Así por el estilo, de Joseph Brodsky

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El invierno pasado conocí a un profesor de letras eslavas de la universidad de cuny, hosco, desencantado y esotérico como todos los eslavos que he conocido. En nuestro camino diario entre el Writer’s Institute de Nueva York y la estación del metro, compartíamos un cigarro e intercambiábamos algunas ideas. Teníamos cinco cuadras para decirnos algo, de modo que nuestras charlas eran una suerte de epítome de la buena comunicación: breves, al grano, sin conclusiones finales. En cuanto llegábamos a la boca del metro, cada quien agarraba por su lado sin mayor ceremonia. Recuerdo –trato de recordar– una conversación cuya estela me acompañó ese día hasta el final de mi trayecto en la línea uno. Hablábamos de Joseph Brodsky, a quien ambos admirábamos –aunque, como pronto comprobé, por distintas razones. Él sostenía que Brodsky, en lengua inglesa, era un escritor menor. Yo, que sólo había leído a Brodsky en inglés y había leído fundamentalmente sus ensayos, sostenía lo contrario. Sin embargo, consciente de mi incompetencia lingüística para continuar la charla –no conozco una sola palabra del ruso–, preferí no tratar de refutarlo y, en vez, le pedí que me diera al menos tres motivos para apoyar aquella afirmación aberrante. Sólo hay uno, me respondió: el ruso y el inglés son polos lingüísticos opuestos. Esa respuesta, tan eslava y esotérica, bastó para animar las siguientes treinta caminatas.

Brodsky, a decir de quienes sí lo pueden leer en versión original, es un poeta conservador, apegado a la métrica regular y a la rima. El argumento que se ha esgrimido una y otra vez en contra de las traducciones de su obra al inglés es, precisamente, la intraducibilidad esencial del verso rimado y de la métrica regular de la poesía en ruso. La poesía rusa, se dice, no sólo echa mano de la rima sino que está firmemente arraigada en ella; no es sólo un recurso formal sino una especie de vehículo del espíritu eslavo. “Es una cuestión que funciona a nivel neurológico”, me decía el joven profesor de letras mientras prendía su cigarro con una mano chiquita y temblorosa, “es una manera de estructurar el tiempo y el espacio”.

Puede ser. A Brodsky, como a varios de sus contemporáneos (el caso más conocido es el de Nabokov), le obsesionaba la dificultad de la traducción del ruso al inglés. Argumentaba, en una entrevista con Solomon Volkov, que el poder expresivo del ruso está, además de en su potencial fonético, “en sus cláusulas subordinadas, en el uso del participio y en todos esos giros gramaticales” que el inglés simplemente no posee. Dada la complejidad estructural del idioma, según Brodsky, la traducción de la poesía rusa al inglés siempre implica una simplificación y un empobrecimiento del texto. ¿Por qué decía eso? ¿Estaba sentenciando su propia obra poética al fracaso? ¿Se estaba cubriendo la espalda de los críticos anglosajones? Lo irónico es que la obra poética de Brodsky no sólo se tradujo prácticamente entera al inglés, sino que, como Nabokov, él mismo se encargó de traducirla.

¿Y cuál sería el caso de las traducciones de la obra de Brodsky del ruso al español? Lamentablemente, sólo una mínima porción de su obra poética se ha traducido directamente del ruso. La razón es, por supuesto, que las versiones en inglés llevan sello de autenticidad –“approved by the author”, “under his supervision”, rezan algunas cuartas– y son, de alguna manera, “versiones originales”. No sorprende, pues, que el disclaimer de Así por el estilo –segunda traducción del inglés al español del último libro de poemas compilado por Brodsky y publicado póstumamente como So Forth*– anuncie que la mayoría de los poemas fueron traducidos del ruso al inglés por él mismo o en colaboración con otros traductores. Pero ¿el mero hecho de que Brodsky haya traducido la mayor parte de sus poemas al inglés les confiere mayor autenticidad? ¿Son mejores versiones? ¿Son más originales?

La solución de Brodsky al problema de la supuesta intraducibilidad del verso ruso fue (quizá predeciblemente) nabokoviana: ante la disyuntiva clásica entre la semántica y la fonética prefirió, en la mayor parte de los casos, favorecer la segunda. El resultado fue (quizá predeciblemente) desastroso. En So Forth encontramos versos como:

 

 

Let’s yank her hem, see if she

[blushes.

Well, tragedy, if you want,

[surprise us.

Show us a body betrayed, or its

[demise, devices

for lost innocence, inner crisis.

 

 

Hay que ser sinceros, incluso –o sobre todo– cuando se trata de un poeta de la estatura de Brodsky: estos versos podrían pertenecer a una canción de Eminem. (Y no es que tenga nada contra el hip hop.) Resulta comprensible que, tras la aparición de So Forth en 1996, John Bayley, crítico del New York Times haya dictaminado: “Brodsky is not a great poet in English but a great Russian poet.”

La traducción no es una adecuación de un lenguaje a otro. La traducción sirve para modificar, aunque sea mínimamente, la lengua a la cual se traduce –como quería Walter Benjamin–, incorporándose a esa tradición y renovándola –como describía T.S. Eliot en su ensayo clásico sobre la tradición y el talento individual. No estoy proponiendo ninguna teoría esotérica: una buena traducción no es la que más se apegue al original, sino la que mejor haga revivir el original en la nueva lengua y genere un cambio o deje una huella en la tradición a la que se integra.

Bajo este criterio, no cabe duda de que la traducción de José Luis Rivas es un acierto. Y si me apuran, diría que muchos de los poemas que integran Así por el estilo son un ejemplo de cómo la traducción puede mejorar las “versiones originales”. Libre de la presión –más bien teórica y academicista– por conservar el “espíritu eslavo” de las rimas e inflexiones rusas, la versión de Rivas de los mismos versos que cité arriba tiene mucho mayor decoro:

 

 

Bajémosle de un tirón la falda,

[a ver si se sonroja.

Bueno, tragedia, si quieres,

[sorpréndenos.

Enséñanos un cuerpo traicionado,

[o su fallecimiento, recursos

de la inocencia perdida, la crisis

[íntima.

 

 

En su ensayo “Tres poetas filósofos”, sobre Goethe, Dante y Lucrecio, George Santayana define al poeta filósofo como el que tiene un esquema del universo o el que sostiene una visión del mundo –en el sentido de una weltanschauung–, y cuya obra encarna esa particular visión. Quizá se peque de pereza intelectual al aplicar una categoría así a un poeta como Brodsky –lo malo de las buenas teorías es que se pueden aplicar indiscriminadamente a cualquier cosa–, pero lo cierto es que la riqueza de Brodsky está en que cada uno de sus poemas está referido a un mismo esquema del mundo, una misma noción del tiempo, de la muerte, de la vida –herencia, tal vez, de su propio trabajo como traductor de los metafísicos ingleses. Dice T.S. Eliot que “así como el genio tiende a la unidad, la mediocridad tiende a la uniformidad”. Brodsky, sin duda, tiende a la unidad. Esa sensación que se tiene al leer su obra de que, en el fondo, siempre estamos leyendo el mismo poema, con sus partes más afortunadas y sus versos fallidos, se debe a que hay una especie de sustrato –metafísico si se quiere– que comparten todos los poemas. Y todo eso es traducible. Quizá no se pueda traducir el “espíritu eslavo”, pero Así por el estilo es muestra de que sí se puede traducir el “espíritu brodskiano”.

Los mejores poemas de Brodsky (en inglés y en español) son los que más se parecen a su prosa ensayística. En ellos se trasluce el ethos, el carácter del autor. La personalidad de un autor es su sintaxis. Ahí se juega su manera de estructurar el tiempo y el espacio; su manera de constituir un mundo. Y eso también es traducible. La ironía, el cansancio vital o el simultáneo desprecio y ternura hacia el mundo tan propios de Brodsky están cifrados en una sintaxis, pero no están codificados en inflexiones exclusivamente eslavas ni requieren rimas rusas. Brodsky, en español, es igualmente brodskiano, y ahora José Luis Rivas lo presenta como gran poeta de la lengua española:

 

 

En mi calidad de infrecuente,

y tal vez único visitante de este

[sitio,

dispongo, creo, del derecho

a describir lo que observo. Aquí está

[nuestro pequeño Valhala,

nuestro fundo cubierto de maleza

desde hace tiempo, con un manojo

[de almas hipotecadas

y prados donde de seguro no ha de

[correr con desenfreno

una afilada segadera;

donde copos de nieve flotan en el

[aire, como un buen ejemplo

de aplomo en el vacío. ~

 

 

 

 


* Existe otra traducción al español del mismo libro: Etcétera (traducción de Alejandro Valero), Madrid, Cátedra, 1998.

 

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es autora del libro de ensayos Papeles falsos (Sexto Piso, 2010). Su novela, Los ingrávidos, aparecerá este año bajo el sello Sexto Piso.


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