Mario Vargas Llosa
Cinco esquinas
Madrid, Alfaguara, 2016, 318 pp.
El mundo imaginario de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) posee dos virtudes capitales que pocas veces aparecen juntas en un escritor: pasión y rigor. Con la primera crea mundos traspasados por el vértigo de las más violentas (pero también tiernas) aventuras humanas que suelen tener el sabor de lo primitivo y el fervor de lo épico. Con la segunda otorga a un mundo que tiende a lo desorbitado y caótico un diseño preciso que pone en estricto orden todas las piezas del rompecabezas. Así, el lector de sus ficciones se mueve entre formas y moldes en los que reconoce mundos por los que ya ha transitado, al mismo tiempo que descubre innovaciones y saltos hacia una nueva dimensión.
Esto se confirma en Cinco esquinas, su novela más reciente. Se trata, básicamente, de un thriller con un preciso trasfondo político: los años de la dictadura de Fujimori y la brutal ola de terrorismo desatada por la fanática secta de Sendero Luminoso que provocó unas 59,000 víctimas mortales (incluidas las de la represión militar) según el informe oficial de la Comisión de la Verdad; a la llamada “guerra popular” de Sendero se sumó la ola de secuestros del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, que operaba especialmente en Lima. Es curioso que hasta ahora el autor no había tocado con amplitud estos temas en su obra narrativa, salvo las páginas que les dedica en sus memorias, El pez en el agua (1993). No solo eso: en esta novela hay numerosas referencias a la increíble maraña –en verdad muy novelesca– de corrupción que dirigió sin control la eminencia gris del régimen fujimorista, el llamado “Doctor”, Vladimiro Montesinos, a quien Fujimori cedió el manejo de los negocios sucios del gobierno, entre ellos el de la prensa venal, lo que permitió que ambos amasaran grandes fortunas.
Entre los leitmotivs que aparecen y reaparecen en la obra de Vargas Llosa –la violencia, la sexualidad, la aguda estratificación social, la supremacía machista, el melodrama, la derrota y el fracaso de la aventura humana, etcétera–, el de la dictadura es uno de los más significativos porque en él ve el origen de una podredumbre moral que arrastra como una ola negra a la sociedad en su conjunto, tanto a los que ejercen y aprovechan la corrupción como a sus víctimas. Basta recordar Conversación en La Catedral (1969) y La fiesta del chivo (2000). Con la primera de estas, Cinco esquinas tiene algunas interesantes semejanzas. Por ejemplo en el capítulo XIX se produce el encuentro inesperado entre Montesinos y la apodada Retaquita, la redactora estrella de Destapes, paradigma de lo que en el Perú se conoce como “periodismo chicha”, que el poderoso personaje usó como perros de presa para intimidar a sus enemigos. Allí oímos decir a Montesinos: “Yo te diré a quién hay que investigar, a quién hay que defender y, sobre todo, a quién hay que joder. Otra vez te pido perdón por la lisura. Pero la repito porque será la parte más importante de tus obligaciones conmigo: joder a quienes quieren joder al Perú. Joderlos como sabía hacerlo Rolando Garro.” Los lectores recordarán fácilmente el inicio de Conversación en La Catedral en el que vemos a Santiago Zavala, oscuro periodista de La Crónica, resumir su agonía existencial con esta pregunta: “¿En qué momento se había jodido el Perú?” También hay coincidencias entre ambas novelas en sus respectivos retratos del mundillo periodístico y la mugre moral en la que se refocila.
Pero, en verdad, estamos hablando de novelas marcadas por personajes, situaciones y atmósferas bastante distintos. La acción se mueve principalmente entre dos espacios por completo disímiles: el de las elegantes residencias de dos acomodadas parejas y la zona de Cinco Esquinas, que conoció mejores tiempos y ahora es un barrio desvencijado y hasta peligroso. En el primer capítulo de la novela ya nos damos con una escandalosa sorpresa: Marisa y Chabela, íntimas amigas y esposas respectivamente del próspero minero Enrique Cárdenas y del notable abogado Luciano Casasbellas, inician una inesperada y febril aventura lésbica, que prometen guardar en secreto. Como suele ocurrir en las novelas del autor hay de inmediato un brusco cambio de foco, pues pasamos del escándalo que se cierne sobre las dos mujeres a la visita que, en el siguiente capítulo, le hace a Enrique el siniestro director de Destapes, Rolando Garro, quien de inmediato lo chantajea con la publicación de unas fotografías comprometedoras que le fueron tomadas en una orgía. Cuando el cadáver de Garro aparece con signos de haber sido sometido a una violencia extrema la intriga da otro giro en el que Enrique resulta un obvio sospechoso del crimen. El relato nos tiende varias pistas falsas, con detalles que omitiré en beneficio de este. Solo diré que algunas de esas trampas nos conducen al barrio de Cinco Esquinas, donde viven personajes que le dan un sabor popular y que ofrecen el otro polo de la sociedad limeña: la gente que malvive con trabajos humildes y que encara la constante amenaza de ser víctima de la delincuencia común que infesta ahora sus calles. Aparte de la Retaquita, que goza de cierto prestigio por su actividad periodística, tenemos a Juan Peineta, un devoto de Felipe Pinglo –el legendario compositor de música criolla–, que circula entre el modestísimo hotel Mogollón y Cinco Esquinas.
Una técnica narrativa que Vargas Llosa desarrolló con amplitud en La casa verde reaparece aquí manejada con impecable maestría: en los capítulos XIX y XX, los diálogos funden distintos espacios y tiempos haciendo que interlocutores reales y presentes interactúen con otros virtuales. El efecto es el de una cadena de voces que se preguntan y responden como si todo ocurriese ante nuestros ojos.
Es en el nivel retórico en el que pueden hacérsele algunos reparos a esta entretenida novela. Hay cierto abuso de los gruesos trazos con los que algunos personajes están dibujados. Lo mismo pasa con el uso excesivo de los diminutivos como fórmula de tratamiento. Por supuesto que se trata de un rasgo propio del lenguaje coloquial limeño, pero creo que la sobreabundancia resiente del mismo efecto que se trata de crear. (Quizá las prisas editoriales expliquen otros descuidos como “sacudiéndole el saco”, en tanto que “limpiándole el saco” habría sonado mejor.)
Cuando Mario Vargas Llosa publicó su primera novela –La ciudad y los perros– en 1963, tenía apenas veintisiete años; hoy, a los ochenta, ha configurado un verdadero cosmos literario, que abarca libros de ensayo, artículos periodísticos y obras de teatro. Sin embargo, lo que demuestra la reciente publicación de Cinco esquinas es que el centro de ese cosmos sigue estando en sus novelas. ~
(Lima, 1934) es narrador y ensayista. En su labor como hispanista y crítico literario ha revisado la obra de escritores como Ricardo Palma, José Martí y Mario Vargas Llosa, entre otros.