Una historia personal del dolor

Cámaras secretas. Sobre la enfermedad, el dolor y el cuerpo en la literatura

Luis Jorge Boone

Siruela

Madrid, 2022, 214 pp.

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Una mañana, trece años atrás, Luis Jorge Boone (Monclova, 1977) sufrió una caída mientras hacía ejercicio en un parque de la colonia Roma, en la Ciudad de México; en ese momento tenía treinta años de edad y la convicción de que, como escribe, “los cambios de peso, las noches en vela, las fiestas de madrugada, las sesiones kamikazes de estudio, la mala alimentación, las posturas prolongadas, el castigo laboral, físico y mental [y] el sedentarismo” lo conducían a una fatalidad de la que creía poder escapar trotando una hora cada día, después de dejar a su hija en la escuela: Boone pesaba por entonces ciento nueve kilos y era un hombre obeso.

“Mi juventud, lo que quedaba de ella, profería sus últimos estertores; se esforzaba en sostenerme, desesperada ante su propia disolución”, recuerda; no sin ironía, la culpa de todo ello era de la Fundación para las Letras Mexicanas, que le había otorgado una beca para la escritura de un libro de poemas que Boone cambió por dos poemarios, una colección de cuentos, la primera versión de una novela y una cierta cantidad de ensayos. “Hay plantas que, si las pones en un invernadero, proliferan, reverdecen; mi plumaje fue de esos. Además, engordé”, admite; el día de su caída –pisó una piedra en el parque mientras corría, simplemente– su vida pasó a estar presidida por la necesidad de “curar, paliar o sortear [los] dolores” de la fascitis plantar, la hernia de disco y las otras complicaciones provocadas por el accidente: pasó las siguientes seis semanas en cama y los diez años posteriores en hospitales y consultorios en los que probó todas las terapias disponibles –inyecciones de cortisona, homeopatía, radiación, acupuntura, inversión de columna, biorregulación, magnetoterapia, tratamiento con láser, astrología, inyecciones de ozono…–, pese a lo cual el dolor siguió siendo, como afirma, “una tienda abierta las veinticuatro horas”.

“Quizá no quería darme cuenta de que escribía este libro”, admite Boone; su Cámaras secretas es una reflexión acerca de la enfermedad tal como esta es narrada en la literatura reciente, con especial énfasis en la mexicana, y por sus páginas circulan el Diario de invierno de Paul Auster, El mar de John Banville y las novelas de Frédéric Beigbeder, así como La enfermedad de Alberto Barrera Tyszka, la obra de Abigael Bohórquez, el Comí de Martín Caparrós, Sylvia Plath y los chamanes y robots de Roger Bartra, los libros La enfermedad del amor La fábrica del cuerpo de Francisco González-Crussí, Canción de tumba de Julián Herbert y los Diarios del dolor de María Luisa Puga, las novelas de Philip Roth, César Vallejo y Susan Sontag. “Cuando me di cuenta de que la idea de una narrativa del dolor y la enfermedad guiaba mis lecturas, decidí que este sería un libro lento”, sostiene su autor, que tardó diez años en terminarlo; en enero de 2020, una pandemia mundial nos convirtió a todos en potenciales pacientes y al libro en el que trabajaba –y en el que no pudo concentrarse durante los primeros meses de confinamiento, reconoce– en una obra necesaria para muchos, no solo para él.

Boone adhiere a las ideas de salud y enfermedad del neurólogo y escritor británico Oliver Sacks, quien afirmó que quizá deberíamos “verlas ya no en términos de una ‘norma’ rígidamente definida, sino en términos de la capacidad del organismo para crear una nueva organización y un nuevo orden que encajen con su disposición y sus exigencias, tan especiales y alteradas” teniendo en cuenta que “enfermedad puede ser bienestar, y normalidad enfermedad”; el autor descubrió, mientras continuaba embarcado en su historia personal del dolor, que el cuerpo no es un “recurso renovable” y que la separación entre este y la mente “resulta, cuando menos, inadecuada”; también comprendió que es “en el relato donde [las cosas] toman forma, donde ganan cuerpo y espesor, donde se expanden y se vuelven símbolos, metáforas, anécdotas ejemplares”.

“El dolor nunca me ha abandonado por completo”, escribe Boone; “es un perro fiel, un guardián celoso, un consejero pronto, un recordatorio al César, un terco hijo de la chingada”, pero también “parte de mi historia. Sin su intervención no sería este que soy y no existirían tampoco estas palabras”, dice. En uno de los mejores pasajes de su libro, Boone recuerda a Ricardo Piglia, quien, en Los diarios de Emilio Renzi, hace decir a un crepuscular y derrotado Ezequiel Martínez Estrada que “hay una lucidez extrema en la extrema enfermedad. No por su contenido, sino por su forma. […] El conocimiento es como una dolencia abstracta producida por un órgano que no está destinado a pensar […]. Pero no es una metáfora, es una dolencia corporal, la peste blanca. Como una perla y la ostra […]”. Y Boone, por su parte, agrega: “La enfermedad, desde ese costado, es movimiento, andadura, el trazo de un desplazamiento. La única inmovilidad es la muerte. Enfermar es una oportunidad para ofrecer resistencia. Enfermar como síntoma vital. La fiebre como potencia, la terapia como método de composición.” ~

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Patricio Pron (Rosario, 1975) es escritor. En 2019 publicó 'Mañana tendremos otros nombres', que ha obtenido el Premio Alfaguara.


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