El Nobel de Literatura al escritor de origen tanzano Abdulrazak Gurnah ha causado sorpresa y debates, por varias razones. La principal es que se trata de un autor cuya vida y producción se ha desarrollado casi en su totalidad en el Reino Unido. Otra es que Gurnah no es un autor popular: solo un pequeño sector conoce su trabajo, e inclusive muchos académicos y especialistas en literaturas africanas ignoraban su existencia hasta ahora. En Tanzania, el país donde nació, buena parte de sus conciudadanos jamás habían escuchado sobre él, y su reconocimiento causó poco revuelo fuera de las congratulaciones oficiales.
Muchos se preguntan si la obra de Gurnah realmente tiene la trascendencia necesaria como para hacerlo merecedor del Nobel. Gurnah es apenas el quinto africano en recibirlo –después del nigeriano Wole Soyinka (1986), el egipcio Naguib Mahfuz (1988) y los sudafricanos Nadine Gordimer (1991) y John Maxwell Coetzee (2003)–, y ciertamente su fama y trayectoria no son comparables a las de sus antecesores, quienes ya tenían amplio prestigio internacional cuando fueron galardonados.
Abdul Razak Gurnah nació en 1948 en Zanzíbar, isla del océano Índico que en ese momento era un protectorado británico. En 1964, ya con la autonomía política concedida, las islas de Zanzíbar y Pemba se unieron a Tanganica, la parte continental con la que se conformaría la actual Tanzania, después de una violenta revolución que depuso a la autoridad tradicional del sultán y obligó a las familias musulmanas más allegadas al régimen a emigrar.
Entre estas familias se encontraba la de Gurnah, quien en 1968, a los veinte años, comenzó su vida en el Reino Unido, país del que solo se ausentaría dos años, para una estancia en la universidad islámica Bayero en Kano, Nigeria. En 1982 obtuvo su doctorado en Literatura por la universidad de Kent, donde realizó toda su carrera profesional hasta su jubilación. Allí fungió como profesor de Literatura inglesa y postcolonial y como director de estudios de posgrado en el departamento de Letras inglesas. Su producción académica versa sobre estudios postcoloniales, literatura del océano Índico y del Caribe anglófono. Quizá su trabajo más conocido en este rubro es su edición del libro introductorio a la obra de Salman Rushdie, autor, por cierto, nominado varias veces al Nobel.
Gundrah, quien inició su carrera como escritor en 1987, ha escrito diez novelas. Dos de ellas, Paraíso (1994)y En la orilla (2001), fueron nominadas para el prestigioso Booker Prize. La primera desarrolla una ficción ambientada a principios del siglo XX en el África Oriental Alemana, que corresponde a la actual parte continental de Tanzania y que incluía los territorios de Ruanda y Burundi. La historia trata sobre Yusuf, un adolescente que, debido a deudas familiares, se ve forzado a trabajar para un comerciante y viajar por las entonces peligrosas rutas de las caravanas entre la costa y el interior del continente africano. El personaje sufre también las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, donde se ve forzado a pelear al lado de los alemanes. Gurnah retoma el tema de la brutalidad del colonialismo alemán en África en Afterlives (2020), su novela más reciente.
En la orilla, por su parte, sigue los pasos de un migrante procedente de las costas de África del Este que busca asilo en Inglaterra. La historia narra todas las vicisitudes, abusos y obstáculos que debe enfrentar para obtener su residencia, pero también la interacción entre culturas tan distantes como la suya y la del país donde pretende radicar.
Ambos temas –el espectro del colonialismo y el drama de refugiados y migrantes que buscan una vida mejor en lugares muchas veces hostiles– son recurrentes en sus historias. Pero en realidad, la mayor parte de la literatura africana contemporánea denuncia, a través de personajes y situaciones ficticias, los efectos del colonialismo, el drama transcultural de las diásporas y el abuso y corrupción de los regímenes actuales en varias naciones. Sin importar la lengua en la que se escriban, novelas y ensayos se tejen en torno a la pobreza, la opresión, la desigualdad y la desesperanza que sufren sus protagonistas.
Textos como los del emblemático nigeriano Chinua Achebe, autor de la trascendental novela Todo se desmorona (1958),o el polémico Ngugi wa Thiong’o, escritor keniano y eterno nominado al Nobel, describen los fenómenos sociales, políticos y económicos que han caracterizado a la relación postcolonial entre los africanos, sus descendientes en ultramar y el resto del mundo. Wa Thiong’o ha escrito, además de novelas sobre la opresión colonial –Un grano de trigo (1967), por ejemplo–, ensayos donde insta a los autores africanos a volver hacia el uso de sus lenguas maternas y regionales como forma de retomar su identidad cultural.
Esto revive el debate sobre el uso de lenguas diferentes al inglés en el escenario literario mundial. De entre los africanos ya galardonados con el Nobel, Soyinka, Gordimer y Coetzee escribieron toda su carrera en inglés, y Mahfuz, aunque escritor de lengua árabe, había sido previamente traducido en varias lenguas europeas al momento de recibir el premio. Fuera de aquellos africanos angloparlantes o cuyas obras han sido traducidas al inglés, el resto de los autores que escriben en otras de las lenguas de sus ex metrópolis – francés, portugués, incluso español e italiano– son difícilmente conocidos más allá de su entorno. Por otra parte, y a pesar del exhorto de wa Thiong’o, hay ciertamente una infinidad de escritores que no rebasaron el uso de las lenguas africanas y son mucho menos conocidos.
Un buen ejemplo es Tanzania, el país de donde procede Gurnah. La nación tiene una rica tradición literaria en lengua suajili, principalmente en poesía, que se origina desde el siglo XII A.D. En tiempos más recientes, los textos de Shabaan bin Robert, Euprashe Kezilahabi y otros autores hablantes de suajili alcanzaron gran calidad literaria, pero solo los públicos locales que hablan este idioma, y los estudiosos de esta literatura a través del mundo, pudieron disfrutarlos.
Gurnah domina el suajili, pero su obra está escrita en inglés. Algunos reprochan que se le considere tanzano cuando dejó hace muchos años el país y su obra es ajena a la tradición literaria del suajili. Tampoco sus temas son considerados muy originales. Ya autores como el conocido indo-keniano-canadiense Moyez G. Vassanji también han escrito novelas sobre los tópicos del trauma postcolonial y la diáspora india y africana.
Por último, después de su nombramiento, no pocos han criticado a Gurnah frente a Ngugi wa Thiong’o, ampliamente aclamado por la intelectualidad africana como uno de sus máximos exponentes literarios. Esos críticos consideran que la constante negativa de darle el premio Nobel se debe a su radicalismo “políticamente incorrecto”, y que por esa razón se prefiere a un autor “marginal” como Gurnah.
Ciertamente, Abdulrazak Gurnah no es el primero ni será el último ganador del Nobel de Literatura que sea cuestionado por recibirlo. Más allá de las discusiones y descalificaciones, el reconocimiento, que la Academia aduce como parte de la norma para reconocer a todas las literaturas del mundo, vuelve a poner a África en el foco de la discusión literaria, a 18 años de que Coetzee recibió el premio. Esta es una gran oportunidad para revalorar en su conjunto a la literatura africana y para que la tomemos más en cuenta en nuestras aulas y librerías. También la obra de Gurnah nos puede ayudar a reconsiderar problemas actuales y terribles, como el racismo y el maltrato a los migrantes en el mundo. Como el mismo autor dijo en una entrevista otorgada después del nombramiento acerca del drama de los migrantes que buscan asilo: “ellos vienen por necesidad pero no llegan con las manos vacías, muchos son talentosos, llenos de energía y tienen mucho que dar. La actitud hacia ellos debería de ser no de verlos como pobres sin valor sino como gente con necesidades que a la vez tienen mucho con que retribuir.”
es profesor investigador de El Colegio de México. Se especializa en Historia de África y lengua y literatura suajili.