En una oportunidad, a Gabriel García Márquez le preguntaron de dónde sacaba él los materiales de su ingente imaginación. Más o menos literalmente el escritor colombiano respondió que en América Latina, en el siglo XIX, existió un general que había perdido todas sus batallas, o casi todas. Que eso sucediera, sin que a dicho general se lo destituyera, ya era más digno de una crónica fantástica que de una página de la historia real de un país; y sin embargo la anécdota no era producto de la fantasía. Siempre, como sabemos desde la portentosa alegoría política que es Los viajes de Gulliver, la fantasía, lo fantástico, es un intento extremadamente razonable de enmendar las graves carencias de la condición humana o de los sistemas sociales y políticos que se procuran los hombres. Este pequeño preámbulo viene a cuento (nunca mejor dicho) de la publicación del libro de relatos de la escritora rumana Ana Blandiana Proyectos de pasado.
En tiempos de penurias ideológicas, como las acaecidas durante los regímenes totalitarios de las llamadas repúblicas socialistas de Europa Central y la extinta Unión Soviética, la apelación a la literatura fantástica, o de cualquier otro género que hiciera de la hipérbole o la elipsis su razón de ser, era algo más que el cultivo de la imaginación más extrema, era sencillamente el único método narrativo capaz de burlar los férreos sistemas de control ideológico y estético de los comisarios de la censura proletaria. Como hemos mencionado el célebre libro de Jonathan Swift, citemos otro en su misma estela, Rebelión en la granja, de George Orwell. La furibunda crítica al sistema comunista que Orwell hace desde su libro queda perfectamente resumida en una frase que ya ha hecho historia: En la granja, “todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”. Años después, el autor de 1984 dijo que Rebelión en la granja fue el primer libro en el que intentó “fusionar la intención política y la artística en un todo”. Y aquí quería llegar. Ana Blandiana (su nombre real es Otilia Valeria Coman, 1942) reúne once cuentos en donde el elemento directriz es la transfiguración de la realidad más desoladora en materia fantástica. Ese paso entre mundos con distintas leyes, esa especie de túnel cortazariano en donde se comienza en un ámbito y se termina en otro, ese espejo de Lewis Caroll, en la escritora rumana adquiere la dimensión de una literatura de desenmascaramiento ideológico. No estamos ante la decodificación ontológica de los cuentos y novelas de Kafka, su sentimiento de culpa pasado y futuro, aunque sea similar cierto sentimiento de intemperie e indefensión, estamos sencillamente ante la representación literaria de una oprobiosa sinrazón de Estado, una representación que no juzga ni sanciona: sólo, nada más y nada menos, describe y desnuda. El relato que presta título al volumen, “Proyectos de pasado”, es una de las historias más tristes que leí en mucho tiempo. Y también una de las de mayor factura artística. Su asunto se mueve (tan bien señalado y estudiado por su prologuista y uno de los traductores, Viorica Patea) en esa línea de asombrosa naturalidad, en ese suelo de la realidad más palpable hasta que de pronto descubrimos el terrible abismo, sin que por ello el relato, como artefacto de ficción, acuse el sutilísimo cambio de tercio que se produce entre sus líneas y que lo gobernará hasta su final. Hay una boda, unos novios, unos invitados y de pronto son todos arrestados (esto sucede en la Rumanía comunista) y enviados a una suerte de tierra de nadie. De pronto son nadie. Desterrados a un trozo de territorio que tendrán que labrar, edificar, donde criar a sus hijos, así durante diez largos años, hasta el retorno a la civilización socialista. Relato dentro de un relato, esta historia es escalofriante no porque podría suceder, sino porque sucedió e irremediablemente seguirá sucediendo. Otro elemento que no es menor en el cuento es la imposibilidad de comprender. Y la imposibilidad de reconstruir fidedignamente los hechos del pasado. En este cuento, además, hay un narrador (el que leemos) que a su vez escucha a otro narrador, el que vivió la historia de la boda aciaga. Pues bien, el dilema moral surge cuando menos lo esperábamos: resulta que quien sufrió el desplazamiento forzoso no puede evitar la memoria de los inhumanos hechos. Es su épica personal, le pertenece y como tal la necesita, como si no quisiera juzgar a sus carceleros. Sólo recordar que fue un héroe, que sobrevivió. Como si lo que menos importara fuese la naturaleza y el origen de su infierno. Y no se pierda el lector el cuento “Aves voladoras para el consumo”. Y “La iglesia fantasma”. Dos piezas de una inteligencia compositiva de gran calado. En el primero, la metáfora acerca de lo espiritual en un régimen letal para la existencia de los ángeles; y en el otro, todo un tratado sobre el estatuto de la ficción en ese eterno debate en que una de las partes insiste en hacernos creer que no existen en la realidad generales que no ganan ninguna batalla. ~