El lector ideal de este ensayo es español y conoce a la perfección su poesía nacional, porque le gusta o le disgusta, porque le entusiasma o porque le duele: porque valora lo que ha sucedido en las últimas décadas, o porque cree que en las últimas décadas la poesía española se ha dormido en sus antiguas credenciales, en procedimientos remotos, en una falsa idea de la pureza. La negligencia es mía, entonces: como buen latinoamericano, dejé de interesarme en la poesía española hace muchos años, y a decir verdad nunca me interesó lo suficiente, de manera que no soy, ni de lejos, alguien a quien la poesía española le entusiasme o le duela.
Para mí no es difícil, por eso, simpatizar con un ensayo que da carta de ciudadanía a esos prejuicios. Porque Postpoesía es, fundamentalmente, un reportaje-denuncia sobre el estado actual de la poesía en España, una relación más o menos persuasiva de su prolongado atraso respecto a las otras artes. Casi nada de lo que los autores proponen –es sólo un autor, en realidad, Agustín Fernández Mallo, pero ocupa con tanta frecuencia la primera del plural que cualquiera se confunde–, casi nada de lo que el autor propone, digo, es válido para la poesía latinoamericana.
La lucha de Fernández Mallo es regional: esta querella entre antiguos y modernos (o postmodernos o tardopostmodernos o lo que sea) se da en el interior de una literatura nacional y así lo explicita el autor de vez en cuando (dirige sus críticas a “una abrumadora mayoría de la poesía publicada en todas las lenguas oficiales de este país”), y el hecho de que a veces olvide precisarlo no debería mover a engaño. Este libro, en todo caso, es más una invitación a pelear que una pelea propiamente dicha –una invitación que no excluye la posibilidad de celebrar todos juntos, al final, con cervezas, el puntito del empate.
El autor es, de hecho, cuidadoso. Cada tanto señala que hay excepciones, que desde hace tiempo existe, en España, una poesía que ha intentado ir más allá de la tradición “utópico-lineal-cristiana”. Algo extraño y a la postre atractivo de este libro es que ha sido redactado pensando en un lector poco informado no ya sobre poesía española sino sobre poesía en general. Fernández Mallo se propone explicar la poesía (o la postpoesía) también a un público que no lee poesía y que por tanto no está enterado de las discusiones vigentes.
Pienso en Poesía para los que no leen poesía, el libro que Hans Magnus Enzensberger publicó en los años setenta, y el recuerdo no es tan viejo si pensamos que Fernández Mallo a cada rato echa mano del ya legendario concepto de rizoma que los amigos Deleuze y Guattari propusieron hacia 1976. Si hubiera que decir, en una palabra, cómo es la postpoesía, la mejor respuesta sin duda sería: rizomática. Lo resumo para que quepa en Twitter (para que sea actual por eso, por estar en Twitter): la poesía española de las últimas décadas no es rizomática. La postpoesía sí lo es. Todo lo demás sí lo es: el mundo, de entrada.
Tal vez Fernández Mallo conoce este artefacto de Nicanor Parra, publicado en 1972: “El mundo es lo que es/ Y no lo que un hijo de puta/ llamado Einstein/ dice que es”. La postpoesía se parece a la antipoesía en la medida en que no idealiza el presente; al contrario, es un ejercicio de comprensión del presente. No quiere cambiar el mundo sino aceptarlo tal cual es, comprenderlo (comprender que no hay nada que comprender). La antipoesía comenzó en 1954 y fue el antídoto contra la retórica nerudiana, pero desde entonces Nicanor Parra ha cambiado el disfraz varias veces para seguir provocando ese efecto liberador (y a mi juicio lo ha logrado, aunque en España, para comprobarlo, deberán esperar al tomo II de sus Obras Completas).
Mientras sucedía el estancamiento español, la poesía latinoamericana registró otras numerosas antiliteraturas y neovanguardias y la antología Medusario (de 1996) es el penúltimo o el antepenúltimo caso. Menciono Medusario pues muchas veces, al leer este ensayo y pensar en textos concretos que ejemplificaran la postpoesía, pensé en José Kozer, Marosa di Giorgio, Arturo Carrera, Raúl Zurita y los demás antologados en esa muestra, y también en decenas de poetas que no aparecen allí, como el peruano Luis Hernández (¿hay un gesto más “apropiacionista”, como dice Fernández Mallo, que la teoría del plagio de Luis Hernández?) o sobre todo los chilenos Juan Luis Martínez y Rodrigo Lira (que descubrieron hace décadas “la metafísica del chicle”). La lista chilena –no puedo evitar eso, ser chileno– es larga y llega a autores actuales como Carlos Cociña, Tomás Harris y Germán Carrasco, entre tantos otros poetas que le fascinarían a Fernández Mallo o quizá ya los conoce.
Un defecto –o una virtud– de este libro es que no abunda en ejemplos de obras literarias, tal vez porque la postpoesía está por escribirse o simplemente porque al autor le interesa más el gesto que el resultado o los posibles resultados. No se pronuncia in extenso sobre la poesía de Estados Unidos (pienso en Creeley y sus amigos, pienso en Ashbery, en W.S. Merwin, en los language poets), o del poderoso influjo de la poesía concreta brasileña y de otras formas de experimentación. Tampoco pasa de las palabras de buena crianza sobre Parra o sobre Borges.
Pero digo que ese defecto por momentos parece una virtud. Más de una vez el autor indica que en lugar de hablar sobre textos particulares quiere discutir las reglas del juego, y en ese marco es poco lo que puede objetarse. El paralelo constante entre ciencia y poesía que realiza Fernández Mallo obedece a la necesidad de demostrar –con gráficos y todo, para que nadie se pierda en la argumentación– que la poesía en España no incide en el discurso contemporáneo, que se ha vuelto peligrosamente inofensiva. Su visión crítica supone una apertura que podría dar lugar, tal vez, a diversos acercamientos.
Con todo, para lectores periféricos como yo, este ensayo suena muy antiguo. ¿A alguien puede molestarle que Fernández Mallo diga, como descubriendo la pólvora, que ciertos spots publicitarios son “verdaderos poemas contemporáneos”? La respuesta, al menos en España, parece ser un largo y doliente sí. Y eso es lo escandaloso de este libro: que sea posible que alguien se espante ante estas propuestas tan razonables. ~