Andrés Barba: un escritor de nuestro tiempo

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Andrés Barba, En presencia de un payaso, Barcelona, Anagrama, 2014, 184 pp.

 

En una entrañable carta que Roger Caillois dirigió a Victoria Ocampo, dice: “Quisiera que me mostraras las cosas, las vería mejor contigo. Temo verlas de pasada, o al revés. Porque, entre otros méritos, tú sabes hacer ver”. Y es que, a veces, de eso se trata. En ocasiones, nuestra relación con los autores descansa en la posibilidad que nos ofrecen de aprehender lo invisible. Su dedo puesto sobre ciertos aspectos del paisaje y la cultura cuestiona nuestras nociones de la realidad y pone en entredicho algunas cristalizaciones que, a causa de la enajenación (de la que por cierto nadie está exento), asumimos como verdaderas. Eso es lo que sucede, precisamente, con Andrés Barba (Madrid, 1975). Un autor alejado de los grandes temas —en el sentido de que lo que sucede en sus novelas y nouvelles no pasa por los acontecimientos de moda— e interesado por indagar en la condición humana a través de las situaciones más cotidianas y, si se quiere, marginales. De entrada sus escenarios pueden parecer poco interesantes: vacaciones familiares en la playa o en el campo, campamentos de verano, cenas con parientes con los que se ha perdido el contacto, paseos rutinarios por el centro de Madrid, etcétera. Pero en cada uno de sus relatos sucede siempre una situación límite en la que la frontera entre el bien y el mal no es clara. No hay tal maniqueísmo, el lector está obligado a un posicionamiento que en muchos casos implica redefinir las certezas éticas y los valores supuestos. Dicho de otro modo, Barba se sitúa en los linderos incómodos de la cultura y exige una postura.

En presencia de un payaso se mantiene a tono. En esta novela, Barba recrea algunas semanas en la vida de Marcos Trelles, un científico que se encuentra en la crisis de los cuarenta y a quien por primera vez, a pesar de su prestigiosa trayectoria como académico en la Universidad Complutense de Madrid, es reconocido por la Review of Modern Physics, una de las revistas más importantes del mundo en la materia, cuyo comité acepta publicar un artículo suyo. Frente a este nuevo logro en su carrera se ve obligado a tomar dos decisiones que lo atraviesan a lo largo de la narración: 1) incluir o no en los créditos del artículo a Marta, su becaria de investigación y quien participó de manera significativa —incluso podríamos decir, determinante— en su descubrimiento sobre “la capacidad de la luz para curvar la materia en ciertas condiciones de laboratorio”; 2) escoger las trescientas palabras que serán puestas a manera de semblanza en su artículo, y las cuales de algún modo deben resumir su propia vida.

Entretanto, Marcos se reúne con su esposa Nuria, a quien le acaba de pasar por alto una infidelidad sin perdonarla realmente; su cuñado Abel Cotta, un famoso cómico con un pasado político vehemente en el cual estuvo a punto de conseguir la hazaña de sentar a un maniquí en el Congreso; y Mina, la joven pareja que Abel se acaba de conseguir tras pasar una temporada en Colombia. La reunión tiene lugar en una casa ubicada a las afueras de Madrid, antigua propiedad de Marisa —la excéntrica madre de Nuria y Abel—, quien precisamente al momento en que se reúnen cumple un año de fallecida. El motivo que los ha reunido —además de festejar las navidades— es la repartición de la herencia, que incluye entre otras cosas la casa donde se encuentran congregados, la cual, a propósito, Abel se empeña en vender para abandonar Madrid de manera definitiva mientras que Nuria en contraparte insiste en conservar. Durante esos días de convivencia en los que la tensión y la calma se suceden indistintamente, Marcos recibe varias llamadas de su padre, con quien desde pequeño ha mantenido una relación conflictiva, las cuales por uno u otro motivo no atiende, y decide postergar hasta el momento en que se vuelve inevitable prestarles atención.

Es en esta atmósfera que las reflexiones de Andrés Barba sobre el otro y las complejidades de las relaciones humanas cobran relevancia. Las conductas universales eximidas de toda carga moral: el egoísmo, la empatía, la envidia, la cobardía, la hipocresía, la ausencia, el afecto, la fe, la inseguridad, el perdón. Todas estas integradas y atenuadas en una historia familiar, que si bien tiene ciertas peculiaridades y sorpresas no deja de pertenecer al ritmo de lo cotidiano. Ritmo que es sostenido por Barba con un verdadero aliento de narrador, con el cual consigue una vez más que los temas aparentemente obsoletos y triviales alcancen una espesura en la que las actitudes humanas se desvalorizan, se justifican y se contraponen, haciendo que cada uno de sus personajes participe en la misma medida de la culpa y la inocencia. 

Finalmente, quizá resulte importante ubicar este libro en la vasta producción del autor, ya que en mi opinión En presencia de un payaso va más allá de ser una novela más en su trayectoria. Diré por qué: con Agosto, octubre (2010) Barba coqueteaba peligrosamente con el pastiche y la fórmula; fantasma que ha perseguido por siempre a los artistas y escritores y al que no pocos han sucumbido. Sin embargo, poco después, de manera afortunada, un soplo de aire fresco y un cambio de ritmo se anunció con las cuatro nouvelles que componen Ha dejado de llover (2012). Con aquella producción Barba parecía romper con la peligrosa inercia en la que se había montado desde la publicación de La hermana de Katia (2001), y que si bien tuvo modulaciones muy altas como es el caso de Versiones de Teresa (2006) corría el riesgo de caer en el confort y la complacencia, en una escritura maquinal con directrices y pautas muy claras (a la manera de los virtuosos: narraciones muy ubicadas, con una prosa cuidada y vacía). Y ahora, lo que ya se anunciaba con Ha dejado de llover llega a buen puerto con la aparición de En presencia de un payaso: una importante inflexión que apunta hacia una segunda madurez (recordemos que ya desde su segunda novela Barba era un autor maduro). Acontecimiento que por lo demás no es nimio, pues a través de él probamos la vigencia de la narrativa de Andrés Barba.  

 

 

 

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