Leer España. La historia literaria de nuestro país, de Fernando García de Cortázar

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En una entrevista publicada en 1982 en la revista italiana Lotta Continua, Adriano Sofri formulaba la pregunta siguiente a Carlo Ginzburg: “¿Qué aconsejarías a los muchachos que quieren dedicarse a la historia?”. La respuesta era muy interesante. “Leer novelas, muchas novelas”, afirmaba, sin demasiadas dudas, el historiador italiano. Y, a renglón seguido, añadía: “Porque la cosa fundamental en la historia es la imaginación moral, y en las novelas está la posibilidad de multiplicar las vidas, de ser el príncipe Andrei, de La Guerra y la paz, o el asesino de la vieja usurera de Crimen y castigo […] La imaginación moral no tiene nada que ver con la fantasía, que prescinde del objeto y es narcisista –aunque puede ser, obviamente, óptima. Esa imaginación quiere decir, por el contrario, sentir mucho más de cerca a ese asesino de la usurera, o a Natacha, o a un ladrón, un sentimiento que es, justamente, lo contrario del narcisismo”. Considero acertadísimo el anterior consejo de Carlo Ginzburg y reconozco habérselo transmitido en muchas ocasiones a mis propios estudiantes. ¿Por qué los historiadores debemos leer novelas (o poesía, o teatro, como a buen seguro añadiría Roger Chartier)? Justo Serna, autor del interesante volumen Héroes alfabéticos. Por qué hay que leer novelas, ha intentado responder a esta interrogación en algunos de sus trabajos, muy deudores del ya citado historiador italiano. Se me ocurren, por mi parte, un mínimo de tres razones. Las novelas tienen, en primer lugar, un papel importante en la historia. Forman parte de ella, como la existencia de una disciplina denominada historia de la literatura nos recuerda. En nuestro análisis –las novelas no son ni una fuente ni un motivo ornamental, sino productos literarios a los que resulta imposible aproximarse sin la debida sensibilidad–, nos interesan los textos y los contextos, y también sus respectivas evoluciones, así como los autores y las recepciones y lecturas de las obras.

En segundo lugar, las novelas nos permiten acercarnos al pasado. Ofrecen, como ha asegurado Mario Vargas Llosa, un claro reflejo de la subjetividad de una época. Y, asimismo, contienen elementos indispensables para conformar eso que Ginzburg denominaba una imaginación moral, tan importante para la historia como poco frecuente en los historiadores. Una novela puede explicar más adecuadamente, a veces, un aspecto del pasado que cien documentos. Finalmente, las novelas pueden ayudar a los historiadores a escribir mejor –y buena falta les hace–, aunque ya no vivamos afortunadamente en épocas de feísmo y dejadez estilística. La escritura es una parte fundamental del trabajo del historiador, tan importante como, pongamos por caso, ir a los archivos o la interpretación. Si los historiadores escriben tan mal, apunta Silvio Lanaro en Raccontare la storia (2004), es sobre todo por el hecho de que no se plantean, ni en términos teóricos ni tampoco prácticos el problema de la escritura como elemento constitutivo de la investigación y de su propia articulación conceptual. No existe ninguna contradicción, como ya recordaba Marc Bloch en los años cuarenta, en satisfacer al mismo tiempo la inteligencia y la sensibilidad del lector. Leer novelas, muchas novelas, constituye, así pues, un excelente consejo para los historiadores.

Fernando García de Cortázar ha leído muchas novelas. Erudición, sensibilidad y una pluma extraordinaria ofrecen buen testimonio de ello. Desde hace años viene contándonos, por vías distintas y con gran éxito de lectores, la historia de España. Ha tenido un papel destacado en su conocimiento y popularización en el último cuarto del siglo xx. Y sigue teniéndolo en los inicios de esta nueva centuria. Empezó por las síntesis históricas (por ejemplo, Historia de España. De Atapuerca al Estatut) y, más adelante, incorporó nuevas maneras de presentar el tema, desde España explicada a través de los mapas (Atlas de historia de España) o del arte (Historia de España desde el arte), o usando la cultura como hilo conductor del relato (Breve historia de la cultura en España). En su último trabajo, Leer España, nos propone una apasionante y apasionada excursión por la historia de España a partir de la literatura. Se trata, en sus propias palabras, de recurrir a obras y autores “para colorear la crónica biográfica de nuestro país, para pintar un cuadro completo de España a través de los siglos”. Abre el volumen una cita de Isaiah Berlin sobre las novelas como documentos básicos para entender el pasado, en especial, está claro, si se considera que la vida interior, las ideas y la situación moral de los hombres son importantes en la historia. No algo distinto era para Ginzburg, en fin de cuentas, la imaginación moral.

Leer España consta de treinta y seis capítulos, además de un prólogo y una bibliografía que constituye, tal como la presenta García de Cortázar, una biblioteca personal, a la manera de Borges, para una novela de España. Cada uno de los capítulos empieza con una breve entradilla y una imagen –pinturas, casi en exclusiva–, seguidas de unas reflexiones del autor sobre el momento histórico y sobre los principales autores y obras que tratan de esa época. Completa el apartado una selección de textos literarios. Los tres primeros capítulos, pongamos por caso, dedicados a la Antigüedad, están ilustrados con fragmentos de obras de Heródoto, Polibio, Lucano, Julio César, Tácito, Marcial y Gustave Flaubert –de la novela Salambó, en concreto. Para la Restauración y la dictadura de Primo de Rivera –capítulos 27 al 31– los fragmentos reproducidos pertenecen a escritos de Clarín, Valera, Villalonga, Pardo Bazán, Pérez Galdós, Rizal, Martínez Campos, Ciges Aparicio, Crane, Mendoza –La ciudad de los prodigios y La verdad del caso Savolta–, Baroja, Sagarra, Pérez de Ayala, Ortega y Gasset –José, pero también Eduardo–, Pla, Barea, MacOrlan y Sender. Lo contemporáneo y las evocaciones del pasado conviven, como puede apreciarse, en las páginas del libro. Miguel de Cervantes y Miguel Delibes coexisten, en consecuencia, en la evocación de la época moderna. Como no podía ser de otra manera, toda selección es discutible y cada lector podrá añadir y quitar auto-
res y obras de referencia –la no presencia de Max Aub para hablar del éxodo de 1939, por ejemplo, me ha sorprendido. Pero el conjunto es plenamente coherente. Uno de los capítulos contiene, en particular, una especial carga emotiva y en sus páginas emerge el compromiso intelectual y político de García de Cortázar. Me refiero a “Los gritos del silencio”, dedicado al nacionalismo vasco y a eta. Algunos de los fragmentos que lo ilustran proceden de un libro extraordinario, de obligatoria y angustiosa lectura, Los peces de la amargura, de Fernando Aramburu.

Una cuestión me parece discutible, sin embargo, en el libro de García de Cortázar. Se trata de lo que entiende el autor por materiales literarios o por literatura. Tiene toda la razón cuando nos advierte que no se puede reducir lo literario a la ficción; existen textos, otras formas de escritura, igualmente interesantes para los propósitos del libro. En cambio, no estoy convencido de que una novela, una crónica o un libro de viajes merezcan el mismo tratamiento que un libro de historia. Estamos ante géneros distintos, con reglas también disímiles. No me parece lo mismo ejemplificar los años de Carlos V con el Bomarzo de Manuel Mujica Laínez, que hacer lo mismo, con la época del conde duque de Olivares, a través de la famosa biografía de John H. Elliott. La historia puede ser –o es, simplemente– narración, pero las fronteras entre historia y literatura, por muy erosionadas que éstas estén en el tiempo presente, siguen existiendo. Una novela o un poema o una obra de teatro no pueden ni deberían ser leídos de la misma manera que un libro de historia política o económica. Los literatos interpretan la realidad y se acercan al pasado, ciertamente, pero de forma diferente y con reglas distintas a los historiadores. En cualquier caso y en definitiva, Fernando García de Cortázar nos ofrece en Leer España. La historia literaria de nuestro país una nueva aproximación, muy interesante, a la historia de España desde los orígenes a la actualidad. Un nuevo eslabón en la ingente y necesaria tarea que el autor se ha propuesto –y lleva a cabo con éxito– de contar España a los españoles. ~

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Jordi Canal (Olot, Girona, 1964) es historiador. Es catedrático de la École des Hautes Études en Sciences Sociales, de París. Su libro más reciente es '25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de España' (Taurus, 2021).


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