Foto: Jan Collsi/Pressens Bild

Al paso de Octavio Paz, en el camino nórdico

Hace 30 años, Octavio Paz viajó a Estocolmo para recibir el premio Nobel de Literatura. Este texto explora el camino que culminó en aquella ceremonia, buscando a los escritores, traductores, editores, suecos o no, que pudieron ser decisivos a la hora de promover su candidatura al laurel más famoso de las letras.
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“Me imagino que para la mayoría de los hispanoamericanos la palabra Suecia evoca, ante todo, la idea de Norte”, decía Octavio Paz, que “para nosotros tiene cierta preeminencia moral.”

Esa certeza suya, escrita en 1961, permite intuir la emoción con la que el autor mexicano de vida y literatura comprometida recibiría casi treinta años después una noticia que personificaba el más universal refrendo a esos compromisos.

En efecto, en 1990, ahora sí hace justo treinta años, la Academia sueca otorgó a Octavio Paz el premio Nobel de Literatura “por una apasionada obra literaria de amplios horizontes, moldeada por una inteligencia sensual y un humanismo íntegro”. Así reza, con caligrafía de buen pendolista y en sueco, el diploma oficial que rubricó, entre otros, Sture Allén, su director.

Dicho académico sueco había firmado un año antes el diploma extendido a Camilo José Cela. Por primera vez en su historia, el más famoso galardón literario del mundo se concedía de manera consecutiva a dos escritores en español. Una historia que inauguró, para dicha cultura, el dramaturgo español José Echegaray, en 1904, y que cierra por ahora el novelista peruano Mario Vargas Llosa, Nobel en 2010, onceno de los distinguidos en el ámbito hispánico.

Varios galardonados de lengua española presentan estos mismos datos: una obra trascendental y una relación no desdeñable con el mundo sueco previa al Nobel. Es el caso de Neruda o de Cela, quienes cultivaron el trato con el mundo de las letras de Suecia. Octavio Paz hizo otro tanto, durante muchas décadas.

Creo de interés recorrer ese camino nórdico de Octavio Paz hasta llegar al premio, pero explorándolo a la inversa, esto es, a partir de su culminación en los días del Nobel en 1990, hacia atrás: a quiénes trató de Suecia, académicos, escritores, traductores, editores, suecos o no, que pudieron ser decisivos a la hora de promover su candidatura al laurel más famoso de las letras.

 

Quiso el destino que a esa fecha en que se anunció en 1990 el Nobel, un 11 de octubre, sucediera la de la conmemoración de la Fiesta Nacional de España, el 12 de octubre. De manera que, al día siguiente de reconocer a un literato en lengua española, ese mundo tuvo la ocasión gozosa de congratularse en una alta celebración también hispánica que transcurrió en España y en todas sus representaciones diplomáticas.

Así fue sin duda lo que aconteció un viernes 12 de octubre en la Embajada de España en Estocolmo. A la alegría del cuerpo diplomático mexicano e hispanoamericano se unió la de los hispanistas suecos y los amigos españoles. Todos celebramos juntos en el hermoso palacete de la isla de Djurgården el honor concedido por Suecia a Octavio Paz.

Valgan como prueba estas líneas que recibí en aquellos días de la gran hispanista sueca Regina af Geijerstam: “¡Muchísimas gracias por enviarme el suplemento de ABC dedicado a Octavio Paz! Está muy bien hecho el homenaje. Por una vez, el mundo entero parece estar de acuerdo en que ha acertado la Academia Sueca. Generalmente suele haber un sinfín de críticas, muchas veces dictadas por celosía (sic) o viejos rencores políticos (por ej. en el caso de Cela, en España y Portugal, sobre todo)”.

Yo seguía como consejero cultural en la embajada de España. En este año de 1990 habíamos contado ya con las visitas del presidente del Gobierno, Felipe González, y, en lo cultural, con las del académico de la Real Academia Española (RAE), Rafael Lapesa, y la de los cantantes líricos Montserrat Caballé y Plácido Domingo, por cierto, hispano-mexicano.

Tenía yo muy vivo el recuerdo de los preparativos ­–dos meses– y de los varios programas oficiales y particulares cumplidos por el laureado Camilo José Cela en Suecia durante casi diez días. Nunca sospeché que cerraría ese gran año con otra oportunidad de verme asociado de nuevo a esa máxima celebración. Al poco del famoso anuncio, recibí tres llamadas, una, mexicana, dos, suecas. Gracias a ellas, tuve el privilegio de colaborar en algunos de los fastos del Nobel.

 

Había conocido a Octavio Paz en los años ochenta del pasado siglo, ejerciendo yo de chófer y contertulio. Quiero decir que mi padre, Leopoldo Calvo-Sotelo, ya retirado de la política activa, me pidió que recogiera al poeta en un hotel de Madrid, lo condujera hasta la casa de Pozuelo y lo volviera a llevar a la capital. Claro es que me sumé también a la conversación. Mi padre, que era lector del escritor mexicano, lo había conocido durante su visita oficial como presidente del Gobierno a México en julio de 1981: se trajo de vuelta –en minúsculas– la obra El ogro filantrópico, con la dedicatoria “A Don Leopoldo Calvo-Sotelo, este saludo mexicano”.

Durante los meses Nobel, que corren desde el anuncio del fallo hasta la entrega del galardón, en la fecha invariable del 10 de diciembre, nos encontraremos en las instituciones suecas y en sus entornos oficiosos este año de 1990 a casi las mismas personas que se habían vinculado al Nobel concedido a Cela el año precedente. Algunas de ellas, clave en la concesión.   

Las instituciones suecas decisivas a este respecto son dos. La Fundación Nobel, garante de cumplir la última voluntad de Alfred Nobel, es quien gestiona los fondos y coordina tanto el trabajo de los Comités que otorgan los seis premios como la ceremonia de su entrega: el barón Stig Ramel seguía siendo su director y seguía ayudándole como secretaria de información Birgitta Lemmel, casi tan elocuente en español como en sueco. La Academia sueca, desde 1901 y por voluntad testamentaria del gran industrial sueco, es quien elige al premio Nobel de Literatura: ese año de 1990 continuaba ejerciendo como director Sture Allén, rubricando como tal los diplomas anuales, según hemos visto.

Dado que la función primigenia de los académicos es el cuidado de la lengua sueca, desde el primer año del siglo XX se decidió encapsular esta otra tarea del galardón, que ha acabado siendo abrumadora y muy expuesta, mediante la constitución en el seno de la Academia de un Comité Nobel. Lo componían entonces tan solo cinco de los dieciocho inmortales: en 1990, ejercía de nuevo como presidente Kjell Espmark e incorporaba a tales tareas a Don Canuto, que así hispanizó Cela el nombre de su amigo y traductor, Knut Ahnlund.

Esos cinco académicos –hoy pueden ser más– se asisten de otras dos secciones de la Academia creadas hace un siglo largo al efecto: una Biblioteca Nobel de literatura mundial contemporánea (en la que es posible consultar, por ejemplo, unas ciento treinta obras de Paz, en español, alemán, francés, inglés y sueco, anteriores y posteriores a la concesión del premio) y un Instituto Nobel en el que trabajan expertos en distintas lenguas. Su total reserva y anonimato nos lleva a referirnos a ellos como ese entorno influyente que va a ir podando la frondosa lista de candidatos.

Para resumir: dos son los círculos concéntricos relevantes: el Comité Nobel, que selecciona, y el pleno académico, que zanja. Dos círculos que se sirven de una misma línea de trabajo: la de ese entorno oficial u oficioso.

La labor de unos y otros durante meses se resume en los cinco expedientes que cada primavera el Comité Nobel eleva al pleno, instancia decisoria donde los dieciocho académicos, tras dedicar el verano y parte del otoño al estudio de la obra y méritos de los candidatos, votan en octubre por mayoría a uno de la corta lista final, rara vez dos o ninguno.

El secreto académico, que se replica en el secreto del entorno que le asiste, significa que sus expedientes duermen en un cajón con llave durante cincuenta años.

Por su trascendencia para este relato, mencionaremos aquí una última institución sueca aparejada a las solemnidades del Nobel, la de la más vieja universidad escandinava. En efecto, el Nobel de Literatura recibe una invitación a visitar la universidad de Upsala y, en concreto, a inaugurar la exposición que se arma en su honor en la preciosa Biblioteca Carolina Rediviva. Quienes en 1989 acompañaron a Cela, el rector, el director de la Biblioteca, y su mujer, traductora de lenguas románicas, fueron también los cicerones de Paz. Algunos laureados no aceptan la invitación, pero Paz sí lo hizo, con el resultado que luego se contará.

Hemos dejado para el final dar cuenta del hecho primero que desencadena todo este proceso: quién propone candidatos. La lista de proponentes fijada por la Academia es breve, pero interpela a todo el orbe: miembros de la Academia sueca y de otras academias análogas, catedráticos de lengua y literatura, premios Nobel, presidentes de sociedades literarias de prestigio.

El caso más notable que conozco en el mundo de habla hispana es del don Ramón Menéndez Pidal, que fue propuesto en más de 150 ocasiones, desde 1931 hasta 1966, por unas cuatrocientas personas.

¿Sabemos quién escribió por primera vez a la Academia sueca proponiendo el nombre de Octavio Paz? El archivo hasta 1969 no contiene ninguna mención. Pero ese mismo archivo sí nos entrega el nombre de otro candidato mexicano: Alfonso Reyes. Según la pauta antes descrita, respaldaron su candidatura, entre otros, una premio Nobel, la chilena Gabriela Mistral, y un catedrático de universidad, el español en el exilio Ángel del Río. Reyes, de quien dijo Borges, otro grande no premiado, que “fue lumbre de su vida / dar con el verso que ya no se olvida / y renovar la prosa castellana”, acabó siendo propuesto cinco veces, entre 1949 y 1959, año de su muerte. Aparece también como escritor mexicano propuesto al Nobel otro exiliado español, el poeta catalán Josep Carner, con doble nacionalidad, cuya obra estimó en mucho Octavio Paz.

Habrá que esperar pues a la apertura anual de documentos todavía reservados a fin de saber oficialmente cuáles fueron los proponentes y los apoyos de Paz.

Pero ello no obsta para intuir quiénes en Suecia acogieron con simpatía su candidatura. Intentaremos identificarlos a partir de un núcleo central. Hemos dicho ya que ese núcleo primero lo forman los cinco académicos del Comité Nobel.

El más afín al candidato Paz sería el citado Don Canuto. Knut Ahnlund, profesor de universidad, se manejaba con enorme soltura en el mundo de la cultura hispánica, había traducido y respaldado a Cela y era hombre tenaz e influyente. Por su parte, el presidente del Comité, el catedrático de literatura Kjell Espmark, no desconocía la lengua española, de manera que podía apreciar sin intermediarios la extraordinaria obra de Octavio Paz.

Como tangente a ese anillo se halla ese mundo brumoso de los expertos, pertenezcan o no al Instituto Nobel antes referido, que alimentan a los académicos con informaciones y criterios valiosos.

¿A quiénes consultaban los académicos? Lo que sigue, respecto a la literatura en lengua española, son especulaciones en la perspectiva de mi trato con gentes durante los cuatro años vividos en Estocolmo: continúan por allí los españoles Ernesto Dethorey –un viejo catalán muy cercano a Don Canuto, al que éste denominaba “embajador de la lengua española”–, Francisco Uriz, un veterano comunista español, su mujer Marina Torres y el poeta cubano René Vázquez Díaz, todos ellos residentes en Estocolmo, traductores entre el sueco y el castellano, todos ellos amigos y colaboradores del poeta y académico Lundkvist, al que no nos cansaremos de citar en este relato.

Sigamos retrocediendo a tientas por esa oscura cañada desde el Nobel. Es razonable pensar que los académicos estimaban el criterio de otro poeta sueco y notable hispanista, Lasse Söderberg. Las razones eran varias: por su cercanía a los académicos, pues ya como joven poeta se había iniciado en la estela del Lundkvist surrealista y había recibido en 1980 el Premio de traducción de la Academia sueca y por ser un gran conocedor y admirador de la obra de Paz, de quien había traducido tanto poesía como, por primera vez al sueco, ensayo, y uno de los mejores, El laberinto de la soledad. Un vínculo sueco-mexicano del que nació un poema, “Disparo”, dedicado por Paz a Söderberg.

Extramuros de Suecia, añado aquí el nombre del poeta catalán Pere Gimferrer, devoto y amigo de Paz desde los años sesenta del pasado siglo y muy probable defensor formal de su candidatura en su condición de académico de la RAE tras su elección en 1985. Su voz era respetada, sin duda, por el tantas veces citado Lundkvist, muy enfermo en 1990, pero todavía influyente. Hacía apenas dos años, en 1988, habíamos invitado desde la embajada a Gimferrer para que fuera ponente principal en un homenaje precisamente dedicado a Lundkvist. Lo conocí entonces y volvimos a tratarnos en Estocolmo con ocasión del Nobel mexicano.

Pero el núcleo decisivo por decisorio es el pleno académico al que, tras meses de trabajo, el Comité Nobel eleva cinco propuestas. Entre los llamados dieciocho, sin lugar a dudas, el ya citado poeta Artur Lundkvist fue también un voto seguro para Octavio Paz, pues Lundkvist era una referencia clave en la concesión del premio Nobel a las literaturas hispánicas.

Paz y Lundkvist se habían conocido casi seis lustros antes: “Cuando lo conocí, me pareció un niño que había crecido demasiado”, escribió Paz de su encuentro con Lundkvist en la Ciudad de México el año 1956.

Tres años después, en 1960, Lundkvist tradujo “La estación violenta” y en 1971, “Junto a la playa del mundo”, ayudado por la citada Marina Torres. No pudo soñar Paz con un traductor sueco más principal.

Tampoco Lundkvist pudo imaginar un mejor traductor al español de su poesía que Octavio Paz. En efecto, Paz tradujo a Lundkvist al menos en dos ocasiones: en 1963, en colaboración con Pierre Zekeli: (Cuatro poetas contemporáneos de Suecia: Martinson, Lundkvist, Ekelöf y Lindegren) y en 1974, en colaboración con el ya mencionado Francisco Uriz, claro mentor en los entornos del Nobel en lengua española.

Vamos observando cómo en bastantes casos se dan unos vasos comunicantes entre quienes informan, quienes deciden y quienes reciben el disputado laurel. No cedamos a la tentación de tomar a mala parte esas conexiones. Lo que comunicaban esos vasos durante años era el caudal riquísimo de la obra de Octavio Paz: “y en medio aquesta fuente clara y pura, que como de cristal resplandecía, mostrando abiertamente su hondura”, por decirlo con versos renacentistas.

En una carta amarga de 1988, escribe Paz a Gimferrer: “Jamás he ambicionado ese malhadado premio –es otra mi idea de la gloria– y nunca he movido ni moveré un dedo para tenerlo”. Valga como prueba un dato incontestable: Paz y Lundkvist, el hombre decisivo, se conocen, tratan y empiezan a traducirse sin que el poeta sueco fuera académico –esto es, sin que fuera decisivo–, que lo fue tras su designación en 1968, sucediendo en su sillón al poeta Ekelöf.

 

Volvamos al mes de octubre de 1990 y a esas tres llamadas que recibí en mi despacho de consejero cultural.

La primera vino de Agustín García-López Santaolalla, el embajador de México, al que no conocía: “Me encuentro con esta noticia extraordinaria del premio Nobel. Soy consciente de que su embajador actual está recién llegado y que en la embajada de España solo usted permanece de entre quienes vivieron de manera directa el Nobel a Cela. Me gustaría que me contara usted su experiencia, pues por el revuelo que veo en México aventuro que la gestión va a ser complicada.”

Como corresponde a un joven recién ingresado en la carrera diplomática, fui yo quien me desplacé a la embajada de México el jueves 18 de ese mes, a la semana justa del anuncio, y en la tarde del día siguiente viernes. Como tenía muy vivo el recuerdo de los fastos en torno a Cela, le di cuenta de los preparativos, de los interlocutores suecos, de los varios programas que acontecen en la semana Nobel, comunes a todos los premiados y propio del de Literatura y de la complicación mayor, la de gestionar las varias delegaciones procedentes de España, ahora de México: oficiales, de familiares y amigos del laureado, prensa, entre otras. El embajador, que tenía un porte de viejo hidalgo español, agradecido, me invitó a la recepción “en honor del Dr. Octavio Paz” que se celebró el viernes 7 de diciembre en el salón de los espejos del Grand Hotel, donde se alojan siempre todos los laureados. Allí estaba el flamante Nobel acompañado por su mujer, Marie-José Tramini.

Según precisamos antes, una vez hecho público el nombre de todos los premiados, la Fundación Nobel toma a su cargo la organización de las dos ceremonias clave, ambas presididas por el rey de Suecia: la entrega de los diplomas en la Sala de conciertos de Estocolmo y el banquete y baile de gala en el Ayuntamiento de la ciudad.

La segunda llamada que recibí fue de dicha Fundación, de su secretaria internacional, Birgitta Lemmel, en su fluido español y con el tuteo sueco acostumbrado: “Como sabes, en la ceremonia de la Sala de conciertos solemos ofrecer un programa musical. La Fundación Nobel quisiera que en esta ocasión cantara el tenor español José Carreras. Te pido que nos ayudes a conseguir su participación. Si lo logras, el director, Stig Ramel, se compromete a invitarte a las ceremonias”.

El reclamo era incitante y puse gran empeño en la empresa, pero no hubo manera, ya que el tenor tenía un compromiso inamovible en la Ópera de Viena. La conexión en este caso nada tenía que ver con el poeta mexicano, sino con el Nobel de Medicina, E. Donnall Thomas, experto en trasplante de médula ósea, que trataba a Carreras de una leucemia. Pensé ingenuamente, dados los esfuerzos desplegados, que el barón Ramel tendría el gesto generoso de invitarme, pese a mi fracaso. Vi las ceremonias por televisión.

La tercera llamada telefónica procedía de Upsala, la vieja capital religiosa tanto de la Suecia católica como luego de la reformista. Según era ya tradición, el rector cursaba una invitación al Nobel para que visitara la universidad. Continuaba al frente del campus Stig Strömholm, también presidente de la Real Academia Sueca de Letras, Historia y Antigüedades, y prestigioso jurista. Yo mantenía trato con él desde la anterior visita de Camilo José Cela y acaba de escribirle a don Emilio García Gómez, director de la Real Academia de la Historia, rogándole que recibiera a su homólogo sueco en su proyectado paso por Madrid.

Strömholm delegó en la biblioteca Carolina Rediviva el cometido de montar una exposición sobre la vida y obra del laureado, siguiendo así una costumbre que se remontaba al Nobel Isaac Bashevis Singer en 1978. A su vez, el director de la famosa biblioteca, Thomas Tottie, confió a su mujer, Marianne Sandels, la función de asesora principal, por dos razones: como traductora, dominaba varias lenguas románicas, entre ellas el español, y sabía de la existencia de una relación epistolar valiosa entre el que había sido su primer marido, Pierre Zekeli, y el poeta mexicano.

Sandels, con quien yo trataba a menudo, fue quien me telefoneó para pedirme que colaborara en ese proyecto. Ella había entrado en contacto con su antigua suegra, Florence Dahl, la madre de Zekeli, dado que éste había muerto hacía dos años. Ya hemos aludido antes a Zekeli como traductor con Paz del libro Cuatro poetas contemporáneos de Suecia. La correspondencia versaba precisamente sobre esa colaboración. Obtuvo así ese epistolario de años con Octavio Paz, del que me dio copia con el ruego de que lo estudiara y le hiciera una propuesta de exposición. Junto a las cartas, Octavio Paz enviaba sus observaciones y correcciones –qué buena letra– escritas sobre los borradores de las traducciones a máquina debidas a Zekeli.

Zekeli fue un personaje singular, hombre de letras de origen centroeuropeo, “escritor compulsivo de cartas”, según Homero Aridjis, y, como a veces ocurre en esas latitudes, un políglota asombroso rayano en la glosolalia. También había traducido del español al sueco, entre otros a Paz, en una antología de poesía mexicana publicada en 1979, y al citado poeta Homero Aridjis en 1986.

De nuevo, los vasos comunicantes trasvasando poesía y amistad en ambas direcciones.

Nos reunimos Marianne Sandels y yo a lo largo de varias semanas, discutiendo los pormenores en distintos cafés de Estocolmo, el café Ópera y el Thalia, pero también en su despacho de directora de la biblioteca de los Museos Nacionales de Arte, en la coqueta isla de Blasieholmen, y en la biblioteca Carolina Rediviva de Upsala que dirigía su marido. Con buen criterio, Marianne Sandels quería centrar la exposición en el intercambio epistolar inédito relativo a Gunnar Ekelöf, quizás el mejor poeta sueco del siglo XX y el preferido por su traductor mexicano, tal vez el mejor poeta mexicano de esa centuria.

En carta del 5 de diciembre de 1990 dirigida al “Dr Octavio Paz, Grand Hotel, Estocolmo”, Thomas Tottie comunicaba al Nobel que “hemos organizado una pequeña exposición de sus obras” en la biblioteca Carolina Rediviva: “la selección del material, las traducciones al sueco, entre otras, son el resultado de la colaboración entre Pedro Calvo-Sotelo y Marianne Sandels”. Añadía una cláusula obligada: “Le mando con esta carta copias de las cartas que pensamos exponer. Si por cualquier razón Vd. considerara poco conveniente la exhibición de alguno de los manuscritos, no tiene más que avisarme. Respeto naturalmente su derecho de autor.”

Yo había sugerido a Marianne Sandels exhibir algunas cartas de Paz a Zekeli escritas en 1962 (una, fechada en París el 14 de marzo y otra en Delhi, el 23 de octubre) como ilustración del Paz editor y traductor, añadiendo otra –Nueva Delhi, 8 de octubre de 1968– como testimonio de su compromiso político: “Ya te imaginarás mi estado de ánimo ante los sacrificios humanos en el Gran Teocalli de Tlaltelolco. He dejado la Embajada y saldremos en estos días de la India”.

Octavio Paz se acogió con presteza a ese derecho. Nos comunicó que quería revisar el epistolario antes de que se colgara en Upsala. Una reacción que revelaba una actitud sobre su propio legado, expuesto enseguida a los focos del Nobel, un tanto precavida. Dio el visto bueno al enfoque general y mi recuerdo confuso es que apenas si manifestó una pequeña reserva con algún texto.

Así pues, volví a saludar a Octavio Paz y a su mujer en la mañana del miércoles 12 de diciembre, esta vez en la universidad de Upsala. Hizo de anfitrión, con humor y remango, el rector y jurista, Stig Strömholm. Paz inauguró la exposición en la biblioteca Carolina Rediviva, esta vez bajo la guía del director Thomas Tottie. Octavio Paz la recorrió sereno y conforme y se ciñó a agradecer a su breve cortejo, a Marianne Sandels y a mí, el trabajo de criba.

Hubo sí, una sorpresa del todo inesperada, como es de rigor, pero de otra índole, pues el espíritu sopla donde quiere. Fue un soplo lleno del mejor aire de la historia. Sucedió al pasar luego al edificio más representativo de la más vieja universidad nórdica y escandinava, dos adjetivos que los meridionales tendemos a confundir, pero que suecos y finlandeses, por ejemplo, distinguen bien, ambos nórdicos, pero no los dos escandinavos. El risueño rector avanzaba explicando las joyas de una estancia cuando se paró ante un óleo y señalándolo con el dedo, le dijo a Octavio Paz: “Esta es la reina Cristina de Suecia, que se convirtió al catolicismo: ¡así acabaremos todos si ingresamos en las Comunidades Europeas!”.

A los meridionales de aquel séquito, entre los que incluyo al matrimonio Paz, nos sorprendió ese vaticinio que el rector remató con una risotada. Strömholm desnudaba la vida política de cualquier otra batalla ideológica que no partiera del hecho religioso, de manera que uno de los ejemplos más logrados en la historia universal de reconciliación entre naciones enemigas, de forma que el más alto modelo de libre integración económica, política y jurídica de la historia de Europa y del mundo, no eran hazañas de la forma de vida protestante, sino del corazón católico del continente, en su mayoría mediterráneo. Para el ánimo decaído hoy día de la Europa meridional, ¡qué elogio nórdico tan involuntario como impagable!

Es cierto que a un gran jurista como nuestro anfitrión no se le escapaba que lo más granado del proyecto europeo es casi un santoral católico: Schuman, Adenauer, De Gasperi.

Pero como luego supe, Strömholm recogía no tanto una apreciación académica como un sentir popular –de ahí quizá su risotada–: en el mundo escandinavo, la tradición religiosa de la iglesia evangélica luterana, que fue credo nacional en todos ellos, mantenía un vigor sociocultural notable, pese a que la mayoría de la población ya no practicara. Basta recordar cómo en la vecina Noruega, el año 1974, durante la campaña del referéndum sobre la adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea, algunos partidarios del “no” recurrieron a argumentos religiosos. Así, advertían que la adhesión entrañaría el riesgo de acabar siendo miembros de un superestado católico. Otros cantaban con más ardor aquel pasaje del himno noruego que afirma que el rey Sverre lanzó al país “desde lo alto contra Roma”. Algunos llegaron incluso a pedir el “no” blandiendo esa palabra “Roma”, en la que fundían la referencia al Tratado fundador europeo y a la sede del Vaticano, como indicador claro de la llegada del antiCristo. Triunfó el “no”, aunque los motivos principales fueran otros.

En resumen, que fuimos testigos en ese augusto hogar universitario y religioso del mundo escandinavo de cómo se daba la vuelta a una arraigada creencia mediterránea: que el progreso solo venía del norte. La cita de Octavio Paz que abre este relato, tomada de su libro ya citado Cuatro poetas contemporáneos de Suecia, continúa así: “Para nosotros, el Norte tiene cierta preeminencia moral; sugiere fuerza de voluntad, tenacidad, rectitud de propósito, marcha hacia una meta, idealismo”. Este dictamen –que, por cierto, valdría para resumir el proyecto europeo– lo suscribiría también cualquier español.

Pero volvamos a la semana Nobel, para recordar algunos otros actos de su programa.

Como es de rigor en el Nobel de Literatura, Octavio Paz pronunció un discurso ante los académicos suecos de la lengua que arrancó con un “gracias”, en sesión pública y a la hora taurina de las cinco de la tarde, el sábado 8 de diciembre. Allí disertó sobre literatura, modernidad, autobiografía, el ahora y el porvenir.

El martes 11, al igual que hiciera Cela el año anterior, dio una charla en el departamento de lenguas románicas de la universidad de Estocolmo, que dirigía el profesor Johan Falk, respondiendo a muchas preguntas de los estudiantes sobre asuntos literarios y también políticos.

Ante ambos auditorios, habló “el poeta de la libertad” y el pensador “que tuvo el valor de introducir y auspiciar a la opinión disidente”, por decirlo con palabras de Enrique Krauze. 

Entre una y otra fecha, en el día invariable del 10 de diciembre, se celebraron las dos ceremonias comunes a todos los galardonados: la de la entrega de los premios en la Sala de Conciertos de Estocolmo y la del banquete en el ayuntamiento de la capital, presididas por los reyes de Suecia.

Correspondió al catedrático Kjell Espmark, que entonces presidía el Comité Nobel de la academia sueca, presentarlo justo antes de que el rey Gustavo le entregara el galardón: “Majestades, Altezas Reales, Señoras y Señores. El hecho de que el premio Nobel haya sido concedido por segundo año consecutivo a un escritor del mundo hispanohablante es señal de la excepcional vitalidad literaria y de la riqueza de éste en nuestro tiempo.” Para concluir: “Querido Octavio Paz: me ha correspondido presentar su labor literaria en pocos minutos. Es como intentar introducir todo un continente en una cáscara de nuez, empresa para la que la lengua de la crítica está pobremente dotada. Es en cambio algo que usted ha logrado una y otra vez en poemas que tienen una densidad inverosímil”.

Durante el banquete, el programa musical incluyó un capítulo mexicano a cargo de cinco mariachis.

Hemos visto desfilar muchos nombres en torno al Nobel de Literatura, nombres de escritores, académicos, traductores, gestores. De nacionalidades varias: suecos, mexicanos, españoles, chilenos, cubanos. Resulta curioso constatar cómo bastantes tuvieron además una vida diplomática: Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Alfonso Reyes, Josep Carner, Stig Ramel, Ernesto Dethorey, Homero Aridjis, el propio Paz.

Habrá que esperar veinte años más para que el archivo Nobel nos entregue las pisadas seguras sobre la nieve de este camino nórdico que aquí hemos dibujado con el lápiz tenue de la memoria y la intuición.

Un camino que Octavio Paz cerró en Estocolmo con un gesto honroso, un episodio con el que enlazaba su comienzo y su final. Octavio Paz rindió una visita a aquel compañero de armas y primero de sus amigos suecos, a aquel niño que había crecido demasiado, Artur Lundkvist, ahora un anciano doliente en el lecho de un hospital. Como testimonio de perdurable amistad poética e, intuimos, sincera gratitud, ya Nobel, por el inequívoco apoyo a su candidatura. 

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