Madrid (Periódicos, junio de 2035)
Silvia Montenegro Uría, la mujer que a los 23 años había publicado tres artículos en la revista de gran prestigio Science y a los 27 formó parte del equipo de astrofísicos galardonado luego con un premio Nobel por su deducción de la estrella Nicomeda, falleció ayer en Madrid, a los 65 años, tras una muy larga y penosa enfermedad. Como es sabido, la estrella Nicomeda produce efectos en los hombres y en la naturaleza, incomprensibles hasta su descubrimiento, en un fenómeno parecido al de la luna y las mareas. La doctora Montenegro, que a los diez años llamaba la atención por sus variados talentos, desde las matemáticas al baile, del ajedrez al dibujo, pero sobre todo, según recordaba un hermano, “por sus enormes ganas y alegría de vivir”… etc, etc.
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La madre de Nicomeda, abatida por la “depresión alicuota”
Madrid (Rey Desnudo, junio de 2035)
La astrofísica y pensadora madrileña Silvia Montenegro falleció ayer a los 65 años, tras una larga enfermedad. Según dijo un deudo muy próximo a ella, “no es imposible” que esta enfermedad estuviese relacionada con la depresión que sufría desde 2005, cuando su vida se vio seriamente afectada por las diversas leyes de cuota aprobadas entonces, y que introdujeron la sospecha de si había verdadera calidad en sus trabajos, hasta el momento incontestados.
Montenegro, que no había necesitado de ningún tipo de cuota, discriminación positiva ni consideración sexista de la mujer como un ser impedido para desarrollar un trabajo hasta el momento incontestable e incontestado, sufrió a partir de 2005 la discriminación de la sospecha, cuando todos sus trabajos, menguantes en intensidad, se vieron aquejados de la implícita pero letal pregunta de si no habrían sido conseguidos mediante las ayudas extra y cuotas de poder a priori dispensadas por ley a la mujer a partir de entonces.
Como es sabido, en 2005 un gobierno insólitamente socialista aprobó una serie de leyes mediante las cuales se rompía el ideal absoluto de igualdad y se establecían dos tipos de ciudadanos los hombres, mayores de edad; y las mujeres, menores necesitadas de ayuda, por lo que no es exagerado decir que la sociedad española regresaba a los tiempos de la sociedad estamental previos a la Revolución Francesa que abolió las diferencias entre los seres humanos, en la búsqueda de la igualdad, la libertad y la fraternidad (que a veces se nos olvida). Las medidas también recordaban el ideal dieciochesco de la Tiranía Ilustrada, mediante el cual una serie de aristócratas intelectuales se adjudicaba la misión de llevar a buen puerto a una sociedad de analfabetos; y también a la sociedad soviética, hija del bolchevismo, fuerza de choque de propietarios de una verdad casi científica que se adjudicaba la gestión totalitaria del poder, y de paso no pocos privilegios, mientras llegaban el comunismo y la felicidad plenas sobre la tierra, en una peripecia que, piadosamente, será mejor no recordar.
Y, a riesgo de motivar escandalizadas incomodidades, quizá no sea ocioso subrayar las profundas identidades entre estas leyes del año 2005 y el franquismo, no tan superado como podía parecer entonces, en el que las mujeres eran consideradas personas incapaces de gestionar su vida, desde la petición de un pasaporte a la firma de un contrato. Todo ello incluye la (mal llamada, como advirtió la academia) Ley de Violencia de Género, una ley por completo indispensable, y que incluso podía haber sido más dura, pero que se autodesacreditaba a causa de su discriminación por sexos (¡en pleno siglo xxi!). Y lo más incomprensible de todo: sin necesidad, por cuanto una ley no discriminatoria habría permitido el combate de los ataques a la mujer (cerca de un 90%), y también los cometidos contra los hombres, que no por ser tan sólo el 10% eran ni son menos graves. Semejante discriminación abrió las puertas a las reclamaciones de todo tipo de colectivos (tribus) que se sentían injustamente discriminados, con las consecuencias de todos conocidas.
El parentesco con el franquismo no es tan descabellado si se piensa que el gobierno de entonces, empezando por el primer ministro, había sido criado y educado bajo Franco y también en los primeros tiempos de la Transición, cuando ministros tan iluminados como ellos acabaron con lo que de sólido tenía el bachillerato de entonces y arrojaron a las nuevas generaciones a los pies de los caballos del desarme cultural más desolador, una suerte de peligroso analfabetismo, cultural y democrático, no formulado como tal: fin de los obstáculos para la lenta, silenciosa e impune entrada del Pensamiento Tribal Políticamente Correcto (llamado pc en las universidades estadounidenses).
No es casual tampoco, y por el contrario muy revelador y coherente, que a la par que esas leyes sexistas, el gobierno planease suprimir los estudios de filosofía en la secundaria y de Historia del Arte y Humanidades en la universidad. Sobra comentar que pocas cosas pueden identificar la naturaleza profunda de un gobierno como semejantes pretensiones, de consecuencias más eficaces y depredadoras, como se demostró luego, que el mismísimo estúpido terrorismo con el que se comenzaba a terminar entonces, y que en tres décadas no había conseguido más que muertos (cerca de mil) y encarcelados. Nada menos heridas terribles e imperdonables que tardarán en cicatrizar, pero tampoco nada más.
Nadie parecía comprender en esos años como tampoco se habían comprendido las sutiles y ocultas leyes de influencia de la estrella Nicomeda el sutil trabajo de destrucción que semejantes consignas podían desarrollar en una personalidad como la de Silvia Montenegro, capaz de desentrañar los problemas intelectuales más arduos pero incapaz de enfrentarse a un mundo súbitamente resumido en categorías obvias y simples, de suma rentabilidad mediática y útiles para los debates parlamentarios entre oradores que aún tenían que leer sus discursos y no hablaban idiomas (todo un símbolo), pero un serio obstáculo para el pleno desarrollo de mentes adultas y seres libres. –
Pedro Sorela es periodista.