, se lo enviaba a Cremades y este le devolvía su versión de los mismos hechos: el resultado son cuatrocientas páginas en las que alternan los textos escritos (y firmados) por uno y otro. Se compone así una evocación autobiográfica a dos voces que plantea una gran cantidad de temas tan sustanciosos como polémicos.
El primero de ellos lo sintetiza una afirmación de Faulkner que solía glosar Benet: “Memory believes before knowing remembers.” Las creencias de la memoria son tan poco fiables como cualquier otra creencia pues, como todas ellas, están distorsionadas por el orgullo y el deseo del creyente, pero además esa distorsión se multiplica por efecto del tiempo transcurrido. El conocimiento, en cambio, ayuda a recordar con menos imprecisión: en este libro se ve perfectamente cuándo las versiones intercaladas de las dos memorias alternativas se matizan, se complementan, se contradicen. La versión del otro es siempre distinta de la nuestra, lo que se evidencia cuando ambas se refieren a los hechos vividos por una pareja conflictiva muchos años antes de que llegue el momento de recordarlos, relatarlos y publicarlos. Cosas silenciadas en plena pasión se pueden comentar, explicar y justificar años después, con más o menos sinceridad. Habría que preguntarse si la memoria es más o menos sincera que la inmediatez, pero lo cierto es que la memoria de otro ayuda a precisar hechos que nuestra propia memoria ha deformado. Aunque también pueda contribuir, en ocasiones, a deformarlos en mayor grado.
Pero hay otro recurso para que el conocimiento rectifique a la memoria: ambos amantes conservan cartas y documentos escritos en la época que ahora evocan. Al releerlos descubren, a veces con asombro, la diferencia entre lo que uno fue y lo que recuerda haber sido. Eso les lleva a reflexionar sobre lo que ahora piensan de lo que entonces escribieron y a mirar incluso a veces con ternura lo que entonces había provocado su furia.
La digestión de todo ello produce un texto que es una confesión pública de vivencias íntimas y que en ningún momento pretende tener una sola gota de ficción, sino todo lo contrario (a menos que consideremos “ficción” la interesada creatividad de la memoria, de la que no se puede ser consciente). Ese texto se publica en una colección titulada “Narrativas hispánicas”, que incluye, según explica su propio editor, “no solo ficciones –novelas y cuentos–, sino también novelas de no ficción y aquellos títulos memorialísticos, biográficos, epistolarios o artefactos varios que tengan una fuerte impronta literaria”. La misma editorial tiene otra colección dedicada a ensayos (“Argumentos”), entre los que se incluyó en su día, por ejemplo, el muy valioso libro de María Charles (relacionado en distintos aspectos con el que ahora comentamos) En el nombre del hijo; allí el propio Molina Foix (entre otros) contaba los recuerdos de la relación que había tenido con su padre. El concepto de narrativa está, por tanto, a caballo entre la biografía, el ensayo y la novela: en este caso hay mucho de la primera, algo de lo segundo y nada de la tercera (a menos que consideremos novelísticas, insisto, las distorsiones de la memoria que no han podido ser rectificadas por el conocimiento comprobable). Nadie ignora que las novelas se construyen fantaseando a partir de experiencias, lecturas y conocimientos del novelista, pero ese recurso a la imaginación está ausente en El invitado amargo, si creemos lo que el propio texto dice, de forma implícita y explícita. Lo narrativo no implica lo novelesco, pues narrativa ha sido siempre la historia, la crónica periodística, la biografía y otros géneros en los que precisamente es censurable la invención, pues su objetivo es fijar la verdad de los hechos limpiándolos de cualquier contaminación imaginaria. La novela, al igual que ellos, parte de la realidad, que el novelista es libre de utilizar en mayor o menor grado, pero al contrario que ellos, añade todo un desarrollo imaginario que el novelista es igualmente libre de limitar (si opta por la literatura realista), ampliar o incluso extremar (si se inclina, por ejemplo, hacia la literatura fantástica).
La actitud que comparten Molina y Cremades de recordar e indagar lo que realmente ocurrió (en la conducta externa tanto como en los sentimientos internos) viene enfatizada por el hecho de que, además de narrar sus propias intimidades, los autores dan también mucha información sobre sus amigos, examigos, conocidos y enemigos, que aparecen en el texto abiertamente identificados por sus propios nombres. Ese aspecto lleva a un segundo nivel la problemática decisión de hacer público lo privado (e incluso lo íntimo), pues son muchas las personas conocidas (vivas y muertas) de las que se cuentan cosas que ellos mismos no llegaron a contar; en ocasiones la perspectiva es hagiográfica (Vicente Aleixandre), en otras amistosa (Juan Benet, Javier Marías, Fernando Savater, Félix de Azúa, Luis Antonio de Villena en la versión de Molina) y en otras abiertamente hostil (Francisco Umbral, Félix Grande, Emma Cohen, Luis Antonio de Villena en la versión de Cremades), pero, desde luego, nunca es discreta. Lo cual plantea el delicado problema de si el afán de saber (y de hacer público lo sabido) que uno aplica a su propia conducta y al análisis de sus motivaciones lo puede extender a sus contemporáneos. No siempre es fácil distinguir entre el psicoanálisis (propio o ajeno) y el cotilleo. Porque por un lado es verdad que el conocimiento profundo de lo humano requiere la indagación en la intimidad (ya sea novelística, biográfica o analítica) pero por otra parte esa indagación en público es arriesgada, pues no es difícil que se precipite en la indiscreción o incluso en la difamación (intencionada o resultante del conocimiento siempre parcial de los hechos y de las distorsiones que la memoria realiza). El propio Luis Antonio de Villena, en un artículo muy elogioso sobre el libro, ha objetado que Cremades “a mí me pinta mal en una escena inicial falsa, sin duda porque lo desdeñé y se lo pasé a otro. Miente. Él se me rindió con armas y bagajes, pero las armas eran chicas y los bagajes estaban por venir. Lógico que me riña, feo que mienta, ojalá no haya otras mentiras en su parte.” El ejemplo es clarísimo del dilema que todo el libro plantea: para indagar profundamente en los enigmas de la pasión amorosa no hay más remedio que partir de la experiencia real, propia o ajena, si no se quieren construir castillos especulativos en el aire. Pero la experiencia es también enigmática porque no solo la memoria nos engaña: toda la mente humana es una fabulosa máquina de inventar caricias a favor de nuestro orgullo, argumentos a favor de nuestros deseos y justificaciones a favor de nuestras conductas.
Además de su núcleo intimista, el libro dedica muchas páginas al retrato de una época (los primeros años ochenta), un lugar (España, especialmente Madrid) y un ambiente (el de la cultura libertino-libertaria –en el mejor sentido de estos términos–, especialmente en su versión homosexual). Aquí de nuevo los testimonios sobre las propias vidas y andanzas se mezclan con la crónica de su entorno sin que en ningún momento tenga el lector indicio alguno de estar leyendo una obra de ficción sino todo lo contrario: se trata de un valioso documento de primera mano sobre los jóvenes que en aquella España de la transición trabajaban en la creación literaria rechazando e ignorando a muchos popes todavía omnipresentes y cultivando el magisterio de otros (Aleixandre, Benet, Ferlosio…) que les sirvieron de referencia para ir haciendo, mejor o peor, sus propias obras, a la vez que construían y destruían en la intimidad sus amistades y sus amores.
Es muy llamativo el contraste que el libro ofrece entre la búsqueda de originalidad formal (muy enfatizada por los paratextos publicitarios y las declaraciones periodísticas de los autores) y lo clásico del tema: el deseo, el amor, la infidelidad, los celos… Todas las grandes cuestiones de la literatura decimonónica envueltas en técnicas narrativas del siglo XXI. Las técnicas están bien, pero la fuerza del texto reside básicamente en esos eternos temas que, entre la reflexión psicológica y el cotilleo, siguen siendo los mismos que, desde los tiempos de Homero, no dejan de fascinar a cuantos se interesan por ese inagotable filón que es el análisis narrativo de las pasiones humanas. ~
(La Coruña, 1956) es profesor de humanidades médicas en la Universidad Autónoma de Madrid. En 2009 Tusquets publicó su libro Vidas y muertes de Luis Martín Santos.