Manual del perfecto terrorista, de Mathias Enard

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Los tres libros que ha publicado ya el escritor de origen francés y profesor de árabe Mathias Enard (Niort, 1972), permiten empezar a hablar de una trayectoria literaria: la que se sustenta en una obra marcada por la violencia. Por una herida que se abre y se cierra, provisionalmente, con suturas nunca del todo cicatrizadas, al final de cada libro. En La perfección del tiro (Reverso, 2004) fue la violencia ejecutada por un francotirador, un combatiente en una guerra que podría ser balcánica u oriental (¿el Líbano?), que narraba su experiencia vital en primera persona, desde una posición problemática por erótica. Matar le excitaba; matar no le reportaba quebraderos de cabeza éticos ni morales; pero matar tampoco le ayudaba a cerrar una herida antigua, que constituía el misterio del personaje y por tanto su interés, como ocurre en El extranjero de Camus. En Remontando el Orinoco (2006), su segunda novela, la metáfora del francotirador se metamorfoseaba en la del cirujano, alguien que también abre la carne, alguien que también trabaja con la muerte. El cirujano, como el asesino, era de nuevo una máquina de desear. En la obra de Enard, el sexo es la aguja y el amor el hilo, el primero perfora la carne en su función de coser la herida y es sólido, incuestionable, el segundo en cambio es débil, intermitente, por eso la herida queda a medio coser.

Si la primera novela se situaba en una topografía ambigua donde todos los personajes (la mayoría sin nombre) eran de la misma nacionalidad, la segunda en cambio introducía una tensión geográfica (entre un hospital en Francia y el río Orinoco en Venezuela) que era también una tensión dialógica: un cirujano francés y otro venezolano construían su amistad tanto a través de conversaciones como en el objeto deseado, una enfermera. El asesinato y el aborto eran, al cabo, los resultados de las psiques heridas de los personajes, en sendos relatos de carácter realista, aunque el primero lo fuera radicalmente (de ahí su perfección) y el segundo se abriera por un lado a la ficción simbólica y por el otro a un proyecto de novela-río, con planos simultáneos, loable por su ambición pero no del todo logrado en su concreción.

En Manual del perfecto terrorista, Enard ha cambiado de tercio, lo que sin duda es de agradecer, porque nos revela una voluntad de largo aliento, nos anuncia una obra que va a buscar constantemente nuevos retos y no va a dejarse guiar por los premios ni por los halagos de la crítica (su opera prima fue unánimamente elogiada en Francia); una obra alimentada por el viaje, inclasificable, en la línea de su admirado Blaise Cendrars. Para empezar, es una obra en colaboración, ilustrada por el dibujante Pierre Marquès; una obra en diálogo, tanto en la forma de la ficción (las enseñanzas, en clave de parodia platónica, de un Maestro del terrorismo a su discípulo Virgilio) como en la forma gráfica del libro (los textos de Enard dialogan, a menudo mediante la ironía, con los dibujos de Marquès). Para seguir, es una obra de carácter alegórico, ubicada en el contexto de una isla caribeña (el agua, la fluidez, de nuevo: el mar de la ciudad en su primera novela, el río Orinoco en la segunda, la insularidad en la tercera), pero sin anclaje alguno en una realidad inmediata e identificable. Su realidad es la nuestra y en ese sentido es una novela realista, que habla del fanatismo y de las religiones asesinas de nuestro tiempo (desde el islamismo radical al nacionalismo radical), pero el modo de abordarla es de una inteligencia desternillante.

Pero ahí se acaban las novedades. Porque la violencia sigue constituyendo un elemento fundamental, aunque en este caso se trate de otro tipo de violencia. Otro tipo de herida. La que queda formulada en el título se corresponde en la novela sobre todo con una violencia del lenguaje cuya vocación última, de nuevo, es dar de beber al deseo, es decir, el coito –en este caso anal. El amor homosexual latente de su primera novela (sólo la mujer y el hombre objetos de deseo tenían nombre en ella, eran nombrados por la voz sin nombre del narrador) se transforma aquí en (homo)sexualidad explícita. No hay amor. Sólo verbo, retórica, desplegada con maestría por el Maestro para, sobre todo, dar por culo a Virgilio. Si tenemos en cuenta que Virgilio es el autor de la Eneida, el guía de Dante y hasta el protagonista de La muerte de Virgilio de Herman Broch, el maestro terrorista le está dando por culo, simbólicamente, a la gran tradición cultural de Europa. Que, como la Virgen de Montserrat, es negr@. También ese aspecto me parece que se puede leer al hilo de la trayectoria de Enard, que ha ido avanzando hacia una dinámica de crítica postcolonial sumamente interesante. En la guerra de La perfección del tiro eran eliminadas las tropas internacionales y la Cruz Roja tenía un papel bastante patético; en Remontando el Orinoco, la utopía latinoamericana era cruelmente diseccionada y abortada; en Manual del perfecto terrorista el Maestro enseña por igual consignas propias del terrorismo europeo e islámico, y al final su Obra es neutralizada por otros viejos e históricos terroristas, los del catolicismo, en un aborto post-mortem irónico que da mucho que pensar. ~

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