Juan Pablo Villalobos
Te vendo un perro
Barcelona, Anagrama, 2014, 248 pp.
Fernando García Ramírez
Dividida en dos secciones (“Teoría estética” y “Notas de literatura”) que a su vez se subdividen en múltiples entradas, Te vendo un perro, tercera novela de Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973), se propone la creación de un pequeño universo autosuficiente sustentado en una voluntad de estilo que simula el delirio. Un delirio controlado. Lo que Villalobos cuenta en su novela es la historia de un taquero viejo que en su juventud quiso ser pintor, pretexto narrativo para contar, a jirones, la trágica vida de Manuel González Serrano, “el Hechicero”, pintor de obra y vida breve, contemporáneo y antípoda de los muralistas.
Villalobos, instalado en un estilo en apariencia superficial de tan leve, un estilo sustentado en la ocurrencia permanente, no pretende, sin embargo, una indirecta biografía lúdica del pintor desconocido; su propósito es más alto: construir una novela a partir del puro artificio, una parodia de sí misma.
Plenamente consciente de esta función paródica, Villalobos subordina su trama, variopinta y por momentos muy divertida, a un estilo aplicado con rigor y gracia, que nunca imposta la realidad sino que, frase a frase, construye sobre ella una realidad paralela. Con elementos de “lo real” –un taquero que prepara sus tacos con carne de perro, una vecindad del centro con más de mil cucarachas por inquilino, un mormón de Utah en busca de almas redimibles, un maoísta trasnochado–, Villalobos anima una realidad otra que sigue una lógica demente: las cucarachas huyen con la trova de Silvio Rodríguez, a un círculo de lectura instalado en la vecindad le secuestran sus ejemplares de Palinuro de México, una verdulera revolucionaria se especializa en vender verdura podrida para manifestaciones…
Nada es real y al mismo tiempo todo es reconocible. La función de la novela no es la de ser un espejo del mundo sino la de crear un orbe que siga fielmente sus reglas autoimpuestas, y que nos aporte una visión del mundo original y congruente. No otra cosa consigue, con soltura y abundante ingenio, Juan Pablo Villalobos en su novela.
Asumiendo labores de comisario ideológico, cargo al que acaso aspira, alguien acusó a Villalobos en estas páginas, en referencia a su novela anterior, de “desdeñar los procesos sociales”. En respuesta, quizás involuntaria, a ese manido reclamo, abundan ahora los revolucionarios, debidamente parodiados. A la denuncia hipócrita y farisea, Villalobos opone la risa.
La historia que cuenta Villalobos es verosímil gracias a su irrealidad. Su historia increíble se vuelve veraz a fuerza de acumular sinsentidos. Establecidos los puentes escasos y anodinos con lo “real”, Villalobos se entrega a desarrollar su historia. Brinca con soltura al pasado en busca de su destino trastocado (de pintor devenido en taquero de barrio) y en él encuentra tanto el retrato de su padre ausente como la historia de un artista singular, “el Hechicero”, que terminó sus días loco y limosnero, pese a su inmenso talento. La irrealidad de la novela nos conduce a la penosa realidad del artista triturado por su época. Triturado, por cierto, por aquellos artistas comisarios que no desdeñaban los procesos sociales.
Te vendo un perro prolonga y renueva el pacto narrativo que Juan Pablo Villalobos estableció con sus lectores, desde Fiesta en la madriguera, su primera novela, pasando por Si viviéramos en un lugar normal. Todo transcurre en un tiempo sin tiempo, pero todo lo que ocurre está construido con elementos de una realidad fechada. La novela de Villalobos, al desasirse de su contexto inmediato, puede con libertad concentrarse en el tema que la ocupa: la desesperanza, los destinos frustrados, la ilusión política y amorosa. Al desprenderse de lo real inmediato, queda lo esencial: el destino del hombre, de los hombres en sociedad. Lo hace Villalobos sin ningún atisbo de inocencia, pese a su tono lúdico. Por el contrario, con mano segura conduce al lector a través de una selva de ocurrencias hasta puerto inseguro, que es el piso firme de la literatura.
Villalobos construye personajes simples, menos el protagonista, sobre el que recae el peso de la acción. Como en la imprenta artesanal, sus personajes son tipos móviles. Les asigna dos o tres características y los deja sueltos en la novela. Son móviles porque evolucionan (el mormón que va de puerta en puerta, por ejemplo, conoce el amor y abandona el proselitismo religioso). No parece, pero esto es una ilusión, que estén al servicio del autor. Los une, más que los vericuetos de la trama, el tono paródico de la novela. Te vendo un perro es, al mismo tiempo, una novela muy divertida y un retrato amargo del artista contemporáneo.
Con un aparato conceptual muy difuminado (y qué bueno: las novelas no se construyen con teorías), tomado de Theodor W. Adorno, Villalobos ha encontrado un tono y un ritmo propios, que no se parecen a ningún otro en la narrativa mexicana actual. Villalobos hace reír con el absurdo y al hacerlo muestra el sinsentido del mundo. Este lector se lo agradece. ~