En Radicales libres, Rosa Beltrán (Ciudad de México, 1960) repasa algunos de los episodios que marcaron la vida del México y el mundo contemporáneos, desde 1968 hasta 2020, a partir de la voz y el cuerpo de una mujer que evoca las diferentes etapas de su vida hasta llegar al presente. Aunque los acontecimientos que relata son ya lejanos en este mundo donde todo cambia y pasa vertiginosamente, la ingenuidad infantil, la confusión adolescente, la rebeldía de la juventud y lo abrumador de la vida adulta son sensaciones con las que los lectores pueden identificarse, independientemente de que hayan vivido o no las mismas épocas que la autora retrata.
El relato inicia cuando la protagonista tiene catorce años y se encuentra con su madre afuera de la casa. La madre, con una sonrisa radiante, se sube a la motocicleta del vecino astrólogo para irse con él a Guatemala, dejando atrás su obediente vida de clase media. Años más tarde, la protagonista decide escarbar en su propia infancia, a fin de encontrar algún indicio que le ayude a desentrañar esa huida y, si es posible, reencontrarse con su madre. Es así como vuelve al pasado, a 1968, seis años antes del episodio en cuestión, esperanzada de que ese clima de movimientos estudiantiles y luchas por la liberación femenina le permita entender el deseo de su madre de irse.
El punto de quiebre es algo que los tíos de la protagonista llamaron “el aquelarre”, una fiesta que sus hijos universitarios organizaron en el jardín de su casa unos meses antes del 2 de octubre. La protagonista y sus primas más chicas eran las mandaderas de los jóvenes, ellas iban por los refrescos y las botanas a la tienda de la esquina, a cambio de unos centavos. Pero en ese ir y venir se adentran como espías curiosas en el mundo de la juventud y los adultos. Ven a los amigos de sus primos bailar, beber cerveza, fumar mariguana, besarse, pero también criticar al gobierno y organizarse para participar en manifestaciones. En esa fiesta, la protagonista nota por primera vez que su mamá podía mezclarse entre las primas mayores, como si se hubiera contagiado de la jovialidad de las invitadas.
Ese entusiasmo tampoco pasó inadvertido para el vecino, quien apenas unas semanas antes conoció a su madre cuando fue a la casa de los tíos para pedirles que firmaran su petición de impedir la tala de unos árboles. Durante el aquelarre, su madre y el vecino se escaparon sin que nadie los viera.
Tras esa fiesta, su madre empezó a cuestionar las órdenes que las tías daban a sus hijos, se volvió más relajada, el vecino le llevaba libros, en especial uno de astrología. “Libro por libro vas convirtiéndote en otra persona y no puedes decir cuál produjo en ti qué metamorfosis. A mi madre la cambió no ese libro en particular sino los libros”, recuerda la narradora.
Pocos años después del aquelarre, sus padres se separaron y las visitas del vecino se volvieron más recurrentes. Pese a que la relación de la protagonista con su madre se había estrechado, empezó a notar que algo había cambiado mucho. “A partir de la separación de mis padres mi madre se volvió omnipresente. No recuerdo un solo día en que mi historia no haya tenido que ver con la suya.” Más tarde, para lidiar con la madre ausente, la protagonista empezó a usar su maquillaje, vestir su ropa, leer sus libros, hurgar en cualquier cajón algo que la acercara a ella. Se construyó a sí misma al tiempo que buscaba a su madre.
Mientras la protagonista va recordando y recreando su pasado, hace breves interrupciones para apelar a un “tú”: “Pero la congruencia no es lo que hemos acordado tú y yo. O al menos no esa forma convencional de congruencia. Tú quieres saber cómo fue para mí crecer con una madre que enloquece de amor y se va porque no tuvo figura paterna y la encontró en aquel vecino que le ofreció sin decírselo sustituir a su papá.” Esa segunda persona del singular no es cualquier lector, sino la hija de la protagonista. De manera que en Radicales libres la narradora no solamente está contando su historia, que es a la vez la historia de su madre, sino que quiere trazar un puente con su hija, quien como su abuela decidió irse lejos. En su caso no fue por una pasión desbordada, sino por la violencia del narcotráfico que en los últimos años ha azotado al país. A diferencia del primer abandono, la protagonista acepta la decisión de su hija de no vivir más en México.
Mucho se ha comentado en otras publicaciones respecto a la capacidad de Beltrán de reconstruir la evolución que ha tenido México en las últimas seis décadas sin pretender escribir una novela histórica, pero recurriendo a diferentes géneros, como la autobiografía, el ensayo, la novela de formación y la epístola. Sin demeritar esa cualidad, a mi parecer, el aspecto más destacable de su novela es el lazo que construye entre las tres mujeres de diferentes generaciones. Los prejuicios, la represión, el control, las expectativas sociales y las inseguridades de ser mujer en una sociedad machista se entretejen con acontecimientos de gran escala como los movimientos estudiantiles y los Juegos Olímpicos del 68, la caída del Muro de Berlín, la Guerra Fría, la llegada del internet y el confinamiento por la pandemia. La historia privada se encuentra con la historia pública porque al final no pueden concebirse la una sin la otra. Y al carecer sus protagonistas de nombre, esa historia puede ser la de cualquier mujer que ha crecido en este país.
Además, Radicales libres destaca el lugar que tiene la literatura en la construcción de la identidad de las personas. Constantemente, la protagonista reflexiona sobre cómo su madre tenía una conexión especial con la biblioteca de su abuelo, recuerda cómo los libros transformaron a su madre, gracias a ellos la protagonista pudo sobrevivir la adolescencia, también en los libros aprendió sobre filosofía y sexualidad, y fueron los libros en inglés los que le permitieron a su hija adentrarse en otra cultura. “Me he pasado la vida hablando de literatura pero nunca he podido demostrarle por qué un libro es imprescindible a alguien que no lee”, medita la narradora después de que las misses del colegio la regañaban por leer en clase El señor de las moscas o La metamorfosis en lugar de prestar atención al pizarrón.
Beltrán propone con valentía, desde una posición íntima, un cuestionamiento profundo sobre qué nos pasó como sociedad para llegar al punto en el que estamos: un país donde la violencia acecha a niñas, jóvenes y mujeres destruyendo familias. Lo que inicia como un relato nostálgico se convierte en un duro llamado de atención y una invitación a buscar en nuestro pasado aquello que nos ayude a entender el presente. ~
estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.